Quisiera comenzar estos comentarios a la obra del maestro Fernando Castellanos remontándome a los primeros años del siglo XIX, cuando el presbítero Antonio Jiménez de las Cuevas creó la Junta de Caridad y Sociedad Patriótica para la Educación de la Juventud, todavía con la autorización de la Corona Española, para enseñar a leer, escribir y dibujar a los niños de escasos recursos de la ciudad de Puebla.
Años después, en el flujo de transformaciones independentistas, esta Junta se convertiría, en 1813, en la primera Academia de Bellas Artes, con sede en la Casa de las Bóvedas. Consumada la Independencia, en 1824, el Congreso del Estado confirmó las actividades de la Academia y se decidió su traslado a lo que entonces se conocía como Casa de Ejercicios del Colegio Carolino, más tarde como Colegio del Estado, hoy Universidad Autónoma de Puebla.
A mediados del siglo XIX, por iniciativa de José Manzo, el Museo de Antigüedades de Puebla y Conservatorio de Artes y Oficios se incorporó a la Academia, que a partir de entonces se denominó Academia de Educación y Bellas Artes, continuando con su vocación original de proporcionar educación gratuita a los infantes de ambos sexos con una escuela de primeras letras para niños y otra para niñas, así como escuelas nocturnas de dibujo.
En esta Academia, a lo largo de su historia, colaboraron artistas como Lorenzo Zendejas, José Manzo, Agustín Arrieta, Daniel Dávila, Francisco Morales, José María Legazpi, entre otros. Ahí se formó y daría clases tiempo después, durante 30 años, el maestro Castellanos.
Menciono esto porque en la genealogía artística de Fernando Castellanos figura su tatarabuelo, Pedro Centurión, quien fuera pintor y director de la Academia de Bellas Artes al mediar el siglo XIX. Pero también está su tío abuelo, Mariano Centurión, pintor y escultor, y Manuel Centurión, su abuelo materno, escultor y autor del monumento ecuestre de Simón Bolívar en la Ciudad de México. Finalmente está su padre, Juan Castellanos, quien fue pintor y uno de los fundadores de este Barrio del Artista a principios de la década de los cuarenta. De modo que el talento y la creatividad le vienen al maestro Castellanos por dos canales genéticos: el materno y el paterno.
Su formación no sólo fue académica, en entrevista con Maritza Flores hace poco más de un año, le comentó que, haciendo dibujos para la industria textil, en lo que se conoció como el proceso japonés antiguo de estampado a mano, desarrolló también la habilidad para el dibujo. Ese proceso hoy se conoce como serigrafía.
Fernando Castellanos se dedicó también, desde muy joven, a la orfebrería con el maestro José López Sánchez, de Huajuapan de León, un maestro al que recuerda con mucho aprecio porque con él aprendió a hacer repujado, a cincelar, armar y soldar objetos religiosos como los sagrarios, las coronas de oro y plata para vírgenes reinas del Cielo y niños Dios, aureolas, incensarios cálices y copones. Este oficio que tanta satisfacción le dio, aunque estuviese mal pagado, fue muy importante en su formación porque le enseñó algo fundamental en la creación artística: la paciencia y la minuciosidad para trabajar una obra.
Una buena parte de su pintura, la que nos remite a la vida cotidiana popular, le ha valido ser considerado como “el cronista plástico de Puebla”, calificativo que acepta con gusto. Pero me parece que su trabajo va más allá de una crónica, es decir, de una descripción plástica de los usos y costumbres urbanos de una época.
Y es que su pintura tiene componentes estéticos que sin alejarse del realismo costumbrista tienen un interesante giro visual y anímico, tanto en la perspectiva óptica del “ojo de pescado” que ha utilizado, por influencia del Doctor Atl, como en el humor y la alegría que hay en su pintura, expresado tanto en lo figurativo como en los colores que utiliza, colores animados que celebran la vida.
Un lugar común en los comentarios sobre su pintura refiere la semejanza de su trabajo con los personajes de Gabriel Vargas. Castellanos acepta la influencia poniendo distancia de inmediato señalando que él no está haciendo caricatura sino proponiendo una estética, tiene toda la razón. Su propuesta pictórica lo acerca también a Renato Leduc y Jaime Sabines en la poesía, a José Revueltas y Jorge Ibargüengoitia en la novela, a Chava Flores y Monedita de Oro en la música.
Fernando Castellanos ha sabido introducir la pintura en su vida, en su manera de sentirla y pensarla, de tal modo que entre una y otra se han desvanecido las fronteras, quedando el gozo con el que ejerce su trabajo, expresado en el júbilo manifiesto en sus pinturas. A los jóvenes, nos dice a sus 84 años, se les debe enseñar el regocijo del arte, es decir, se les debe enseñar la alegría de vivir y ser creativos.
Se debe enseñar a gozar el arte en la música, la pintura, la escultura, la danza, la poesía, es ahí donde es posible encontrar la salida al encierro mental y espiritual en que nos encontramos… Tiene toda la razón.
La lección que debemos aprender de los artistas en general, es que se debe incorporar el arte a la vida para hacer de la vida una obra de arte.
*Artista de la cultura popular urbana 1
[1] Texto leído en la muestra retrospectiva del maestro Fernando Castellanos el 14 de enero en la Sala de exposiciones.