Martes, abril 23, 2024

Gattaca y la utopía

Allá por 1997 se estrenó la película “Gattaca”, dirigida por Andrew Niccol y protagonizada por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law. En la cinta, se expone un futuro donde la humanidad puede modificar el resultado del embarazo desde la concepción para que el producto tenga las mejores condiciones posibles, libre de defectos (enfermedades congénitas o condiciones crónicas) y con pocas o nulas limitaciones intelectuales y físicas para realizar cualquier tipo de actividad. Al igual que muchas otras cintas o narraciones de ficción científica, se explora la posibilidad, largamente deseada por la ciencia, de burlar a la naturaleza y controlar no sólo la vida sino la calidad que pueda tener. El asunto es que, como se ve en la cinta, existen al menos dos inconvenientes: el primero, que el diseño tiene un costo alto y generalmente está a la disposición de quien pueda pagarlo; el segundo, que la clasificación entre “válido” y “no válido” vendrá adosada a cada persona, dependiendo de sus características genéticas. Por supuesto, sociedades modernas, democráticas y racionales como la nuestra o la que se encuentra representada en la película jamás aceptarán que existe una clasificación de esa naturaleza y lo ocultarán detrás de múltiples fachadas. Pero la realidad es que habría una clasificación y sería indudablemente discriminatoria, en el peor sentido de la palabra. El asunto aquí es si tal escenario es utópico o distópico, es decir, si es deseable o no que tal cosa exista y para qué. La humanidad, como la obra máxima de la creación (para católicos y cristianos) o producto evolutivo por excelencia (para los muy científicos) debiera buscar la perfección no sólo física, sino moral. Y para ello, ha de avanzar y dejar atrás defectos físicos y sociales; habrá de eliminar falencias físicas y vicios sociales y culturales. Y hay que preguntarse, ¿cuál es el nivel de perfección?, ¿cómo se ve?, y ¿quién la determinará?, ¿una comisión?, porque hay comisiones y organizaciones para todo, como la OMS para la salud o el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional para la Economía o la OTAN y el Consejo de Seguridad para la seguridad mundial. ¿Habrá la comisión para la determinación, clasificación, certificación y evaluación de la perfección humana? Eso sería el sueño húmedo de todos aquellos que creen en las certificaciones ISO nuevemilsepaencuálnúmerova y en las evaluaciones de todo lo evaluable que, curiosamente, tienen su origen en el hemisferio norte. Y, por ende, me cuesta mucho trabajo no pensar que tal clasificación estaría realizada por blancos gringos o europeos, del autodenominado primer mundo y varones con la consecuencia de que la perfección sería blanca, gringa o europea y proveniente del autodenominado primer mundo. Y acá, en el designado tercer mundo (por el autodenominado primero), estarían las y los porristas de semejantes masturbaciones mentales (llamémosles, nomás por incordiar “juaitchicans”) que se indignan porque en las Lomas haya restaurantes que parecen de “Insurgentes Sur” o que “esa gente” (la que se dedica a los servicios en general) se atreva a caminar por sus calles sin llevar el uniforme apropiado para distinguirlos como “sirvientas o mozos”.

En nuestro país existió quien comulgó con la idea de la creación de una raza superior, sustentándose en la eugenesia, corriente de pensamiento que buscaba el diseño genético de seres humanos perfectos. El más afamado seguidor de estas ideas en nuestro país fue ni más ni menos que José Vasconcelos. Sin embargo, por más que viera en el mestizaje el proceso para alcanzar los más altos niveles raciales y en el mestizo el instrumento fundamental del progreso de lo nacional y que ello pudiera parecer una cuestión meramente lógica, encierra detrás un pensamiento esencialmente racista. En el artículo “La Raza Cósmica; 85 años de utopía” publicado por la Jornada Semanal el 10 de abril de 2011, Andreas Kurz afirma que el “racismo de Vasconcelos es obvio, su lugar utópico se reserva a una elite mestiza: los negros y asiáticos no tendrán acceso a él, serán eliminados por la ciencia del día, la eugenesia. En otros términos: la utopía de Vasconcelos podría ser realizable porque –así parece creer por lo menos su autor– se basa en procedimientos técnicos medibles. Probablemente este afán realista genera la diferencia decisiva entre la utopía del escritor mexicano y las ideadas por los clásicos del género. Resulta difícil imaginarse que Platón o Moro hayan diseñado sus lugares ideales para el uso práctico. Son mundos artificiales construidos para otros mundos, sólo serán realizables bajo circunstancias radicalmente diferentes a las que predominan en los mundos de sus autores. Nos hallamos ante una tautología: la utopía se realizará cuando se pueda realizar la utopía, mas entonces ya se vivirá en medio de la utopía”. Claro, la utopía de la Raza Cósmica de Vasconcelos no incluía tampoco a los pueblos originarios, pues eran, a sus ojos, un estadio evolutivo en el desarrollo nacional, una especie de escalón previo para llegar a la gracia mexicana. Como agudamente exhibe Paco Ignacio Taibo II al escritor del “Ulises Criollo” en su “Biografía Narrativa de Pancho Villa”: “Vasconcelos deliraría más tarde con esas primeras impresiones de la ciudad de México, en una mezcla de satanización del villismo y patético antiindigenismo: ‘El calzado del norte y el uniforme kaki que los carrancistas llevaban de Texas, salvó a la república de volver a vestir la manta cruda de los aztecas. Nos salvó del retorno indígena el salvajismo de Fierro, que noche a noche fusilaba, por su cuenta y gusto, diez, veinte coroneles zapatistas indígenas’”. Fino Vasconcelos. Acá aventura otro episodio Taibo muy ilustrativo de lo que hablamos: “José Vasconcelos, colado en el carro del nuevo presidente, hizo en sus memorias, a posteriori, una descripción absolutamente rocambolesca, racista y desprovista de veracidad del avance hacia el sur de Villa: ‘… ocupaba ciudades y aldeas, violando mujeres, atrepellando honras y haciendas, ultrajando a los indefensos, cometiendo tropelías […] Insaciable de dinero que ocupaba en sus propios vicios y lujo […] A la oficina de Eulalio instalada en el carro pullman que nos conducía a la metrópoli, llegaban noticias […] experimentábamos el efecto de una pesadilla azteca (como si de pronto) los trece millones de indios empezasen a absorber y a devorar a los tres o cuatro millones de habitantes de sangre europea’”. “Pesadilla azteca” vulnerando a los de “sangre europea”, ¡vaya prejuicio de uno de nuestros históricos ideólogos!

Hay que decir que, pese a que nuestro país se constituyó bajo una ideología centrada en el mestizaje (tanto racial como cultural), lo cierto es que se siguieron privilegiando numerosas ideas coloniales. La “raza cósmica” quedó estupenda nada más para películas de la Época de Oro donde “mestizos” como Pedro Infante, María Félix, Luis Aguilar y Piporro tenían sentido; lo mismo para discursos políticos desde entonces y hasta nuestros días. En la realidad, la utopía deseada en nuestro país es una bien blanca. Y todo lo que no sea blanco ha de blanquearse o eliminarse, como lo que se vio claramente en el crimen de odio perpetrado contra el joven Juan Pablo, el estudiante otomí que fue quemado en una telesecundaria en Querétaro y al que le dediqué la entrega de la semana pasada. Pero aquí hay otra utopía que indudablemente se liga a esa de la raza y es la que propone Popper, según nos comparte Kurz: “Popper formula su propia utopía: la del tercer mundo, el mundo científico objetivo, sin sujeto cognoscente. Se trata del mundo formado por teorías, ideas, hipótesis, experimentos, revistas, academias, libros, artículos, etcétera, pero sin científicos. Se trata quizás de la utopía más consecuente: la racionalidad pura que opera y funciona sin individuos cuya subjetividad es incalculable. No estamos lejos de la diosa Razón de los revolucionarios franceses y, curiosamente, no estamos lejos tampoco de la quinta raza de Vasconcelos. La eugenesia estética, de la que fabula el pensador mexicano, opera de manera subterránea, secreta, sin que políticos o científicos influyan en ella. El tercer mundo popperiano es, de modo parecido, el sustrato subterráneo que garantiza el progreso de las ciencias a pesar de los errores de los científicos, porque progreso ha de haber tanto con Popper como con Vasconcelos”. El asunto con Popper es que está pensando, qué duda cabe, en la racionalidad concebida desde Occidente, producto de la modernidad y la Ilustración. Lo racional se habrá de contraponer a lo irracional, es decir, a lo que no pueda ser comprobado científicamente… y, como adivinará quien lea esto, en ese cajón caben una enormidad de expresiones humanas, especialmente en el denominado tercer mundo, esencialmente “bárbaro” y afectado por la magia y la superstición, donde importa más el Mercado de Sonora que el Mercado de Valores.

Si sumamos ambos conceptos, nos damos cuenta de que un mundo utópico necesariamente habría de ser blanco, occidental (acá los rusos y vecinos no están incluidos) y civilizado. En “Gattaca” se quiere matizar este asunto presentando a otras personas perfectas de otros fenotipos, pero en realidad no es así, pues los tres protagonistas y el resto del reparto (salvo Alan Arkin quien interpreta a un tozudo investigador policial de origen judío) son blancos. La película busca mostrarnos la futilidad de semejante propuesta al ver que una persona “no válida” logra lo que se propone. Hoy la discriminación continúa, montada en viejas estructuras o negando las que existen. Como lo he dicho, México sigue siendo racista, sigue añorando esa herencia europea y detestando la indígena (tanto la que se lleva en la sangre, como la de las personas de nuestros pueblos originarios). Hace poco una alumna me decía asombrada que alguien afirmaba que el mestizaje no existía. En efecto, no existe, es una categoría inventada en la Colonia, junto con muchas otras, para categorizar en “válidos” y “no válidos” a la enorme cantidad de personas que han habitado este continente desde entonces. En realidad, bien vistas las cosas, desde que neandertales y homo sapiens se mezclaron (y quizá mucho antes) en una concupiscencia de deseo y aprecio por el otro (que hoy escandalizaría a nazis, seguidores de Trump, panistas, a los de Vox, Bolsonaro y demás conservadores y puristas), la humanidad es eso: humanidad. La utopía, sin duda, está en otro lado y en realidad no la merecemos.

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