Concluyó la XXXIII Olimpiada, salpicada de destellos la noche parisina con la visita de un misterioso viajero del futuro que, todo oro y luz, reinstala el espíritu de los Juegos –sus cinco aros simbólicos– sobre un horizonte desconocido. Pero había que marcar la despedida y los franceses lo hicieron a su manera, original y festiva, con un espectáculo de luces y sombras, rock, rap y pop precediendo el convencionalismo de los discursos y las banderas, y el pasaje de la bandera olímpica de la alcaldesa de París a la de Los Ángeles, la sede prevista para 2028, con Tom Cruise como el personaje designado para que, como llovido del cielo, la trasladase a la ciudad que fue mexicana y hoy aloja a Hollywood con todo lo que eso significa. Y una vez allá –vía la videoficción–, pues más rap y más pop, pero a la gringa, con palmeras y encendida arena de playa como fondo.
Cinco medallas, no está mal. Sobre todo porque en México el atleta de alto rendimiento es una especie de héroe que debe forjarse a sí mismo con ayuda y recursos de su familia. Si en los últimos tiempos algo ha aportado el gobierno, bienvenido sea. Pero debemos partir de la convicción de que eso es nada comparado con las facilidades de que disponen los deportistas olímpicos del primer mundo.
Así las cosas, tres platas en parís 2024 son muy de celebrarse. Lo mismo la que la judoka Prisca Awitti obtuvo para abrir boca que las de “nuestros” clavadistas Osmar Olvera y Juan Celaya, tan perfectamente coordinados en sus evoluciones desde el lanzador de tres metros que comprometieron muy seriamente a la pareja china finalmente premiada con el oro. Premio que en este caso algo tuvo de gratuito, porque los jueces, como a menudo sucede, se fueron a la fácil: otorgar más puntaje a los favoritos con tal de ahorrarse complicaciones. Así y todo, la dupla mexicana quedó a solamente 2.07 puntos de Long Daoyi y Wang Zongyuan, de desempeño impecable pero no superior al de los aztecas.
Pero Osmar Olvera Ibarra iba a añadir un laurel más a su fantástica actuación en la última semana al ubicarse solamente detrás de otro par de extraordinarios clavadistas chinos en la prueba individual de tres metros. Si de la plata del primer día él y Celaya declararon que les supo a oro, este bronce consagra la tenacidad y el valor de un atleta de veinte años cuya proyección, por ahora, no tiene techo.
Y otro tanto, un canto al futuro, habrá que entonar en loor al mazatleco Marco Verde, que no alcanzó a revertir en el último round de la pelea estelar de la categoría -71 la ventaja previamente adquirida por el movedizo uzbeko Azadkhuja Muydinkhujaev, tan difícil de pronunciar su nombre como de descifrar su estilo sobre el ring. Pero, hablando de estilo, el de Marco me remitió sin querer a una época en que el boxeo se hacía disfrutable precisamente por lo que tenía de confrontación de distintos y contrastantes estilos, un arco que aproximadamente va del Raúl “Ratón” Macías y el “Toluco” López a Rubén Olivares y “Mantequilla” Nápoles, supremo estilista del ring. El de Marco Verde, aún por pulir, no es ajeno a esa tradición tan mexicana fundada en la esgrima más que en el músculo, que es lo que actualmente predomina. Ojalá que esa presea plateada que hoy celebramos sea el pórtico hacia un provenir que rescate el brillo de aquellos púgiles que, además de mazo, tenían cintura, piernas e ingenio para dar y prestar.
Imposible olvidar, aunque por haber ocurrido en el primer día de competencia se antoje más borroso, el bronce que se colgaron las formidables arqueras Alejandra Valencia, Ana Paula Vázquez y Ángela Ruiz. Tampoco el magnífico trabajo de paisanos no menos esforzados y concentrados en su trabajo que se quedaron en el umbral de ganar medallas, como el pentatleta Emiliano Hernández –a cuatro puntos del podio– o el clavadista Randal Willars, al que errar un clavado crucial privó de toda oportunidad cuando parecía encaminado al triunfo.
Aplauso, también, para Tonatiú López, que por poco no entró en la final de los 800 libres, y desde luego a la indudable mejoría, reflejada en un buen octavo puesto, de las ondinas mexicanas de nado sincronizado. Y como las omisiones son inevitables, vaya el reconocimiento de este columnista al resto de la delegación. Aunque no a Ana Guevara y sus cuentas famosamente opacas.
América Latina, presente. Si México lleva ya 16 años sin coronar un campeón olímpico, países muy afines al nuestro tienen sobrados motivos para bailar y lanzar cohetones. Así Brasil, el país de América Latina mejor situado en el medallero, entre cuyos tres oros destaca la fabulosa rutina sobre piso de la joven gimnasta Rebeca Andrade, que hizo historia al arrebatarle el oro nada menos que a Simone Biles. O Cuba, que aunque muy venida a menos tiene, a partir de París 2024, el orgullo del único medallista de la historia coronado en cinco JO consecutivos en la misma prueba, lucha grecorromana en el caso de Mijaín López, uno d ellos nombres señeros de esta Olimpiada. Como la velocista dominicana Marileidy Paulino, campeona de 400 metros planos.
Sintetizando, Brasil ocupó el puesto 20 (3 oros), Cuba fue 32 (2), Jamaica 44 (1), Ecuador 50 (1), Argentina 53 (1), Chile 56 (1), Santa Lucía 54 (1), República Dominicana 60 (1), Guatemala 61 (1), Dominica 63 (1)… hasta ahí los países de América Latina con al menos una medalla de oro. México ocupa el lugar 63 del medallero, siendo el segundo, detrás de Turquía, entre los que no obtuvieron ninguna presea dorada.
¡Eso es futbol! La Eurocopa y la Copa América, juntas o por separado, le quedan cortas a la final olímpica de París 2024. Y España confirmó no solamente su liderazgo actual, sino la condición de baluarte último del futbol en tanto espectáculo capaz de tocar las fibras sensibles del aficionado y devolverle al deporte rey la emoción derivada de la belleza plástica y el juego ofensivo, como propuesta táctica y como rebeldía valerosa contra el conservadurismo y la mediocridad imperantes.
No necesitó la Roja –esta vez en amarillo– el concurso de Lamine Yamal y Nico Williams, los dos jóvenes maravilla que tanto brillaron en la Eurocopa. Aunque daban sobradamente la edad, España dispone de una generación hija de un giro conceptual ligado a la estética de la Masía y la influencia del futbol sudamericano, no tanto el actual como el clásico, cuya constante presencia en equipos de La Liga es ahora cuando ha hecho explosión, respondiendo al apremio aquel del Flaco Menotti cuando pedía que España se decidiese a elegir entre “ser toro o ser torero”. La respuesta tardó en llegar, pero hoy puede decirse que el balompié ibérico, toreando, no embistiendo, llegó al fin en la cima del mundo.
Francia, que apenas había recibido un gol en seis encuentros, se comió nada menos que cinco en la final. Y cada uno de ellos de factura diferente, como lo exige el canon a los equipos que hacen historia, cuestión distinta a los que solamente ganan campeonatos. La diferencia entre iberos y galos no fue tanto de talento personal como de estilo. Francia abrió el marcador por una doble pifia de defensor y portero, pero la visita no tardó en remontar. Y de qué manera: primero fue una jugada combinada con gran armonía que Fermín resolvió con suave toque a la red (18´); vino en seguida una acción relampagueante por la banda izquierda, con remate a bocajarro devuelto por el arquero y remachado por el mismo ariete del Barsa (25´), y a poco un tiro libre desde el borde del área perfectamente apuntado al ángulo por el capitán Alex Baena (28´). Francia, aturdida, tardó en reaccionar. Cuando lo hizo el meta Arnau se redimió desviando un cercano mazazo de Matetá.
Aprovechando el repliegue estratégico de España, los franceses se adueñaron del balón y el terreno y se mantuvieron encima todo el segundo tiempo. Pero entre que la defensiva ibérica era un muro impenetrable y le faltaba rapidez física y mental a los ataques galos, el segundo tanto local tardó en llagar hasta el minuto 79, en un cobro de falta por Akliouche que cruzó toda el área en busca de un rematador y se incrustó en la red sin ser tocado por nadie. Y luego, en un córner de tantos –Francia lanzó más de una docena–, claro agarrón de Turrientes a Kalimuendo y penal transformado por Matetá (90+1´). Y aunque los f4rancesssalieron lanzados a la prórroga, el conjunto hispano puso las cosas en orden a través de una jugada genial de dos soplentes: Bermabé le filtró un servicio bombeado a Camello y éste resolvió con serena vaselina sobre Restes (100´). Y el mismo Sergio Camello iba a sentenciar la disputa aprovechando un certero pase con la mano de su arquero que, previo sprint en dirección del área, le permitió fusilar a un titubeante Restes (120´).
Total, una medalla de oro para un futbol que vale oro y platino de cara al futuro.
Al final, EU a la cabeza. Cuando parecía que China se adueñaba del lugar de honor, EU levantó el oro que igualaba en 40 los obtenidos por el país asiático, desplazado al segundo puesto por la mayor cantidad de platas y bronces conquistados por su rival, que no sólo lo es en lo deportivo sino en todos los demás ámbitos: político, comercial, tecnológico, etcétera.
Digamos que los JO de París 2024 también en ese aspecto han representado –reflejado, ilustrado, simbolizado…– la disputa del futuro cultural de la humanidad.
Ni modo.