El desastre de 1985 en la ciudad de México generó un cambio en la sociedad mexicana, del que se ha dado cuenta en múltiples expresiones científicas y periodísticas. Ese cambio fue básico para la modificación de las fuerzas políticas que a fin de cuentas, entre otras cosas, permitieron la llegada de AMLO a la presidencia de la República en 2018 y la aceptación y continuidad de la llamada Cuarta Transformación. Los desastres, que son manifestaciones sociales de un proceso caracterizado por un devenir creador de pobreza y desigualdades, corrupción e ineficiencia (expresada en las omisiones en la seguridad colectiva), tienen un desenlace en la destrucción y pérdida de vidas humanas cuando aparece una amenaza natural o antrópica. Las reacciones de las personas afectadas directa e indirectamente ponen en evidencia la falta de legitimidad de gobernantes. Si, los desastres tienen esa expresión política ya bastante documentada por las ciencias sociales, y la tienen tanto en procesos electorales como en cambios de las organizaciones sociales que optan por otras alternativas de gobierno que garantice su vida digna.
El reciente triunfo de Trump en las pasadas elecciones norteamericanas tiene, entre otras causas, las varias fallas de la actual administración con el tratamiento de prevención y atención de desastres. Eso también explica la magnitud de la derrota de las políticas de la administración Biden-Harris, castigada con el consecuente beneficio del ascenso del magnate republicano la presidencia. Las prioridades bélicas y las enormes restricciones presupuestales federales para hacer frente a amenazas naturales y generar recursos de atención fueron claves y muy notorios asideros políticos de los republicanos para señalar responsabilidades en las pérdidas desastrosas. Este año 5 huracanes recorrieron territorio norteamericano en 25 estados, desde Texas hasta Maine. En particular dos huracanes fueron muy dañinos (Helene y Milton) cuyas afectaciones no solo pusieron en evidencia esas fallas sino que generaron condiciones de crispación social y política en el periodo electoral.
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Hace algunos años dos politólogos norteamericanos realizaron un análisis de datos sobre desastres, el gasto público y los resultados en elecciones que demostró que los votantes “recompensan al partido presidencial en el poder por destinar fondos para la ayuda en caso de desastre, pero no por invertir en gastos de su prevención”.
Estas caracterizaciones de la respuesta social reflejada en elecciones se pueden aplicar a México en el caso del desastre mediado por el huracán Otis en 2023 y las consecuencias del huracán John en septiembre pasado, particularmente en Acapulco. Los desastres pasan la cuenta.
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Actualmente, en Valencia, España, las consecuencias terribles de la DANA del 29 de octubre que suma ya más de 222 muertes inocentes, es atribuida claramente a la indolencia del gobernante regional Carlos Mazón del derechista Partido Popular y a la ineficiencia de las instituciones de gobierno españolas pertinentes en cada una de las fases de los desastres. La población afectada se ha organizado en manifestaciones masivas que piden su renuncia y la de otros funcionarios de su correspondiente filiación política igual de ineficientes. También está en el banquillo el presidente de gobierno Pedro Sánchez por reflejar ineptitud y ser el responsable, aunque no presunto culpable, de las fallas notorias en el orden nacional respecto a la prevención y atención de desastres y, más allá, la Comunidad Europea, esa suerte de liga de monarquías disfrazadas de democracias, también se une a los órdenes de gobierno ineficientes. La reacción social valenciana al desastre se sugiere como otra muestra de los impactos desafortunados que impulsan cambios para beneficio de la población mayoritaria. Los desastres pasan la cuenta.