Hoy por la mañana, al enterarme de la muerte de mi entrañable amigo, revisé la que, hoy lo sé, fue nuestra última charla, el 17 de abril pasado. Hacía tiempo que no contestaba mis llamadas porque se fatigaba mucho al hablar. Su salud empeoraba, llegó la pandemia y le recomendaron no salir, era lógico. Me envió una foto con su pastel de cumpleaños por su aniversario número 66 en la que se vi a un José Luis cansado, de mirada triste como la mía hoy, con su nieto mayor sentado en sus piernas. En su mensaje que he releído muchas veces para sentirlo cerca y vivo, encuentro la valentía conforme de quien vislumbra que el fin se acerca y lo acepta. Le digo que no le conviene vivir en Puebla, por la altura y concuerda conmigo que lo mejor es mudarse a Acapulco, bromeo diciendo que me mande su nueva dirección para “caerle”, él contesta que “claro, con mucho gusto” y yo me voy muchos años atrás y rememoro la de noches que pasamos juntos, entre amigos, cantando y bebiendo hasta amanecer yendo desayunar a Vips del Boulevard sin haber pegado uno ojo. Casi que lo escucho cantando “… se me reventó el barzón y sigue la yunta andado” y a mí se me revientan las ganas de abrazarlo con toda la amistad que siempre nos unió y que este viernes extraña su respiración entrecortada. Era el único que se sabía la letra completa, tenía una memoria privilegiada que almacenaba datos, sobre todo, de Historia y de historias, de Puebla y de los poblanos.
Me dice que está “muy deteriorado” y yo me niego a imaginarlo así porque cuando pienso en él veo a un Pandal jovial, afectuoso y protector de sus amigos y recuerdo la noche en que se organizó una trifulca en un conocido restaurante del centro porque a un borrachín se le ocurrió acercarse a besar a Marilupe. A la voz de “es mi hermanita”, poco faltó para que el hombre perdiera por lo menos dos dientes. ¡Las carcajadas que dábamos al narrar los hechos! Le decíamos “el joven Pandal” tal vez porque tenía algunos rasgos de la juventud: nobleza y generosidad. Sí que era generoso. Yo no olvido -y creo que Rubén tampoco- cuando le obsequió el boleto de avión México-Buenos Aires a Rubén “el mono” Izarrualde que no tenía como ir a su país a operarse un tumor en la tiroides.
No sé cuándo nos dio a él y a mí por decirnos “compañeros”, pero así nos decíamos porque coincidíamos en ideas, en el gusto por la lectura de poesía y el buen decir. A lo largo de más de treinta años de convivir con José Luis, no recuerdo haberle escuchado “palabrotas”, me parece que no era afecto a ellas y no por puritano sino porque su manejo del lenguaje le permitía prácticamente todo. Mi compañero podía seducir con su discurso o lacerar. Ser galante “a la antigüita” o ser mordaz. Soltaba citas y frases célebres a su antojo y su sentido del humor era fino como lo eran sus palabras. ¡Cómo duele usar los verbos en pasado!
Sé que escribía en Facebook pero nunca lo leí. Manuel dice que él y yo somos más book que face, pero me precio de haber podido leerle la mirada. Esa forma íntima que solo da la complicidad que nace del cariño y la amistad verdaderos. Porque a Pandalito lo quisimos a la buena. Nuestra casa y nuestra mesa siempre estuvieron dispuestas a recibirlo como lo estuvo su corazón para nosotros. El mensaje de abril, más o menos termina así:
Yo: la vida es eso, compañero. Ir a lugares inesperados y descubrir sus bondades. Me gusta tu arraigo a la vida… Manuel dice que te manda saludos.
J.L.P.: Abrazo para él y beso para ti.
Yo: Muchos de los dos para ti, compañero querido.
Querido, entrañable compañero. Me quedo con esta última conversación, con tu presencia y tu ausencia que nunca será cierta del todo. Buen viaje.
San Andrés Cholula, 23 de abril de 2021.
Alma Janintzitzio Sánchez Porras.