Desde la década de 1980 a la fecha, el desarrollo del capitalismo a escala mundial, denominado globalización, genera en la agricultura un “régimen agroalimentario imperialista y de subordinación”, es decir, un conjunto de normas que organizan la producción, la comercialización, la distribución y el consumo de alimentos y productos agropecuarios a escala mundial en favor de los intereses económicos y políticos de los países ricos, en detrimento de los países en desarrollo.
Dicho régimen se lleva a cabo bajo el dominio monopólico de grandes corporaciones ligadas a los intereses de estas potencias. Su propósito es impedir que los países en desarrollo logren su potencial agrícola sostenible que les permita competir y ser autosuficientes; sin embargo, China es el único país que ha logrado salir de este orden.
Los países de corte neoliberal y la Organización Mundial del Comercio como su brazo operador, trabajan en coordinación para diseñar políticas y legislaciones desreguladoras sustentadas en el principio del “libre mercado”, bajo la falsa orientación de que el intercambio internacional genera una exitosa experiencia de desarrollo en un escenario de globalización.
Los países en desarrollo son obligados a abrir sus economías al comercio internacional mediante tratados de libre comercio leoninos, lo que las expone a la introducción de mercancías agrícolas abaratadas artificialmente mediante subsidios, y desestabiliza su producción agrícola interna, puesto que no pueden competir en costos con tales mercancías. Éste es el caso de Estados Unidos, Canadá y México, que en 1994 firmaron el TLCAN y que el 30 de noviembre de 2018, se firma la renegociación trilateral con Enrique Peña Nieto y Donald Trump bajo el rostro de T-MEC, y ratificado por López Obrador con el fin de conformar un gran bloque comercial y económico, arguyendo que contribuiría al “desarrollo armónico” de la región de Norteamérica.
El rasgo central del régimen alimentario global es una forma de dominio excluyente de los países desarrollados sobre el resto del mundo, lo cual se sustenta en la desvalorización de los bienes alimenticios a nivel mundial.
La exportación de productos agropecuarios procedentes de los países desarrollados hacia los subdesarrollados, constituye un mecanismo de dominio imperialista, ya que significa una competencia desleal denominada dumping. El efecto de esto es que, al permitir la libre entrada de dichos productos, los precios internos se ven presionados a la baja. De esta manera, el abaratamiento artificial y extraeconómico de los productos básicos tiene la función de competir y quebrar a los agricultores de los países que contiendan por la hegemonía.
Para la agricultura mexicana, el imperialismo implica que la toma de decisiones sobre su funcionamiento se deja en manos de los capitalistas estadounidense las decisiones más importantes de la agricultura mexicana moderna donde están invertidas enormes sumas de capital norteamericano y tecnología, son controlados por los comerciantes de dicho país y tomadas desde Estados Unidos, o bien, las toman los inversionistas norteamericanos residentes en México y con bases comerciales en Estados Unidos.
La profundización de la globalización en la agricultura mexicana, comprendió la severa reducción de la participación del Estado en la promoción del desarrollo económico en general y del agrícola, junto con la liberalización de la economía y la apertura comercial con la firma del TLCAN, así como con la reforma al artículo 27 constitucional.
Grandes empresas trasnacionales en México, tienen el control de la agricultura nacional. Se estima que 20 grandes corporaciones controlan el mercado agroalimentario mexicano: Maseca, Bimbo, Cargill, Bachoco, Pilgrims Pride, Tysson, Nestlé, Lala, Sigma, Monsanto, Archers Daniel’s Midland, General Foods, PepsiCo, Coca-Cola, Grupo Vis, Grupo Modelo, Grupo Cuauhtémoc, Walmart, Kansas City y Minsa. Su control del comercio se expresa en una tendencia creciente en el dominio de cuotas de mercado, favorecido por el manejo de economías de escala, y su integración a las cadenas agroalimentarias globales.
Hablando del maíz, son cuatro las empresas que controlan el 66 por ciento de la oferta y la distribución del grano nacional e importado: Maseca, Cargill, Minsa y Archer Daniel’s Midland. Tal dominio les ha dado a estas compañías un ilimitado poder para especular comercialmente y fijar los precios de los alimentos en México.
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México exporta productos como la cerveza, aguacate, berris, jitomate, tequila, pimientos, brócoli, carne de bovinos, carne de porcinos, camarón, entre otros, aportando una tasa de crecimiento del PIB agropecuario nacional del 2.2 por ciento; pero se ha descuidado la producción de granos básicos para el consumo interno, lo que ha agravado la dependencia alimentaria.
En términos de la balanza comercial, el valor de las exportaciones agrícolas ha aumentado pero el capital y las ganancias provienen de la creciente presencia de las agroempresas trasnacionales en el país.
Los tratados comerciales han permitido la integración de un pequeño segmento de productores empresariales agrícolas a mercados nuevos; sin embargo, los pequeños productores que son la mayoría, sufren los embates del mercado mundial, sumado a la perdida de millones de empleos rurales, migración, pobreza y abandono.
A treinta años de la firma del TLCAN y su ratificación como T-MEC, los resultados económicos y sociales en el sector agrícola, confirman la subordinación de México a un sistema alimentario hegemónico que oprime a la agricultura nacional; debilitada, además por políticas inadecuadas a un contexto global, un presupuesto raquítico y pulverizado en transferencias directas con rostro clientelar, y un grave deterioro de los recursos naturales.
Las recientes declaraciones de Donald Trump sobre México, son simplemente una retórica que implica necesariamente una negociación de alta diplomacia, sin importar que los aranceles se pausen un mes.
Uno de los pilares fundamentales de la “soberanía nacional” de la que tanto se ha hecho alarde recientemente, debiera ser garantizar al pueblo de México alimentos suficientes, saludables, inocuos, accesibles y asequibles; y una de las estrategias es fortalecer la autoproducción nacional de alimentos a través de la agricultura mexicana. Los discursos patrióticos y el fervor nacionalista, contradicen la esencia de la soberanía nacional cuando la alimentación de un pueblo depende en más del 60 por ciento del exterior. Es posible avanzar en la autoproducción alimentaria si tan solo hubiera voluntad de los tomadores de decisión.
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