En la exposición …y luego se tornará resquicio Luis Felipe Ortega, no se trata de estar frente a la obra, sino en la obra. Como frente a un horizonte, el espectador tendrá que usar su cuerpo, ser su cuerpo, para atravesar, rodear, observar y habitar la serie de 33 piezas que el artista exhibirá desde el 5 de febrero y hasta el 23 de mayo en el Museo Amparo.
“Nos hemos acostumbrado a ir a ver obras. Eso no me interesa, sino estar con ellas para generar trayectos y afectos”, expuso el artista al presentar la muestra que fue resultado de un lento “trabajo de volumen y filigrana, ocupando espacios que a la vez serán ocupados, pues está pensada para transitarse y que haya una experiencia in situ”.
Durante una rueda de prensa virtual acompañado por el director del Museo Amparo, Ramiro Martínez y el curador Daniel Montero, Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) señala que …y luego se tornará resquicio es una “experiencia de recorridos y la manera en que el cuerpo articula experiencias que se multiplican, en la que hay muchos tiempos, muchos soportes, muchos lenguajes y muchos trayectos”.
En ese sentido, el curador definió que la exhibición, misma que “roba” su título de un poema del brasileño Arnaldo Antunes, es producto del trabajo complejo del creador al que es afín, pues ha seguido su labor de manera detallada en los últimos 10 años. Así, no es una simple selección de obra sino de momentos de seguimiento del trabajo del artista, como ocurre con la pieza virtual con bailarines que hacen reflexionar sobre la fragilidad del cuerpo: uno que cae y otro que se levanta, y sus momentos de transición, que tendrá una proyección virtual en la página del museo.
De paso, advirtió que la curaduría es compleja en muchos niveles por lo que está dividida en diferentes problemas. Uno de ellos se centra en tres cosas: el espacio, el tiempo y el cuerpo, que se atraviesan a la vez por otros dos asuntos: el volumen y la imagen. Dijo que en cuanto al espacio, algo que evidente en la muestra, se trató de abordar la complejidad arquitectónica del propio museo con piezas que se hicieron in situ y exprofeso. “Hay piezas especificas con intervenciones espaciales complejas del vestíbulo a la salida: obras que salen del piso, van por el techo, se les atraviesa, en un recorrido espacial que juega incluso con la luz (…) Luis está atento a los detalles, mucho de su trabajo no sólo es escultórico sino de intervenciones arquitectónicas, que son como un disturbio”, sostuvo.
En cuestión al tiempo, el curador refirió que hay una premisa: el horizonte, un asunto que tiene que ver con la manera en que el sujeto se ubica en su contexto, permitiéndole generar una relación particular, una mirada, juntando problemas espaciales y representaciones. “El horizonte invita a relacionarse con el tiempo (…) El tiempo es fundamental en el trabajo de Luis desde varios niveles: el tiempo de recorrido, el tiempo invertido en la experiencia con cada una de las obras, el tiempo que implica la representación de cada uno de los objetos como la pieza Horizonte invertido, que refiere al trabajo invertido en cada una de las piezas, que no es algo oculto sino evidente”. Otras piezas que dejan ver el tiempo son la serie de fotografías que son cruzadas por líneas hechas a mano, que dejan ver cómo “los tiempos se van sobreponiendo en las obras”.
Entre tiempo y espacio y su relación, acotó Montero, hay tensiones diversas: unas que son físicas como es el caso de las piezas El péndulo o Espacio abierto -que se encuentra en el vestíbulo-, así como en las relaciones de tiempo y espacio que hay en cada sala. En ese sentido, destacó que fue un reto museográfico el entender la lógica de la exposición, algo que se logró superar por el equipo del Museo Amparo. Agregó que el problema del cuerpo está disgregado en dos momentos: de la persona que habitará las obras y experiencias, pues sin el cuerpo no se podrán percibir las relaciones espacio/tiempo; y la modificación del cuerpo respecto al horizonte, de la conciencia de estar frente a las obras.
En su caso, el artista Luis Felipe Ortega expuso que las piezas también apelan a otro aspecto de su trabajo: la fragilidad, misma que se ha complejizado con la epidemia, pero que él ha intentado sortear desde antes. Como ejemplo, está la pieza hecha con varillas, con líneas de metal negras que juegan e intervienen el espacio volumétricamente, de forma frágil e in situ. Refirió que hay también dibujos lentos en grafito y tinta china, hechos a la vieja usanza, para ver qué pasa con la saturación. “Es un posicionamiento en torno al horizonte y para que el espectador atento se acerque para ver cómo esta trabajada la pieza”.
Recordó que primero en el performance, el video y la fotografía, y luego en la instalación –concepto que dejó de usar- su obra ha ido hacia el pensamiento escultórico, por lo que en el Museo Amparo corta los espacios con arquitectura, abriendo una experiencia de tránsito. En ese sentido, destacó piezas como La verdad habita en el fondo del túnel, una pieza clave y minimalista que se transita, en la cual el espectador entra y camina 11 metros sobre vidrios encontrándose con un lugar oscuro. “El arte es tensión no sólo en un sentido visual sino afectivo, que conduce a los visitantes hacia ellos mismos. El arte se piensa que es hacia afuera; a mi me interesa que sea hacia adentro, en donde no hay todo que ver sino todo por experimentar”, reflexionó el artista. Ejemplo de ello, es también A propósito del borde de las cosas, un trabajo con grafito que satura varias paredes, y hace que una línea blanca sea una especie de mirilla que permite mirar no hacia afuera, sino hacia adentro.