La semana pasada abordé el tema de la enseñanza del náhuatl en varias instituciones de educación básica en la CDMX como parte de un programa para revitalizar el uso de la lengua, así como para, a través de ello, motivar el conocimiento de la cultura y las tradiciones de nuestros pueblos originarios. Escribí en dos vías, una para evidenciar el racismo y el clasismo presentes en la crítica a la iniciativa y a cualquier otro programa social emprendido por la 4T, sean becas, apoyos a jóvenes o adultos mayores o lo que suene a “socialismo”, “comunismo” o la “venezualización” de México, sea lo que sea que signifique eso. La otra vía fue para reconocer la importancia de la enseñanza de las lenguas originarias como vehículos para la conservación de la lengua y las culturas que van de la mano con ella. Juzgo fundamental realizarlo y no me parece que deba ser excluyente con la enseñanza de otras lenguas, para beneplácito de los más meritocráticos entre quienes lean esta columna. Sí, creo que la enseñanza de lenguas diversas puede ser importante en la formación de las personas, pero no necesariamente tienen que ser extranjeras para ser “alguien” en la vida y triunfar. De hecho, para triunfar en el mundo de hoy, de acuerdo con lo visto recientemente, en realidad no se requieren muchos conocimientos. Varios líderes mundiales nos están dando las pautas a seguir: hay que ser palurdo, ignorante, petulante y estafador, como Milei; hay que ser farsante, corrupto y criminal convicto, lo mismo que empresario de medio pelo, como Trump; hay que heredar fortunas, robar ideas y financiar gobiernos como Musk. Como se ve, para triunfar, hay que ser una sabandija sin escrúpulos y eso no necesariamente se enseña en la escuela, pero sí que puede ser justificado por la educación actual. De hecho, mientras menos sepa, lea o conozca el alumnado, mejor para los intereses de hoy pues la ignorancia y la estulticia son celebradas. ¿Que las y los jóvenes aprendan una lengua como el náhuatl, el maya yucateco o el totonaco?, ¿para qué? Eso quizá y hasta les enseñe empatía, sentido de comunidad y responsabilidad y nada de eso es conveniente en pleno 2025.
Escribo una segunda entrega de esta columna dedicada al particular, pues de la de la semana pasada, “El náhuatl y el conservadurismo” recibí comentarios interesantes. Lo primero, Jorge Alberto Hernández Flores, arqueólogo formado en la ENAH y que trabaja en Guerrero, me comentó que “lo que leí es más bien una apología y cromada máxima a la 4t; Chumel malo, Salmerón un santo. Defiendo como nahuahablante que se enseñe, pero que se enseñe bien y principalmente entre sus verdaderos hablantes, debería existir programa similar para el ñahñu o las otras lenguas en municipios donde se hablaban y se perdió”. Cierto, podría parecer que hago una apología a la 4T, pero quiero aclarar que sólo he reconocido el valor que tiene la iniciativa. Sin embargo, en otros espacios he criticado el trabajo o la carencia de este en la 4T; soy un detractor declarado del Tren Maya por el impacto no sólo ecológico en la región, sino por el que podemos esperar en las comunidades mayas que terminarán trabajando en los servicios turísticos relacionados con el tren y sus estaciones, con sueldos precarios y con impactos culturales que ya se han visto con la construcción de Cancún y otras zonas turísticas. Coincido con Hernández cuando señala que es necesario que se contemple la enseñanza de otras lenguas y lo comenté en la columna anterior, argumentando que debe depender de la región en donde se inserte el programa y sus necesidades. También como lo he comentado en otros momentos, para mí es fundamental abandonar del todo la idea de visiones o programas universales que tanto daño nos han hecho, ya sea para la enseñanza de la historia, la antropología, literatura, la arqueología, entre otras, ya sea para la implementación de políticas y programas de gobierno. Más adelante Hernández me comentó a cuento con la iniciativa que él estaba “aterrado con los comentarios, el racismo se desbordó, me han acusado incluso a mí de pro obradorista por defender la enseñanza del idioma, han dicho que es un idioma de huarachudos y cosas peores, creo que el idioma debería ser obligatorio en ciudades como Huejutla o Cuetzalan o Chilapa donde ocurre el fenómeno de la existencia de una población mestiza o blanca rodeada de comunidades, ahí sí ayudaría, en las mismas comunidades enseñar a escribirlo”. Al final, me dijo que él cree que “la consigna tramposa es agarrarse de lo indígena para legitimar movimientos (nada nuevo)”. En efecto, tiene toda la razón. La 4T, como muchos gobiernos antes que ellos, se han aprovechado de lo indígena para construir discursos, pero la realidad agreste que enfrentan las comunidades sigue siendo igual.
Por otro lado, colegas de un grupo de guats donde compartí la columna me comentaron cosas similares y coincidimos en que estas iniciativas, solas, terminan siendo maquillajes. Por ahí alguien comentó que se trata de “tu verdad contra mi verdad” al referirse a la controversia entre Torres y Salmerón. Considero que esa es la superficie, lo importante está en el fondo de esa iniciativa y la virulencia con la que reaccionó la oposición. Lo relevante es preguntarnos si estamos de acuerdo en otorgarle o no a las culturas originarias esa importancia. Por ejemplo, alguno de los colegas coincidía conmigo en que, de haber recibido en nuestra vida académica estos cursos, no sólo de la lengua, sino enfocadas al entendimiento de las culturas, quizá fuéramos más empáticos y menos racistas o clasistas. Sin embargo, otro colega me preguntó con agudeza “Israel, es pregunta al 100%. En Perú declararon al quechua hace como 40 años o más como uno de los idiomas oficiales y empezaron a enseñarlo en las escuelas ¿Será que tuvo allá el efecto que dicen ustedes?” Investigando, me encontré un artículo de Carlos Flores Lizana, antropólogo y profesor, para el portal Noticiasser.pe, que nos dice que si “partimos de la realidad actual -cómo va el programa del ministerio de educación de EBI- podemos decir que los avances no son muy grandes, por los resultados que se tiene, según indican personas conocedoras del tema por pertenecer al ministerio; se gasta más en propaganda e imagen que en la capacitación real de los docentes que necesitan mejor preparación para hacer su trabajo como educadores bilingües”. Yo le comentaba a mi amigo que como suele suceder en todo América Latina, Perú es también un país colonizado actualmente y vive tanto racismo como clasismo, independientemente de este programa. Lo que nos dice Flores va en ese sentido, pareciera más propaganda que otra cosa. “En los últimos 50 años el Ministerio de Educación nunca ha reservado ni tenido un presupuesto especial para lograr una educación en la que nuestros niños y jóvenes lleguen a ser bilingües coordinados, orgullosos de su lengua y su cultura, que lean y escriban en quechua y tengamos libros, revistas, bibliotecas en nuestra lengua originaria. Esto mismo podríamos decir perfectamente de lenguas como el Aymara, el Ashaninka, el Awajun, y todas las otras 48 lenguas reconocidas en el territorio peruano”. Existen dos claves aquí. Por un lado, no basta con la enseñanza de alguna de las lenguas, quizá la más famosa, como serían el quechua en Perú o el náhuatl en México, sin considerar, como hemos dicho, a las otras decenas de lenguas que se hablan en nuestras latitudes, algunas de las cuales se encuentran en vías de extinción. Por el otro, no basta tampoco con la enseñanza de la lengua para de forma inmediata construir una autentica vinculación con los pueblos originarios, el respeto de sus usos y costumbres y de sus vidas. Es necesario torpedear nuestro presente colonial desde todos los ámbitos, no sólo en el educativo, sino en el familiar, el de nuestras colectividades, las políticas y programas y desde lo mediático, aspecto fundamental pues desde ahí se han construido y reafirmado ideas coloniales de poder, raza y subordinación en donde, desafortunadamente, nos colocamos felizmente aspirando a llegar a ser como nuestros vecinos del norte global, sean Estados Unidos o Europa, tanto en cuanto a raza como a las pautas de lo correcto, lo exitoso y lo pertinente. Hoy vemos cómo han fracasado los modelos modernos capitalistas para darnos los tan cantados beneficios que nos traerían y vemos -los que queremos ver- con preocupación, cómo surgen movimientos deformes, espurios y sin sentido, como los libertarios o los neonazis de ultraderecha en todo el orbe que nos llevan a una vacuidad enorme, donde lo único que importan son los capitales de los que más tienen y su capacidad de incrementarlos sin importar la gente o el medio ambiente. Es imperativo repensarnos y reclamar una nueva independencia para encontrar lo nuestro y construir a partir de nuestras necesidades y no las del mercado. Quizá voltear a ver nuestras comunidades, ponerles atención, aprender de ellos, puede llevarnos a construir sociedades más equitativas. Claro, sin romantizarlos ni “esencializarlos” pues también son seres humanos que viven en este mundo en que habitamos y están trágicamente afectados por él. Pero, lo reitero, podemos aprender mucho de ellos, de su lengua, que es pensamiento, de sus costumbres y vida comunitaria. Entre ellos no existen los Musk o los Milei y no necesariamente es porque no lo quieran o que enfrenten condiciones ancestrales de atraso y explotación que no los coloca en el tiempo y el espacio para lograrlo. Quizá simplemente es porque no les interesa vivir esa ambición desmedida que los lleva a amasar fortunas obscenas y a perseguir el poder de forma enfermiza. Tenemos mucho que aprender, sin duda.