La historia de América Latina tiene la impronta de los golpes de estado, que la derecha y los militares vieron como una forma alternativa a los procesos electorales, como vía para llegar al poder. Fue en los años de 1970 cuando empezaron a proliferar los golpes de Estado en nuestra América y fueron jefes militares, en su mayoría, los que se adueñaron del poder político imponiendo sangrientas dictaduras.
Lo sucedido estos días en Bolivia, surge de un “aparente conflicto electoral”, que se transformó en una acción policial–militar, con el jefe de las fuerzas armadas, Williams Kaliman, y del comandante general de la policía boliviana, Yuri Calderón. Pero en realidad, lo sucedido es una respuesta desde centros de poder continental que ven, con gran recelo, los avances político–electorales de los sectores progresistas que han experimentado en una notable recuperación ante el fracaso de la derecha neoliberal en gran parte de Sudamérica y en México.
La rápida conjunción de factores golpistas en Bolivia (medios de comunicación, grupos empresariales, élites policiacas y militares e injerencia estadunidense), agravaron la problemática natural de un país en un proceso de cambio. Golpismo perfectamente montado por la embajada estadounidense. En este enjuague no podía faltar la deprimente y facciosa OEA atacando a Evo Morales, mientras Lenin Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile masacraban a sus pueblos sin que el gringo ministerio de las colonias (Che dixit) abriera a boca.
Desde la llegada de Evo Morales a la presidencia en enero de 2006, integró y reivindicó plenamente, por primera vez en la historia boliviana, a la mayoría indígena y regresó a la nación el enorme inventario de recursos naturales con el que cuenta Bolivia (riqueza tradicionalmente explotada por las trasnacionales y la oligarquía autóctona), e impulsó la economía de forma por demás notoria y permitió superar muchos rezagos sociales. La economía de esa nación sudamericana registró una tasa promedio anual de crecimiento cercana a 5 por ciento, una de las mayores de la región.
Lo que sigue en Bolivia resulta más que obvio: desarticulación del movimiento popular y al Movimiento al Socialismo (partido triunfador en las elecciones), fin de las reivindicaciones indígenas, retorno de la oligarquía al gobierno y de los bienes de la nación a manos privadas, especialmente trasnacionales, beneficios para la oligarquía de siempre. Vuelta en “U” de la historia.
Esta lectura puede ser vista también a la luz de lo que sucede en México. Un gobierno de centroizquierda, con una marcada propensión a la defensa y beneficio de los sectores más desprotegidos de la sociedad, que enfrenta la intención desestabilizadora de los grupos de poder que han sido desplazados apoyados por algunos generales de segunda y resentidos.
La condena del gobierno mexicano a los militares golpistas y el asilo a Evo Morales desató de inmediato la polémica en redes sociales con opiniones a favor y en contra. Estos últimos son los mismos borolistas que sueñan que algo semejante pase en México.
¡Bienvenido a México presidente Evo!