Miércoles, abril 24, 2024

Hans Kung: una economía decente

Destacamos

«Se requiere urgentemente una reorientación

 hacia una economía más decente,

sostenida por principios éticos».

 Hans Kung

 

El martes pasado (6 de abril de 2021), falleció Hans Kung, sacerdote y, sobre todo, uno de los críticos del poder y facultades del Papa; así mismo, uno de los teólogo más representativos de los últimos años. De su teología, de una tendencia contraria a la del papado de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, lo dejamos a los que saben del tema. Sin embargo, también fue un analista y crítico de la economía y la política mundial.

Incursionó en conocimientos de la filosofía, política y economía; en las problemáticas de la humanidad actual, como la globalización, en los «pros» y «contras» de esa tendencia hacia la que se está inclinando la historia. Cita el autor: «Las empresas de ámbito global se sustrajeron crecientemente al control de los Estados nacionales, sobre todo cuando se preveía una política hostil a la industria o cuando la presión fiscal era en exceso elevada» (Küng, Hans, Una economía decente en la era de la globalización, Madrid, Editorial Trotta, 2019).

Una de sus obras más representativas en la disciplina de la economía fue Una economía decente en la era de la globalización, donde hace un análisis del capitalismo actual, denominado «capitalismo salvaje» o «neoliberalismo», que no tiene mucho que ver con el primer capitalismo de tendencia productiva y no tan especulativa; habla, pues, de un actual capitalismo meramente financiero: «Con la globalización, las crisis no se controlan de antemano, sino que quizás se aceleran. Se confirma, pues, la sospecha de que la teoría del caos podrá aplicarse también a la economía».

En su obra sobre la economía decente, hace hincapié en que, en estos tiempos, ese capitalismo financiero, ese que, en tanto se luche por mayores ganancias, mayores utilidades, devorar la competencia, monopolizar el mercado, es el mal que aqueja a la humanidad por su producción de grandes desigualdades, por la dependencia que establece entre millones de habitantes y las decisiones de unos cuantos.

Sostenía el escritor: «La globalización de la economía y la tecnología requiere un control global mediante una política global. Pero la economía, la tecnología y la política globales precisan ser fundamentadas mediante una ética global». Hoy, incluso con la pandemia, es más latente esta sentencia; pues las naciones aisladas poco pueden hacer al respecto, no tienen muchas opciones ni capacidad para resolver sus problemas locales, que se han convertido en verdaderas catástrofes globales. Por ello, se observa a la globalización más como un mal que como un bien para la humanidad.

El reto de poner por arriba de la economía a la política y, más apropiadamente, al derecho es uno de los más actuales debates; porque las grandes empresas y corporaciones están plenamente convencidas de que siempre habrá una nación en donde puedan establecer sus sedes para, desde esos lugares (sean los Alpes suizos o el calor del caribe), puedan seguir gobernando el mercado mundial.

Quizá, al respecto de esta problemática, las naciones, con el afán de perseguir a esas grandes corporaciones, acaban «pescando» medianas y pequeñas, que no son las que han causado el desastre financiero; con las cuales lo único que sucede es que quedan presas y sirven de chivos expiatorios para que las naciones justifiquen que están haciendo algo para combatir los grandes monopolios afectando, claro, a quienes no corresponde dañar. Por ello, observamos tantas empresas nacionales alicaídas, clausuradas, cerradas, etc.

Al respecto de una economía mundial más decente, sostiene el profesor: «Ser auténticamente humanos en el espíritu de nuestras grandes tradiciones religiosas y éticas implica no confundir la libertad con la arbitrariedad ni el pluralismo con la indiferencia frente a la verdad». Pareciera que eso es lo que se requiere, una sociedad más plural y, sobre todo, más igualitaria, pues los esfuerzos de unos cuantos se ven evaporados por la ausencia del trabajo coordinado y organizado de otros que resultan imposible de alcanzar. El problema es que, si bien se sabe cuál es el mal de la humanidad actual, qué es lo que la aqueja, son muy pocos los que en realidad se han puesto a dar alternativas que permitan resolver este problema.

Finalmente, sostiene el autor: «En todos los sistemas sociales y económicos que tengan como objetivo crear igualdad de oportunidades, justicia distributiva y solidaridad, una meta importante es eliminar el hambre, la ignorancia, la pobreza y la desigualdad en el mundo entero». Desafortunadamente, para tomar ese camino, es necesaria una coordinación mundial que está muy lejos de llegar, pues, así como en los individuos hay grandes desigualdades, lo mismo sucede con las naciones. Pues bien, allí quedó el legado de este autor Hans Kung: apelar a una economía decente. (Web: parmenasradio.org).

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