Jueves, abril 25, 2024

Historia de un cartel

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Madrid, verano de 1934. Estamos en lo que se conocería después como la edad de plata del toreo. Pero no son tiempos apacibles: la empresa Pagés, al frente de la plaza de la carretera de Aragón, encara una situación delicada, enfrentadas la antigua Unión de Ganaderos con la nueva Asociación. De su lado está Juan Belmonte, símbolo casi sagrado de una época que ya pasó, pero las figuras que tiran del carro se encuentran fuera de su órbita. Entre los dos abonos tradicionales toca turno a las novilladas, y para el domingo 29 de julio se había anunciado la presentación de Juanito Jiménez, que ha metido ruido por provincias, en terna con los mexicanos Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado”, utreros de Torre Abad, antes Gamero Cívico. Pero Jiménez se cae del cartel a última hora y él único reemplazo a la mano es el veterano novillero madrileño Cecilio Barral. Pasado de edad y desentrenado, Barral resulta cogido y conmocionado al estoquear al astado que abre plaza. Y los mexicanos se quedan con el resto del encierro.

El acabose. Garza, alternativado en Santander el año anterior (06.08.33) pero renunciante a ese doctorado inoportuno e injustificado, ha tomado un segundo aire de la mano precisamente de Eduardo Pagés. Y tiene con su paisano Luis Castro cuentas pendientes. Su primer novillo no le facilitó el desquite y El Soldado sale a comerse al tercero, quietos los pies desde el primer lance y tremendo en quites, en duelo a tumba abierta con su regiomontano rival. Picado, con el público en pie, Luis pide banderillas y obsequia a los madrileños con un segundo tercio cuya emoción crece de par en par. Lo mismo que la faena, en la que se atraca de toro en todo momento y además corre la mano con marcado acento personal provocando formidable, creciente alboroto. Y cuando llega el momento de la estocada… pero mejor dejemos que quienes lo presenciaron nos lo relaten:

“Tenía prendida la atención del espectador que, sin saber por qué, seguía sin pestañear los movimientos de toro y torero. Cuadró éste, y aquél pasó la visita por los tendidos y después, como la cosa más natural del mundo, arrojó la muleta a sus espaldas, sacó parsimoniosamente el pañuelo de su bolsillo y, con él en la izquierda, arrancó a herir guapamente y dejó media estocada lagartijera que tumbó patas arriba al astado. Lo que vino después fue una verdadera apoteosis: las dos orejas, el rabo, vueltas al ruedo, dos salidas a los medios, aclamaciones, un verdadero delirio.” Así lo describió Eduardo Palacio Valdés (ABC, 31 de julio de 1934). Su colega de La Voz de Madrid (misma fecha), firmó con la inicial “M” su propia versión del suceso: “El Soldado querido lector, hizo lo que hacían antes los novilleros buenos: arrimarse… hubo muletazos primorosos,.. pero lo que importó fue la decisión, el coraje, el gesto… Y el gesto se redondeó, tomó caracteres épicos cuando, igualado el novillo, El Soldado arrojó la tela escarlata al suelo, sacó tranquilamente del bolsillo de su casaquilla un pañuelo blanco, lo flameó y lo utilizó a guisa de muleta mientras colocaba el acero en todo lo alto, salía el artista limpiamente por los costillares y rodaba el bravo animal sin puntilla. Hubo un momento de estupor. Y acto seguido, la reacción entusiasta, larga y densa, dos vueltas al ruedo y el corte de las dos orejas y el rabo.”  En esto último no hay discrepancias: Luis Castro cortó, en el Madrid de antes de la guerra, el rabo de un cuajado novillo de Torre Abad.

¿Cómo respondió Lorenzo Garza a un reto que no podía ser más directo? Con un desborde de carácter digno de su justa fama posterior. Si su primer morlaco había dado poco de sí  —y conste que no dejó de estar valiente con él—, le salió al cuarto sin que se lo corrieran y puso a la plaza en ebullición desde el primer momento. De nuevo, el tercio de quites —dos y dos— fue de locura. Como la faena del neoleonés, inexplicable por cómo conseguía que los pitones libraran su cuerpo a cada pase, a cada alarido de la multitud. El cómo lo mató merece que recurramos de nuevo al testimonio inmediato: “El cuarto fue un verdadero toro, y bravo, además… Lorenzo se fue la centro del ruedo, brindó al público y, con la montera bajo los pies, citó al bicho, que estaba en terrenos del 10. Se arrancó éste como un rayo e impávido aguantó el espada en un pase por alto, maravilloso… siguió toreando valiente, parado, erguido, mandando soberanamente sobre le brío del animal, y cuando cuadró éste, tiró la muleta y sin nada en la mano izquierda entró a herir con mil toneladas de valor en el corazón y su misma sonrisa en los labios, señalando un gran pinchazo… y ya con la muleta se volcó sobre el morrillo en magno volapié. Fue explosivo el entusiasmo del público y se le concedieron las orejas y el rabo” (ABC, ídem).

Esto afirmó Palacio Valdés, aunque su colega “M”, de La Voz, no coincide en los detalles. Sí en el impresionante inicio de faena: “colocó la montera en el suelo y en el hueco de ella metió los pies para no poderse ir y en tan gallarda actitud citó al toro y dio un maravilloso, imborrable pase por alto”, pero no en lo del rabo, ya que “después de la espléndida faena, para entrar a matar, arrojó el trapo rojo al suelo, como El Soldado, pero ni siquiera sacó el pañuelo. A cuerpo limpio citó a recibir y señaló un pinchazo soberano en la misma cruz… la ovación fue ensordecedora… Garza, borracho de aplausos, precipitada e irreflexivamente, volvió a entrar sin estar igualado el novillo y recibió un revolcón terrible, dejando arriba dos tercios de espada. El Soldado le hizo a su camarada un quite impresionante y el novillo dobló enseguida. Garza, al levantarse sin daño, cortó las orejas de la res mientras el público, electrizado, tributaba a los dos mexicanos una de las ovaciones más grandes y más prolongadas que recuerde este revistero. Garza y El Soldado dieron la vuelta al ruedo y salieron juntos a los medios a saludar tres o cuatro veces. No olvidaremos nunca esta fecha del 29 de julio de 1934.” (La Voz de Madrid, ídem).

Aun cortó Lorenzo una oreja más al quinto novillo, brindado a su colega Ricardo Torres     —también mexicano y también triunfador reciente en el coso de la carretera de Aragón—; El Soldado, por su parte, estuvo valeroso y breve con el difícil cierreplaza, y al final ambos fueran paseados en hombros en medio de un verdadero tumulto y con toda la plaza hablando de un inminente mano a mano. Palacio Valdés se hizo cargo sin tapujos ni dudas de tal vox populi precisamente en la entrada de su crónica: “Es la única manera en que se concibe un mano a mano entre toreros: cuando el público los ve encelados, emulándose, compitiendo sin trucos ni compadrazgos… el domingo, mediada la novillada, empezó a gestarse un mano a mano  entre los diestros mejicanos Lorenzo Garza y Luis Castro “El Soldado”… mano a mano que habrá de agotar los billetes en cuanto se abran las taquillas.” (ABC, ídem).

Segundo capítulo, segunda apoteosis. Por las razones que sea, el mano a mano no se produjo inmediatamente. A cambio, el jueves 9 de agosto Lorenzo y Luis volvieron a partir plaza ante la cátedra madrileña llevando esta vez como alternante al baturro Miguel Cirujeda para despachar reses de Juan Sánchez, de Terrones. Por supuesto borraron a su alternante, y Palacio Valdés, luego de apuntar que el aviso de “No hay billetes” en las taquillas se fijó días antes, señaló que “la expectación que la fiesta provocara obliga a la memoria a retroceder no unos años, sino varios lustros… Había general nerviosismo entre los espectadores, el que en vano trataban de combatir los agoreros con la consabida frase: “Cuando hay una expectación como la de hoy, nunca ha salido bien la corrida. Pero fracasaron ruidosamente las cornejas, ya que la novillada no solo respondió a la expectación, sino que aun elevó ésta a mayor grado”. (ABC, 10 de agosto de 1934).

Lorenzo, imparable, desorejó a sus dos novillos. Luis se sobrepuso a las dificultades de su primero para cortarle la oreja luego de repetir la suerte del pañuelo al entrar a matar; también se arrimó como desesperado al impropio quinto, por lo que fue ovacionado. El tono de la rivalidad entre los dos mexicanos, sin ceder ni dar cuartel, había tomado unos derroteros a los que los públicos españoles no estaban acostumbrados. Y seguramente, la más febril manifestación del enconado duelo entre Lorenzo Garza y “El Soldado” en aquellas novilladas de feliz recuerdo se dio en los tercios de quites compartidos. Gaoneras, tapatías, mandiles, faroles de pie y de rodillas, lances de Chicuelo, vizcaínas, remates variados y valientísimos. A la sacudida emocional provocada por uno respondía el otro con una intervención aún más osada. Ante semejante estado de cosas poco importan discrepancias —usuales entonces— en el número de apéndices cobradas por Garza, pues mientras el cronista del ABC le atribuye el corte de una oreja a cada novillo, el de El Liberal puntualizó desde su encabezado: “En la extraordinaria novillada de ayer Garza cortó tres orejas y El Soldado una.”

El caso es que, por segunda vez consecutiva, ambos salieron de la plaza en hombros y fueron paseados así por las calles de Madrid. Ya nada evitaría que el ansiado mano a mano se llevara a cabo, y la empresa lo anunció para el jueves 23 de agosto. En torno al ya cercano aniversario de esa fecha veremos cómo se dieron las cosas.

Y a la misma hora, Armilla Y “Clavelito”. Que la ola azteca era ya imparable lo confirma el suceso del mismo 29 de julio en la monumental de Barcelona. Alternando con Juan Belmonte, nada menos, y Marcial Lalanda, nada más, Fermín Espinosa “Armillita” le cuajaba a “Clavelito”, bravísimo colmenareño de Justo Puente, una de las faenas más asombrosas hasta entonces presenciadas. Tan completa fue la lidia de “Clavelito” y tan excepcional la faena de Fermín, verdadero monumento al pase natural,  que el público catalán sólo colmó su exigencia de trofeos cuando el maestro y artista saltillense tuvo en sus manos las orejas, el rabo y las cuatro patas del histórico ejemplar.

Algo sin precedentes se estaba moviendo en los cosos y las conciencias de la España taurina. Para regocijo de los públicos y no tanto del stablishment dominante.

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