Que se acercaba la “Fiesta de la Democracia”, se aclamaba por acá y por allá… los medios (ustedes podrán imaginar cuáles) se regodeaban con esa frase y políticos de toda naturaleza nos decían que en una verdadera democracia no hay nada más saludable que ejercer el derecho al voto con plena libertad.
Nos invitaban a una fiesta en la cual nosotros tomaríamos la sartén por el mango. Una fiesta en la cual con el poder de nuestro voto nos divertiríamos quitando o dando la confianza a uno o a otro partido o candidato.
Y así comenzó la dichosa fiesta este 7 de julio… fiesta la cual, por haber sido anunciada con mucho tiempo de anticipación (mucho pero mucho más de lo que dictaba la ley) a través de spots televisivos y radiofónicos, bardas, espectaculares, pendones, automóviles, revistas, periódicos, botones y espacios inimaginables, todos podrían esperar que fuese un verdadero éxito.
Sin embargo, la fiesta fue gris… una de esas fiestas en donde nadie se disfraza, no se aparece el mariachi, la comida estaba descompuesta, uno de los novios fue plantado en el altar, nadie encuentra la dirección, no alcanzaron las bebidas o hubo un apagón.
En Aguascalientes 65 por ciento de abstención. En Baja California, Puebla, Tamaulipas y Veracruz solamente 40 por ciento decidió ir a presentar su voto. En Durango, Hidalgo, Oaxaca, Sinaloa y Sonora únicamente tres de cada 10 personas se engalanaron para asistir y hacer presencia electoral. En síntesis: una fiesta en donde la mayoría simplemente desechó la invitación y en la cual varios de los que asistieron lo hicieron para anular el voto, dar su confianza a candidatos no registrados (destaca el caso del CandiGato Morris) o anotar comentarios en los cuales instan a los partidos o a políticos a irse muy a la Chingada (pueblo ubicado en el Municipio de San Gabriel, estado de Jalisco donde curiosamente no hubo elección).
Y el fracaso de la “Fiesta de la Democracia” no quedó ahí… a pesar de la gran inasistencia no faltaron los mala copa que robaban una que otra urna o las denuncias de que el crimen organizado fungía como colaborador de algún partido o aquellos que incluso seguían dispuestos a pagar una buena lana afuera de las casillas para que el voto fuera para su elegido.
Pero todo esto no detuvo a los candidatos o a sus partidarios para que al terminar la noche se declararan grandes ganadores y festejaran extasiados sin entender que no ganaron ellos sino la abstención y el voto nulo, que no tienen legitimidad, que la no voz también dice demasiado, que el país está harto de ellos cualquiera sea su color.