Esta semana es la última del periodo sexenal del Presidente Andrés Manuel López Obrador, la siguiente será el relevo y la asunción de Claudia Sheinbaum, que, aunque garantice la continuidad de la llamada Cuarta Transformación, tendrá sus particularidades propias, que ella misma ha señalado como el segundo piso.
Y aunque la transición ha sido tersa, amigable, sin contingencias o desavenencias, en lo político y gracias a factores externos al grupo gobernante, será lo contrario, lo que se expresa en la polarización social, lo cual inquieta por lo dicho por la presidenta electa el pasado domingo en el congreso extraordinario de Morena, donde anunció su solicitud de licencia a la militancia partidista, a fin de que, en su nueva responsabilidad asegurar para todos los mexicanos. Lo cual está bien, pero la percepción pudiera ser otra, sobre todo, por el camino andado en el proceso definitorio hacia la reforma al Poder Judicial.
López Obrador siempre reconoció el derecho de la oposición a manifestarse, a decir con toda libertad lo que pensasen y propusieran, nunca reprimió a aquellos que no pensasen como él y la fuerza que encabezaba, aunque éstos dijesen lo contrario sin razón. Pero tampoco nunca recibió a algún personaje o partido opositor, lo cual, evidentemente no era un rasgo positivo. Lo cual evidencia por qué no obstante reconociera las otras tres grandes transformaciones habidas en el país y su historia, él no haya incluido en su programa y promesas, la convocatoria a un Congreso Constituyente (como se hizo en la Ciudad de México) y dotar a su promovida transformación de los necesarios cambios constitucionales, como si se realizó en 1824, 1857 y 1917.
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Claudia Sheinbaum debiera de cambiar de estilo y actuar de otra manera en su periodo, lo que no quiere decir, dejar a un lado la continuidad, pero si imprimirle un sello propio. Al respecto, en el decálogo presentado en el congreso morenista, destaca el punto donde señala que esa organización no debiera convertirse en partido de Estado, sino seguir su camino propio, lo que no quiere decir divergente. Esto podría ser un elemento diferencial y propio, en relación a la forma de gobernar de parte de López Obrador.
En esta coyuntura transicional, donde en las cámaras quedan todavía por debatirse 17 de las propuestas de AMLO presentadas el pasado cinco de febrero y 4 planteadas por la propia presidenta electa, sería la oportunidad para irlas ventilando de otra forma, lo que no quiere decir, cesión sin más a la derecha y a la oposición. Ésta no lo haría, como no lo hizo en el pasado, además de que la hegemonía se ejerce, el asunto es como lo hagas.
Hablar de continuidad, pero también de segundo piso de la 4T, de cambio con cambio, implica darle su propio sello, de un estilo particular de gobernar, lo que no quiere decir, divorciarse de su antecesor y si manifestar que mantienen el mismo proyecto, principios y programa, pero se actúa con forma particular y propia. El tiempo nos dirá si es así.
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