Hablar del libro es hablar de eso que nos hace humanos contemporáneos, afirma Miguel Vélez, el coordinador de la Casa del libro “Gilberto Bosques Saldívar” de la UAP, al recorrer la exposición Actos de lectura: la apertura dialógica, en la que a través de una selección de materiales impresos se habla no solo de la historia de este medio de comunicación y difusión, sino de la historia de la humanidad misma.
Mostrada en este espacio universitario bajo la curaduría de Elba Cervantes y Stephanie Rodríguez, la exposición retoma ejemplos del nutrido acervo de la bibliohemeroteca Ernesto de la Torre Villar particularmente del Fondo Marcela Lagarde.
En ella, a través de varios núcleos temáticos que dialogan entre sí, se responden a dos grandes preguntas: qué significa tener una biblioteca en el siglo XXI y qué quiere decir, qué pone en relieve y qué diálogo propone el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” al inaugurar una biblioteca.
Después de varias pláticas con las curadoras, señala Miguel Vélez, se concluyó que cuando se hace una exposición de libros se proponen lecturas varias de los volúmenes propuestos: desde el tipo de materiales hasta lo que contienen, pasando por sus procesos constructivos y de imprenta.
“Hablar de eso es hablar de cierta forma de la historia de la humanidad, creando esta tecnología de libro no solo para la compilación y difusión de saberes sino para poder dialogar de la historia del conocimiento”, señala el poeta y académico.
Menciona que la exposición inicia con Gutenberg visto como el creador de la imprenta y el sisma de pensamiento que se genera con la Reforma Protestante, y la circulación de la Biblia de manera masiva.
En este renglón aparecen libros como las Ordenanzas del Perú, del siglo XVII, un libro que deja ver la tensión entre libros de reglas jurídicas, con otros como la Biblia que expresa el mito fundante, así como las leyendas y formas picarescas aparecidas en el Quijote, que dejan ver al libro como medio que reflexiona sobre sí mismo.
Vélez refiere que eso da lugar al pensamiento ilustrado de libros con que compilan y comparan el conocimiento en el siglo XIX, como lo son materiales pedagógicos, monográficos, de física y química, y otros con conocimientos científicos.
Estas primeros núcleos dan lugar a la reflexión sobre México: a la mirada propia y la mirada extranjera sobre la Revolución como parte del imaginario de lo que es el país, con memorias y grabados, con libros picarescos y de memorias que reconfiguran las ideas sobre el llano, el desierto, los volcanes, el sombrero.
Se añade una mesa sobre Puebla, con un borrador manuscrito del código sanitario del estado de Puebla, hecho con una caligrafía cuidada y armoniosa, así un almanaque de publicaciones. Aparece la universidad y su director tras la reforma Alfonso Vélez Pliego, con un libro aparecido póstumamente, otros folletos de su campaña y un libro raro: aquel que contiene detalladas fotografías sobre el patrimonio edificado de la UAP.
En una tercera sala, continúa el coordinador de la Casa del libro, aparecen textos más contemporáneos: sobre el feminismo y su contraste con un libro sobre la instrucción eclesiástica del clero regular, otro más sobre “cómo se educa a los varones”, además de reflexiones más amplias sobre la misoginia, la persecución a las brujas y el cruce entre el movimiento feminista y el obrero.
La exposición Actos de lectura: la apertura dialógica llega a la reflexión sobre el marxismo, algo importante para el instituto Vélez Pliego, con una edición del capital de 1935 que dan paso a lecturas sobre el libro como instrumento ideológico que puede ser utilizado para estos y otros fines, como la divulgación de ideas nazis; de estos, aparecen originales de 1933, “que hacen juegos entre libros fascistas y comunistas”.
La muestra cierra con una reflexión sobre el libro utilizado por el capital para aislar y alienar, como ejemplo, se incluyen títulos como Cómo se casó Tolstoi o La vida sexual de Kant, que dejan ver a la sociedad del espectáculo y la vuelta que se le da al libro a mediados del siglo XX que dejan ver la instrumentalización del libro como instrumento ideológico del capital.
En suma, confía Miguel Vélez, se trata de “hablar de quiénes somos, qué leemos como instituto y que la lectura de libros vista en términos de una exposición es una lectura sobre el discurrir del pensamiento humano”.
Así, respondiendo a la pregunta inicial de qué es tener una biblioteca en el siglo XXI, el académico dijo que consiste en facilitar este tipo de diálogo.
“Quién piense que el libro va a desaparecer en pos de las medialidades digitales es que no conoce que el ser humano tiene la necesidad de dialogar también con objetos, la necesidad de portarlos y ponerlos a la disposición del público que no solo es en lo digital, sino parte de una práctica que no se ha dejado de hacer desde las tablillas de arcilla y que gracias a la imprenta se pudo hacer por todos”, concluyó.