En el “Título de Totonicapan”, documento desarrollado por las comunidades k’iche’ en el periodo colonial, existe una compleja versión del origen de la comunidad en la que se combinan elementos católicos con la tradición maya. “Este es otro capítulo que voy a relatar, el de la composición del señorío, es decir, el principio de la historia, el cuento del cerro amarillo, del cerro verde del territorio en Pasewán Patulán, y la escritura llamada ‘de la cueva, de la barranca de Tulán’.Entonces cayeron en la mentira, y llamaron ‘un joven’ al sol, y a la luna, ‘una doncella’. Junajpú llamaron al sol, Xbalanquej a la luna. Usic’ Q’uik’ab les dijeron a las estrellas. Nosotros somos los descendientes de los israelitas, de San Moisés. De las parcialidades de los israelitas salieron nuestros abuelos y padres. Vinieron de donde sale el sol, allá en Babilonia (donde) celebraron rituales con el señor Nacxit; (tal fue) el origen de nuestro linaje”. En principio, la anterior cita nos confunde por la intrincada superposición de elementos cristianos, “mexicanos” (o si se prefiere, toltequizados) y k’iche’ presentes en un solo párrafo -que, a ojos occidentales, pudiera parecer rocambolesca- y nos lleva a colocar de inmediato este párrafo en el estante de una librería bajo el título “fantasía” o “ficción”. Pero ¿qué pasaría si colocamos este texto bajo el título Historia? Por supuesto que, a juicio de historiadores de raigambre positivista ultraconservadora, esto no sería Historia, sino el dominio de la mitología y negarían enfáticamente la pertenencia de un texto como este entre sus materiales de estudio y enseñanza. Peor sería si resulta que le añado a la comprensión de ese texto la palabra “oralidad”, es decir, la idea de que ese texto proviene de la historia oral de las comunidades k’iche’ y que, por razones no siempre claras, decidieron acompañarla con algo de escritura y, en no pocas ocasiones, algo de escenificación. ¿Confuso? Claro, debido a que nosotros hemos relacionado la historiografía con lo escrito. Es decir, para muchos historiadores, la historia se encuentra en los documentos escritos y desestiman a priori, es decir, de antemano, cualquier otra fuente que no sea escrita. Para colmo, esos mismos personajes descalifican toda aquella escritura que no haya sido realizada en caracteres latinos pues ello sería dominio de otras disciplinas, como la epigrafía, utilizada para descifrar la escritura maya previa a la imposición del modelo europeo moderno.
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Hace unos días, mi colega Sofía Collado me hizo llegar la referencia a un texto de Guillermo Zermeño “La cultura moderna de la historia: una aproximación teórica e historiográfica” (2002) que aborda el asunto de la Historia, la Cultura y la modernidad, desde un enfoque occidental. Ahí, afirma lo siguiente: “En una sociedad dominada por la escritura que ha hecho de la alfabetización la panacea del progreso se entiende aquella afirmación taxativa de fines del siglo XIX de los historiadores y metodólogos franceses Charles V. Langlois y Charles Seignobos, en el sentido de que no hay historia sin escritura y que, por lo tanto, los pueblos que desconocen la escritura no tienen historia. Esta aseveración sólo se entiende si se le sitúa dentro de una sociedad que tendió a privilegiar un tipo de comunicación basada en la escritura en detrimento de la palabra hablada”. Pese a que el título de Totonicapan del que hablamos está “escrito”, pertenece a un sistema complejo del que el texto es apenas un elemento y donde hay que contemplar la oralidad y la escenificación. No es escritura, pues, no al menos como usualmente es conceptualizada.
Siguiendo con este argumento, tenemos civilizaciones en nuestro continente americano en las que, pese a que han sido profusamente investigadas, no se ha encontrado evidencia de escritura. Casos ejemplares de lo anterior, lo constituyen culturas como la teotihuacana en Mesoamérica o Chavín (1500- 500 aC, aproximadamente) en la zona andina. Por lo que respecta a esta última, en el libro “Chavín”, publicado en 2015 a raíz de una exposición en el Museo de Arte de Lima (MALI), Peter Fux analiza “El concepto de ‘sociedad compleja’ en la arqueología del nuevo mundo” y afirma lo siguiente: “El arqueólogo angloaustraliano V. Gordon Childe (1892- 1957) estableció los criterios que una sociedad debe cumplir para que se la defina como “civilización”, y con ello hizo de este un concepto arqueológico clave, al que hoy en día se equipara con demasiada facilidad con la alta cultura o el urbanismo. (…) Según el modelo de Childe, para poder hablar de una civilización se deben cumplir los siguientes criterios: la sociedad debe estar claramente estructurada, debe contar con una división del trabajo a tiempo completo y con una clase dirigente que administre el excedente de la producción y dirija la fuerza laboral; la población debe, asimismo, estar concentrada en centros urbanos. Junto a proezas colectivas de escala monumental como palacios, templos o sistemas de riego, el modelo de Childe requiere que se haya dominado la metalurgia, el uso de vehículos con ruedas y un sistema de escritura”. Si nos fijamos con atención, buena parte de las civilizaciones previas a la llegada de los europeos no contaban con varios de los elementos de la definición de Childe y, por tanto, no serían civilizaciones. Pero, ¿hay alguien capaz de negarle el estatuto de civilización a Teotihuacan por no contar con escritura, animales de tiro, vehículos con ruedas y el manejo de metalurgia para la elaboración de herramientas y armas? Bueno, no dudo que haya quien lo piense, pero ya cada vez son menos. “Mi principal interés radica -continúa Fux-, más bien, en advertir que aferrarse a una definición restringida de lo que constituye una civilización o una alta cultura en realidad no nos hace avanzar, sino todo lo contrario: impide que encontremos lo que de otro modo podríamos hallar. En épocas recientes, el uso acrítico de términos tales como ‘civilización’, ‘urbanismo’ o ‘alta cultura’ ha causado algo de daño, en tanto la búsqueda de la civilización más antigua del mundo o la primera ciudad tiene, con demasiada frecuencia, una motivación política. Si, por otro lado, optamos por que los hallazgos arqueológicos nos permitan atisbar nuevos mundos utilizando estos mismos términos y conceptos —aunque solo sea porque no tenemos opción—, y si al mismo tiempo estamos listos para modificarlos y adaptarlos a medida que avanzamos, entonces es probable que la investigación misma sea emocionante y que los descubrimientos que arroje sean positivos”. Coincido con el análisis, es necesario comprender que en el mundo han existido numerosas culturas cuya constitución, prácticas y expresiones no se adaptan a estas definiciones occidentales. Por tanto, es necesario también construir nuevas categorías teóricas para comprenderlas.
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Por otro lado, al investigar sobre la cultura Caral en Perú (3000 a 1800 aC), los arqueólogos encabezados por Ruth Shady, encontraron un Quipu, sistema de recopilación de información típico de la región andina y que a la fecha resulta ser un auténtico rompecabezas. En el reportaje “Por qué seguimos sin descifrar por completo los quipus, los misteriosos sistemas de registro de los Incas en Perú” de Pierina Pighi Bel, publicado en el portal de la BBC Mundo en noviembre de 2019 (disponible en https://www.bbc.com/mundo/noticias-50075542), se reporta que “…el doctor Galen Brokaw, profesor de la Universidad del Estado de Montana, opina el quipu es un ‘dispositivo semióticamente heterogéneo’, ya que emplea diferentes códigos en su elaboración. (…) Además de esta complicación, Urton señala que hay unos cuantos quipus (alrededor de un tercio de los que se conservan) que no siguen el sistema decimal de numeración, si no patrones completamente distintos. Urton sospecha que se trata de quipus ‘narrativos’. (…) Cecilia Pardo, subdirectora del Museo de Arte de Lima (MALI), dice a BBC Mundo que según las crónicas coloniales, estos quipus narrativos ‘podrían haber estado contando historias como memorias, hazañas, poemas que los quipucamayoc leían en actividades públicas de manera performática’”. ¿Los quipus son escritura, sistema de cómputo, matrículas de tributo? ¿Son todo lo anterior y más? Pues es muy posible que así sea. Al igual que el texto del Totonicapan, nos enfrentamos a una realidad totalmente diferente a lo visto en Europa y en cualquier otra parte del mundo, lo que implica que los investigadores tengan que desechar todo lo que saben y abrirse con humildad a entender a la cultura en su contexto, comprender su pensamiento y elaborar nuevos modelos. Para empezar, los quipus no están en términos alfabéticos, ideográficos o cualquier otro sistema que conozcamos.
Si creemos que la historia es sólo lo que está escrito; si pensamos que el parámetro para categorizar una civilización es el de Childe; si pensamos que la escritura ha de ser sólo alfabética, logo silábica (como la maya) o ideográfica como la japonesa o china; si nos creemos todo lo anterior, definitivamente nunca tenderemos nuevas perspectivas para comprender el mundo que nos rodea y sólo nos dedicaremos a reproducir el conocimiento producido por alguien más. El mundo es diverso, vale más que lo vayamos entendiendo, en especial si queremos que sea uno más justo. Pero para ello será necesario ser humildes y reconocernos como otros en un mar de otredades, tan válidas unas como las demás.