Miércoles, abril 24, 2024

Glockner: el ritual a don Goyo, en riesgo de ser un espectáculo sin destinatario cultural

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Que las comunidades se organicen por sí mismas y que los funcionarios no metan las manos haciendo una “especie de padrinazgo municipal”, advierte el antropólogo Julio Glockner, porque rompen esas estructuras sociales en las que ritos como el que gira en torno a Gregorio Chino Popocatépetl pueden convertirse en “espectáculos en los que no hay un destinario espiritual”.

Glockner Rossainz señaló lo anterior en entrevista con este diario, luego de lo ocurrido en la pasada celebración del 12 de marzo, cuando el tradicional pedimento y agradecimiento a don Goyo se convirtió en un periplo de funcionarios, mayordomos, policías turísticos y elementos de Protección Civil que subieron al volcán Popocatépetl en medio de un despliegue de camionetas que desfilaron por caminos previamente aplanados por maquinaria pesada enviada por el gobierno.

Frente a las imágenes del tradicional rito que llama, principalmente, a habitantes de San Nicolás de los Ranchos y sus juntas auxiliares a rendir fiesta a don Goyo, el estudioso de los volcanes se mostró asombrado. Frente a sus ojos desfilaron fotografías de policías con chalecos antibalas, de elementos de Protección Civil recostados, de funcionarios que no aguantaron la subida y de cientos de personas –el propio ayuntamiento estimó en 500– que subieron ese 12 de marzo para “celebrar” al volcán.

Observó la forma en que el tiempero Antonio Analco hizo lo suyo por mantener el rito, con ese balbuceo en el que se entremezclan agradecimientos, canciones de llegada y de partida, alabanzas y pedimentos precisos sobre cómo se quiere la lluvia, ligados a la ofrenda y a los regalos que cada año, a través de sueños, don Goyo le pide.

El autor de Los volcanes sagrados, mitos y rituales en el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl, editado en 1996, fue claro al decir que esas imágenes constituyen “una puesta en escena, una escenificación, no un ritual sino la representación de un ritual”, pues, con excepción del tiempero, no “había gente calificada” para hacerlo.

Durante la entrevista, el antropólogo que en repetidas ocasiones ha formado parte de este ritual en el volcán, que también se lleva a cabo en Morelos y el estado de México, señaló que hay varios elementos que abonan a entender lo ocurrido el pasado 12 de marzo. De inicio, recuerda que los cambios se dieron a partir de 1994, cuando “despertó” el volcán Popocatépetl, cuando la opinión pública –los medios de comunicación, los investigadores, los vecinos mismos– “se encontraron a don Antonio” y conocieron lo que contaba: cómo siendo niño, mientras caminaba por las faldas de la montaña, un hombre desconocido apareció ante él y dijo llamarse Gregorio Chino Popocatépetl, lo que le llevó a convertirse en tiempero, en el nexo directo con el espíritu del volcán, con quien se comunica por medio de sueños.

Otro momento importante, agrega el investigador, fue lo sucedido en 1995, cuando Nazario Galicia Lucio, quien era rezandero de don Antonio “lo traicionó”, al denominarse también como tiempero y encabezar una procesión de gente de San Lucas Atzala, siendo que este cargo es más bien un don que se da por sobrevivir a la descarga de un rayo o bien al ser nombrado directamente por don Goyo.

Incluso en 2016, como parte de la denuncia que hicieron pobladores de Santiago Xalitzintla a La Jornada de Oriente de la intromisión de una televisora nacional en el ritual, el cual pretendía ser grabado en su totalidad, Nazario Galicia fue desconocido como tiempero por la población y señalado de realizar un segundo rito exclusivamente para la televisora.

Glockner recordó que otro quiebre ocurrió en 2017, cuando la historia de vida del tiempero Antonio Analco y su relación con don Goyo quedó reducida a menos de cinco páginas en el libro Lectores de la naturaleza. Memorias de un hacedor de lluvia, un proyecto auspiciado por el Programa de Apoyo a las Culturas Populares y Comunitarias (Pacmyc) coordinado por el antropólogo Alberto Diez Barroso Repizo.

Aquella vez el quiaclaxque –como se llama en náhuatl al tiempero– tenía la ilusión de ver sus narraciones contenidas en un libro que fuera digno de presentarse ante su familia y su comunidad; no obstante, el resultado de aquel esfuerzo fue un volumen que reunió “las ideas” de historiadores, antropólogos y etnógrafos del INAH y la Escuela Nacional de Antropología e Historia que reflexionaron sobre el agua como elemento ritual.

“Tenía 8 (años) cuando lo conocí (a don Goyo) y ahora a los 70 me salen con estas jugadas”, expresó aquella vez don Antonio, acompañado por su esposa Inés, quien denunció que por lo ocurrido en Santiago Xalitzintla nadie les hablaba y los mayordomos –otras figuras principales de la comunidad–  los ignoraban no solo por la manufactura del libro, sino porque acusaron había recibido dinero a cambio.

“Después de que comenzó la erupción –en 1995–, don Antonio estaba vendiendo semillas en la Ciudad de México, no estaba en Xalitzintla, entonces Nazario se ofreció a llevar a los de Atzala –quienes supusieron que el Popo había entrado en erupción porque no le llevaban ofrenda– a la ceremonia al “ombligo”, que es el lugar donde se hacen los rituales al volcán, y él fuera quien encabezará la visita. Subió Nazario y a partir de ahí él sintió que podía hacerlo, dijo que tenía sueños por su propia cuenta, y luego cuando vino la beca –del Pacmyc– el quiebre se acentuó”, refiere Julio Glockner.

Esas fracturas, acentuadas por la intromisión de funcionarios gubernamentales, destacó el también autor de La mirada interior: Plantas sagradas del mundo amerindio, se ven hoy profundizadas al sumarse aspectos turísticos por la intromisión de las autoridades municipales y de las mayordomías ocurridas este 2022, pues estas ayudan a “exterminar las tradiciones seculares que vienen de muchos siglos” y no pertenecen a la religión católica.

El culto auténtico, refirió, aparece, entre otras, en las crónicas de fray Bernardino de Sahagún, quien hablaba de los ritos de fertilidad que practicaban los “hechiceros estorbadores de granizo”, quienes con plegarias, movimientos corporales y de sus bastones alejaban el granizo y atraían la lluvia a los cultivos; o las de fray Diego de Durán en torno a las ofrendas que se dejaban en el Monte Tláloc.

Precisamente, menciona el antropólogo, el vínculo con Tláloc es directo, pues los antiguos mexicanos veneraban al Popocatépetl como auténtica deidad, estableciendo una relación sagrada con la naturaleza donde los cerros, montañas y volcanes representaban a los tlaloques, considerados los creadores de las nubes, las lluvias, el granizo y el rayo, y servidores de Tláloc, dios de la lluvia.

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