Ernesto es el nombre común que reciben los protagonistas del más reciente documental del reconocido cineasta Everardo González. Ernesto son los niños, adolescentes y jóvenes en cuyas manos cargan desde una pistola hasta un arma de alto calibre, artefactos con los que aprenden a jugar, a establecer un juego del poder del que es difícil salir, y más aún complicado acabar.
Una jauría llamada Ernesto es el filme de no ficción que fue estrenado el pasado 10 de noviembre en la plataforma Vix además de exhibido en una serie de foros independientes y cinematecas de varios estados del país, en los que no está incluido Puebla, no obstante su realizador sigue pugnando por llegar a esta ciudad.
En el documental, señala Everardo González durante una entrevista telefónica, Ernesto es un problema: uno que es colectivo, que trasciende clases sociales porque, precisamente, es en este lugar donde se está acostumbrado a estigmatizar. Por tanto, la idea de la jauría, de la manada, del colectivo, es precisamente para recordar que la violencia es un problema en el que toda la sociedad está involucrada incluidas las fuerzas del Estado.
En el filme producido por Animal de Luz Films y Artegios en coproducción con N+ Docs y Films Boutique, de paso, hay una apuesta visual del realizador: aquella lograda por el uso de una cámara-escorpión, un artefacto que permite al espectador ver a los protagonistas en su desenvolvimiento normal del día a día: jugando, montando bicicleta, corriendo por las calles, incluso sonriendo y estando con sus amigos.
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Esta cámara-escorpión, explica Everardo González, es una forma de mostrar el grado de exposición que el espectador tiene hacia lo audiovisual, no obstante cuando el audiovisual toca la tragedia, parece que esta no es vista y se deja de lado muy rápido.
“Trato de poner ese velo de lo que se está presenciando para que pareciera a un juego, y poco a poco va develándose que eso que se parece a un juego es la realidad, una realidad que acaba a los jóvenes de este país. De eso se trata la apuesta: de tratar de jugar un poco con la participación del espectador en la pantalla”, abunda.
De paso, el también director de La libertad del diablo (2017), documental en el que víctimas y asesinos dejan ver el estado de la violencia en México, nota que en Una jauría llamada Ernesto se muestra cómo la violencia entra al entorno masculino como un juego, de la misma forma en que se aprende el uso de las armas, sin tener conciencia si se es muy joven o no para tener un arma entre las manos.
“Simplemente se entra jugando y así lo saben quiénes aprovechan el juego para el beneficio de la violencia. Creo que así fuimos construidos la gran mayoría en este país: ejercimos violencia contra otros, o sufrimos de violencia por parte de otros, por parte del juego, y esta misma manera es la misma lógica para la construcción de la hiperviolencia en el futuro, esa sensación de reivindicación permanente, de posicionarse frente al otro, como que es una persecución constante sobre el poder. Es un poco la construcción de esta película”.
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Refiere incluso que en su primera película La canción del pulque (2003) le ha interesado hablar de cómo han sido construido los varones, haciendo un retrato muy fuerte de la misoginia que hay en el país y de la construcción hiperviolenta de los hombres.
No obstante, en Una jauría llamada Ernesto también hace un acercamiento a las mujeres traficantes, porque han vendido la imagen de que las mujeres no son capaces “para el ejercicio del mal, y sabemos que sí, aunque mediáticamente o en la construcción de la narrativa mexicana es algo que se quiere negar, pues a la mujer se la querido relegar al papel de la víctima. Creo es que interesante empezar a escuchar a las mujeres”.
El también director de Cuates de Australia (2011) estima que en este documental se deja ver la fascinación que hay por las armas al mismo tiempo que revela la forma en cómo las armas empoderan y permiten al que la porta sentirse seguro. Precisamente, añade, la seguridad “es uno de los problemas en los que el Estado no ha logrado hacer sentir a sus ciudadanos”. Así, afirma, un arma regala esa percepción de seguridad.
“Unos dejan de sentirse las víctimas; un ejemplo ocurre con uno de los personajes, una mujer, que sabe que si el resto intuye que tiene armas se verán intimidados. Esas lógicas del ejercicio del poder, del ejercicio de la violencia para defensa o para sometimiento, es gran parte del problema de este país”.
En ese sentido, Everardo González afirma que en el problema de la violencia es importante que el gobierno mexicano en turno reconozca la participación de las fuerzas del Estado en el tráfico de armas, pues son éstas en buena medida las que colocan las armas en las manos de menores.
Lo anterior, continua, se confirma en el relato de quienes trafican armas es que acusan a instituciones fundamentales como la Secretaría de la Defensa Nacional de traficarlas, además de que dejan ver que existe un contubernio, vínculos, relaciones, pactos del crimen organizado con las fuerzas del Estado.
“En mi opinión esa es la verdadera raíz de los problemas en México, pues hay países muy desiguales y no tan necesariamente todos son tan violentos como México, y eso se debe a que no necesariamente todos padecen este vínculo de las fuerzas del orden con las fuerzas criminales”.
Incluso, comparó que en su filme Los ladrones viejos (2007) se deja ver cómo México no ha sido pacífico históricamente, y si bien aquí se muestra una “mirada cándida” del crimen, ya se habla de una lógica y una concepción moral de un país.
“Lo que me ha tocado atestiguar en el paso de los años, algo que no propiamente busqué ni me planteé tocar temas de violencia, es que sí es una degradación moral de las sociedades. En Los ladrones viejos uno de los grandes problemas que aparece es la relación de la Dirección de Seguridad Pública con las fuerzas criminales, pareciera que se va convirtiendo en parte de la cultura y debemos evitar porque nos afecta mucho”.