No recuerdo exactamente cuándo sucedió la reunión que narré en mi columna “Entrepanes” publicada en La Jornada de Oriente hace casi 25 años. Mario Marín Torres era presidente municipal (1999-2002) y había cancelado el Programa Municipal en Defensa de los Derechos Humanos donde atendíamos a las personas dedicadas al servicio sexual y nos reuníamos en una casona del Centro Histórico de Puebla.
En esa ocasión llegó Nayeli; había adquirido VIH y a pesar de seguir todas las indicaciones y cuidados, desarrolló Sida. De su propia voz supimos que no faltaba mucho para que hiciera su transición y quería despedirse de nosotros. Cuando salió acordamos estar atentos (yo en particular) para apoyar con sus exequias y cumplir con lo que ella nos había pedido como último deseo y hacerle una misa para despedirla.
Había muerto Nayeli y esta es la historia de lo que sucedió en nuestra siguiente reunión que el 9 de octubre pasado @GabrielleChumacero, en entrevista en su programa “Visibilidad Trans” me la mostró en radio RTX en facebook, (les comparto el link); la traía en su bolsa. En ese entonces, recorté tantas copias requerí, las mandé a enmarcar y se las regalé a todas y cada una de ellas para que no se les olvidara. Veinticinco años después, @GabrielleChumacero en pleno programa la sacó para que yo supiera que a ella no se le había olvidado. La reproduzco:
El regaño
(Con amor a mis putos para que no se olviden que sólo cuando mueres, todos los días son domingo)
“¿Y usted?”, pregunté con gran énfasis a otro gay al continuar con el interrogatorio que esa mañana me develaba la grave crisis en que nos encontrábamos como grupo. “Me quedé dormida”, respondió. Indistintamente volví la mirada al que fuera que se cruzara en el camino. “¿Y usted?”, volví a cuestionar, y otro gay respondía queriendo justificarse: “Es que me salió un cliente y pensé que después de trabajar me daría tiempo para ir a la misa”. “¿Y usted?”, volvió a preguntar a cualquiera. “Es que yo tuve un problema que urgía resolver”. “¿Y usted, y usted, y usted?” señalé a todos y cada uno de ellos. “A mí el puto no me caía bien porque todo el tiempo estaba bufando… es que a mí no me gustan las iglesias… es que lo despedí a mi modo… es que tuve que ir a buscar… es que tuve que salir a… es que… es que…”
“Tienen razón, -dije enfática y pausadamente-. Da la casualidad de que, en este mundo, los únicos que no tienen naaada que hacer, son los muertos”. Había muerto Nayeli.
Por iniciativa y decisión del grupo se le haría una misa como último acto de compañerismo para despedirla. Sólo se presentaron siete. Y esa mañana el regaño siguió su cauce cuando arremetí sin piedad: “Ojalá cuando yo muera no tenga que depender de ninguno de ustedes para que tiren mis cenizas al mar. O que mi esperanza esté en que pongan una pinchi flor o enciendan una mísera vela en mi honor porque siempre van a encontrar que tienen algo más que hacer. A quien le deje el encargo, así tenga cáncer o esté moribundo tendrá que tener una prioridad. ¡¿Pá qué chingao son los últimos deseos del muerto?!”.
Y seguí brutal: “Pensé que el caerse bien o mal quedaba saldado con la muerte, que el grupo estaba por encima de los individuos. Si era bueno o malo, ¡ya-está-muerto! Pensé que estaba claro que la única manera de recuperar algo de y para el muerto es por los deudos. Y deudo es quien amó en vida al muerto, el que sufre y se duele de su ausencia. ¡A mí no se me olvida que hace una semana Nayeli entró por esa puerta, se sentó en esa silla y estuvo con nosotros! ¡A mí no se me olvida porque ahora sé que no la voy a volver a ver!
Hice una pausa y proseguí desesperadamente reflexiva: “Y no quiero estar cerca de ustedes porque puede ser que la insensibilidad sea contagiosa y no me quiero contagiar. Cuando muera prefiero que digan que bufé, y no que digan que no sentí. Tenemos dos reglas de oro. Una: no se vale herir a nadie, y dos: no se vale no sentir. Y ustedes han fallado a las dos”.
Otra vez mil gracias @GabielleChumacero