Como tantas “innovaciones” de quienes detentan el poder en este país, la Femexfut se ha arrogado como propia la idea de profesionalizar el futbol femenil, ordenando a los equipos de Primera División que incorporen a sus organizaciones de base un plantel integrado por chicas, con el fin de abrir cuanto antes el primer campeonato de la especialidad, simultáneo al actual Apertura 2017. La realidad no dicha es que fue la FIFA la que ordenó a las federaciones afiliadas que tomasen esta medida, seguramente persuadidos los mandamases afincados en Zúrich de la precaria calidad y el patente desnivel entre las “selecciones” que disputan sus mundiales femeniles, con los descalabros económicos consiguientes, que complican sobremanera la designación de nuevas sedes para la insaciable sed de divisas y mundiales que aqueja a doña FIFA.
Esto sin olvidar el oportunismo de lo políticamente correcto que alienta en las esferas de poder. En todas, públicas y privadas.
En busca de una sana equidad. Los aires del siglo XXI siguen diversas y encontradas direcciones. Como sabemos, una de las más vehementes es ésa que, con sobra de justicia, reclama igualdad de atención, trato y oportunidades para hombres y mujeres. Un terreno que dista mucho de estar parejo.
En el empeño por empujar en esa dirección, el deporte es un tema obligado. Hace apenas tres décadas, por ejemplo, habría sido impensable la existencia de mujeres boxeadoras. Mejor posicionadas están ellas en el golf y el tenis, por más que las bolsas mayores sigan siendo para los varones. Con las mujeres toreras, el problema es que el toro tiene que ser el mismo, mientras que los reflejos y facultades de las féminas difieren de los de sus contrapartes masculinos. Una cuestión difícil de resolver. Y sospecho también que difícil de aceptar por las y los feministas. Digamos que, hasta ahora, en la tauromaquia, no ha habido equiparación posible. Y eso, como en los mundiales de futbol femenil, inevitablemente se refleja en la taquilla. Y en los derechos de imagen correspondientes.
Patente discriminación. De cualquier modo, la liga de futbol femenil “profesional” ya está en marcha, aunque los equipos de Puebla –franja y Lobos– no participen en ella (aquí tienen los reporteros de verdad un buen tema de investigación: causas de tal marginación y razones de que se haya permitido). De entrada, mal empezamos, la federación fijó un tope salarial ridículamente bajo para las muchachas (¡2 mil 500 pesos mensuales: ni para el camión!); naturalmente, los cuadros con economía más boyante (Tuzas, América…) violaron la ridícula norma y están pagándoles bastante más a sus “estrellas”, gracias a lo cual encabezan cómodamente las tablas de posiciones. Como sea, la existencia de dicho tope y lo que conlleva en términos de franco desprecio por la mujer demuestra que los del pacto gavillero, para no enemistarse con la FIFA, recurrieron una vez más a una vulgar simulación, en lo que son probadamente duchos.
El otro efecto es que los partidos de la naciente liga no rebasan un nivel francamente llanero, y así va a ser imposible que lleguen a interesar al público para que el producto “futbol femenil” se posicione ventajosamente en el mercado de la oferta deportiva de paga. Nada que ver con la discriminación, sino con la baja calidad del juego. Esta inocultable realidad seguramente dará argumentos a los que aseguran que el futbol no es para mujeres, y que bien está que lo practique la que así lo desee, pero sin pretender que sus ingresos compitan con los de sus pares masculinos, sencillamente porque el espectáculo que ofrecen ellas dista mucho de los estándares de calidad exigibles. Para colmo, en un deporte de mucho correr y sudar y meter pierna fuerte, ni siquiera les queda el recurso de lucir palmito. Aunque tengan con qué. No pasa como en el tenis, los clavados, el voli y hasta la lucha libre, que parecen hechos a propósito para que el físico de la mujer luzca en todo su esplendor, agregando un plus nada despreciable al espectáculo.
En definitiva, que para que el futbol femenil sea rentable, lo único que le queda es convencer al aficionado de su capacidad para deparar espectáculos de alto nivel, en términos estrictamente futbolísticos. Sólo entonces la igualdad de géneros sería posible. De modo que la pregunta pertinente es sobre si tal posibilidad existe, o si, por el contrario, las chicas deben resignarse a continuar confinadas en el mundo del deporte amateur, malamente etiquetado de “profesional” para algunas de ellas, con salarios de miseria.
¿Disyuntiva falsa? Pero, ojo, la pregunta del párrafo anterior no tiene, por ahora, ninguna posibilidad de ser contestada. Porque mientras el balompié practicado por los hombres lleva ya siglo y medio de historia evolutiva, el de las féminas está prácticamente en pañales. ¿Qué ocurriría si ellas pudieran dedicarle tiempo completo ahora mismo, con la seguridad de salarios decentes y la esmeradísima atención clínica, técnica y mediática de que gozan los verdaderos profesionales del futbol? Porque está precisamente este ahí –y no en cuestiones de género– la raíz de lo que esperan y exigen los aficionados para acudir a los estadios o encender el televisor en busca de espectáculo y emociones.
Para que esa nivelación ocurra aún tiene que transcurrir bastante tiempo. Yo creo que puede llegar a darse, pero sólo a condición de que los clubes profesionales dediquen a hombres y mujeres idéntica atención económica y técnica. Algo a lo que, hasta ahora, han demostrado no estar dispuestos a hacer. Y mucho menos en México, impune paraíso de la simulación, con ausencia flagrante de equidad y justicia.
Modesta sugerencia. Ya que las cosas están como están, y las futbolistas son para las dirigencias del futbol de paga una especie de curiosidad de feria, y no parte de un proyecto integral de promoción deportiva y humana; y dado que no parecen estar dispuestos a soltar un peso más de lo que, de inicio, estableció cada cual para sus correspondientes planteles femeniles, tal vez no sería descabellado que la Femexfut –aunque sea nada más para mejorar la “simulación de género” tan a regañadientes emprendida–, ordenara destinar exactamente la mitad de los ingresos por concepto de televisión que perciben los “clubes” para atender profesionalmente a sus planteles femeniles. Y tampoco estaría mal que las marcas que promueven sus productos a través de dichos “clubes” establecieran, como parte de su código de buenas prácticas, una cláusula condicionante de equidad de género en el mismo sentido.
Entiendo que más que recomendaciones viables se trata de sueños guajiros. Pero detrás de ellos está la convicción de que la mujer puede llegar a ser tan apta como el hombre para hacer futbol de alto nivel, aunque para ello se requeriría prestar a unas y otros exactamente la misma atención y recursos. De lo contrario, los equipos de damas adosados a los clubes profesionales seguirán siendo un pintoresco agregado, para que la FIFA y federaciones afiliadas finjan que están al día en asuntos de equidad de género, y la mujer siga siendo un complemento en situación de inferioridad con respecto al hombre.
Puebla sí, Lobos no. Indignación en las filas del Rebaño contra el árbitro Roberto Ríos –gol anulado a Salcido, expulsión de Jair Pereira, penal en el área poblana, muy dudoso todo–. Lleva cinco fechas sin ganar y ya es dueño del sótano que le heredó la franja. El 1–0 (volea de Zamora a los 42’) supone un enorme respiro para este Puebla urgido de puntos. Y rudo mentís a los insensatos que compararon al Guadalajara actual con el campeonísimo, sólo porque se enrachó y ganó la liguilla última.
En CU cayó Lobos ante un equipo superior en todo –plantel, rodaje, autoestima, capacidad de resolución…–. Pero bien por la actitud competitiva de la manada, fiel a la consigna de jalar parejo, obstruir todas las acciones del rival y buscar el arco de enfrente, aunque cueste digerir la soledad de Oribe para cabecear el gol del triunfo (2–3). El América –ninguna maravilla–es de los favoritos al título por esas cosas que tiene nuestro futbol. Mejor dicho, el de los del pacto de gavilleros.
Debacle culé. La Supercopa de España no solo revivió el inevitable choque Real Madrid–Barcelona. Demostró, con hechos, que actualmente existe una distancia insalvable entre ambos. Agravada, sí, por la vergonzosa fuga de Neymar, pero latente desde que el Barça fue abandonando paulatinamente las directrices tácticas, técnicas y estéticas de los años de Pep Guardiola, basadas en la escuela holandesa de Rinus Michels y Johan Cruyff. 1–3 en el Camp Nou y 2–0, sin pisar el acelerador a fondo, en el Bernabéu, dan un 5–1 contundente. Pero por encima de los números está su significado más profundo. Algo así como el final de una era dorada. Para el Barcelona y para el futbol.