Francisco Pérez Vicente nació y vivió en la comunidad de Xonalpu, perteneciente al municipio totonaco de Huehuetla, en la Sierra Norte de Puebla. En su tierra ocupó diversos cargos comunitarios. Líder nato, participó como socio fundador de la Organización Independiente Totonaca (OIT), surgida en los años ochenta del siglo pasado y reconocida porque gracias a su lucha se logró establecer el primer gobierno indígena en ese municipio, lo que significó un parteaguas para los movimientos etnopolíticos de la región.
Al conformarse la Unidad Indígena Totonaca Náhuatl (UNITONA) en 2001, que es una red de organizaciones locales indígenas de la sierra, Francisco fungió como su primer presidente. Desde ese cargo le tocó encabezar la lucha por la defensa del maíz nativo frente a la amenaza de las semillas genéticamente modificadas. En aquellos años se habían detectado transgenes en varias parcelas de la sierra, lo que había alertado a los productores nahuas y totonacos.
Como presidente de UNITONA, Francisco participó activamente en las protestas contra las consultas simuladas que durante 2001 realizó el gobierno del estado de Puebla para imponer una “ley estatal de derechos y cultura indígena” que negaba claramente el reconocimiento de la autonomía y libre determinación, según establece el Convenio 169 de la Organización Internacional de Trabajo.
Francisco también fue uno de los artífices de la consulta indígena que promovió la UNITONA en 36 municipios del estado y cuyos resultados permitieron organizar una marcha hasta la sede del Congreso del Estado de Puebla, con dos demandas centrales: 1) que en la constitución estatal se reconocieran los derechos colectivos e individuales de los pueblos indígenas de las sierras norte, negra y mixteca y 2) que la ley indígena que pretendía promulgar la LV Legislatura local, tomara como fundamento los resultados de la consulta impulsada por la organización.
El 6 de junio de 2001, frente al congreso estatal y encabezando el mitin que habían instalado numerosas organizaciones indígenas de Puebla, Francisco leyó el siguiente comunicado: “Durante muchos soles nuestros pueblos en la Sierra Norte han soportado la carga de ser indios, por muchas lunas hemos estado en la oscuridad que se nos ha impuesto, sumidos en la marginación y la discriminación. Nuestras flores se habían marchitado, nuestros cantos habían enmudecido. Nuestras ancianas y nuestros ancianos tenían tristeza en sus rostros porque las costumbres y las tradiciones ya no eran respetadas, y ya no se nombraba Madre a la tierra y Padre al sol. Las niñas y los niños sentían dolor en su corazón porque veían cómo eran maltratadas sus madres y humillados sus padres en las presidencias, en las escuelas, en las iglesias, en las clínicas, en los juzgados, en el transporte, en los medios de comunicación… Pero estos tiempos han cambiado, nuestros pueblos han dicho con firmeza: ¡ya basta! Venimos a pronunciar a los cuatro vientos que nosotros, los pueblos indígenas de la Sierra Norte de Puebla, al igual que todos los pueblos indígenas de México, tras miles de años de historia, 500 años de sometimiento y en un presente amenazante, sobrevivimos en la resistencia porque nuestro espíritu sigue vivo […] que aparezca nuestra autonomía y toda nuestra vida en las leyes de México y de Puebla, y que se reconozca nuestros derechos colectivos: a nuestro territorio y a la madre tierra; a la educación basada en nuestra sabiduría y el respeto; a nuestra lengua propia; a la economía solidaria y comunitaria; a la medicina tradicional; a la nutrición que tiene como base el sagrado maíz; a nuestro sistema normativo comunitario de impartición de justicia; a nuestros acuerdos de asamblea; a nuestra manera de autogobernarnos mediante consejos; a nuestra espiritualidad y nuestra cultura” (Manifiesto por una Ley de Derechos y Cultura Indígena para el Estado de Puebla, 6 de junio de 2002).
La lucha por la defensa del maíz nativo es uno de los grandes legados de Francisco, quien siempre fue generoso con su saber campesino. Sus abuelos le habían enseñado que existe una conexión indisoluble entre el espíritu de las personas y el del maíz: “porque el maíz tiene su espíritu, es como una persona, por eso se cuidan las mazorcas como a un bebé”. También le habían dicho que el maíz rojo cuida a los niños: “porque antes decían que, si tienes un bebé y lo dejas solo en la casa o en su cuna, le pones una mazorca roja y esos maíces lo van a cuidar el bebé. No va a sentir que está solo, sino que va a sentir que está alguien que lo va a acompañar”.
Su padre le enseñó que el maíz tiene un guardián, que es la víbora masacuata y que, si un campesino se atreve a maltratarla o peor aún, a matarla, el espíritu del maíz puede castigarlo con siete años de mala cosecha. También le enseñó a comunicarse con su milpa a través de los sueños. A identificar qué necesitaba, por ejemplo, su abono o un deshierbe. Francisco era un profundo conocedor de la agricultura totonaca y de la agroecología. Organizó numerosos foros, talleres y movilizaciones para defender al maíz nativo frente a los transgénicos, a los cuales veía como una grave amenaza para la agrobiodiversidad de la sierra.
En los últimos años, Francisco Pérez Vicente dedicó su vida al cuidado de su familia, de su parcela y al Juzgado Indígena de Huehuetla, donde tenía el cargo de mediador. Este juzgado ha logrado un gran reconocimiento municipal y regional por la forma pacífica para resolver los conflictos, priorizando la conciliación y la reparación del daño, sin castigo y en el marco de las prácticas jurídicas totonacas.
El pasado jueves 13 de abril, Francisco perdió la vida en el cumplimiento de su trabajo como mediador del Juzgado Indígena. Su partida deja un enorme vacío en las luchas indígenas de la sierra, pero al mismo tiempo queda su memoria como un referente inspirador para quienes seguirán su ejemplo. Francisco entregó su vida a la búsqueda de justicia para los pueblos totonacos. Gracias por todo compañero Francisco, hasta siempre.