Un cambio cultural y material, incluso epistemológico y de propuesta para hacer frente a los problemas locales que son también del mundo, además de un movimiento que reverberó en geografías distantes como la Sierra Norte de Puebla para la defensa del territorio, y una luz de esperanza para toda una generación. Así, bajo una mirada caleidoscópica, académicos y activistas definieron al zapatismo, movimiento que en 2023 conmemoró 40 años de la fundación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, 30 años del Levantamiento Zapatista y 20 años de los Caracoles Zapatistas.
En la sala Carlos Marx de la Facultad de Economía de la UAP fueron proyectadas algunas imágenes clave del movimiento suscitado aquel 1 de enero de 1994 en lo profundo de Chiapas: hombres, mujeres y niños encapuchados, cuyas miradas posaron de frente a la cámara, sin titubeos, para decir que “otro mundo es posible”. Aquellas fotografías, sirvieron de fondo para la charla organizada por el Centro de Estudios del Desarrollo Económico y Social (CEDES) de dicha facultad para, desde la experiencia y los saberes propios, recapitular el papel y la impronta vigente de este movimiento que, entre otras cosas, ha dado voz y ha visibilizado a los indígenas del país.
Guiados por el académico e investigador Germán Sánchez Daza, y con la compañía del coordinador del CEDES Juan Reyes Álvarez, la activista Mayeli Sánchez, el académico y también activista Raúl Romero, y el investigador y miembro del Comité de Ordenamiento Territorial Integral de Cuetzalan del Progreso (COTIC), Luis Enrique Fernández Lomelí, compartieron parte de sus reflexiones sobre el trayecto del movimiento zapatista que llamó y llama “a construir otra cosa, y esa cosa es la vida”.
Mayeli Sánchez, que con entonces 17 años vio surgir el movimiento, recordó que lo sucedido aquel enero de 1994 suscitó, en ella y sus entonces compañeros de preparatoria, cambios que no pudieron ser vistos en el momento, pero que a la distancia parecen un poco más claros y evidentes. Con la advertencia que sus pensamientos eran compartidos desde su “sentipensar” y por lo tanto eran capaces de conmoverle y al mismo tiempo hacerla reflexionar, la directora de Técnicas Rudas, un colectivo de “hacktivismo”, señaló que ella y sus contemporáneos, sobre todo mujeres, son “hijas de una generación que creía en un cambio social”, por las historias legadas de movimientos previos, como los sucedidos en 1968 o 1972.
Ante un auditorio lleno de jóvenes universitarios prosiguió que llenos de cuestionamientos por qué hacer frente a las ideas revolucionarias, frente a la acción y la falta de líderes para ello, el zapatismo ahondó las preguntas y les llevó a plantearse incluso el “tomar las armas” e irse a las comunidades zapatistas de Chiapas. “No teníamos algo que defender, no íbamos a tomar las armas para defender un territorio, a los que amamos, sino por una propia idea de lo que pensábamos era lo que nos tocaba hacer para lograr el cambio”, dijo y afirmó que los zapatistas, “que son muy sabios”, dijeron que no, que se debía trabajar desde el propio lugar.
“No seas zapatista, encuentra quién tienes que ser, camina escuchando, vamos lento porque vamos lejos, fíjate en el horizonte (…) Fue decirnos no seremos zapatistas porque ser zapatista es ser parte de un compromiso y congruencia que no teníamos aún (…) Nos dimos cuenta que el zapatismo para algunos terminó siendo una moda, y creemos que no es una moda, no es una religión, no es un partido, no es un grupo de élite, no es una apuesta intelectual, no es un sueño y es mucho más una utopía”.
En ese caminar, continuó la también miembro del Colectivo Acción Directa Autogestiva, los zapatistas seguían compartiendo su sabiduría, que les llevó a la Escuelita Zapatista que les enseñó de autonomía y de cómo salir adelante, ellos, jóvenes de ciudad sin territorio ni tierra, que necesitaban pensar en resolver su vida económica para aguantar la colectividad.
Así, concluyó Mayeli Sánchez, el zapatismo habla de defender la vida, de preservarla, de mantenerse en equilibrio, de reconocerse en diversidad y encontrar la esperanza. “Esta apuesta por lo no propiedad y la defensa de la vida es algo que podemos abrazar, nos da un lugar, una posibilidad de lucha (…) Tenemos mucho por hacer, aún hay mucha esperanza por descubrir y creo que para mi generación el zapatismo ha sido esta luz que nos permite ver a donde caminar”.
Al tomar la palabra, Luis Enrique Fernández rememoró que con sus entonces 41 años, luego de salir de la planta armadora Volkswagen y con un viaje familiar que lo llevó a Ocosingo y sus caminos desechos, no imaginaba que sería en esa misma geografía chiapaneca donde se estaría gestando una “revolución epistemológica de contrainsurgencia enorme”.
El biólogo de formación refirió que en un contexto donde se “había anunciado que éramos primer mundo”, México aportaba su mano de obra y “estábamos obnubilados por la idea del desarrollo y el progreso”, apareció el zapatismo sin saber de qué se trataba´. Mientras, como nuevo residente de Cuetzalan, a donde llegó a vivir por motivos personales, comenzó a ver procesos en esa geografía: el nacimiento de la cooperativa Tosepan entre 1976 y 1977 con una lucha que era sobre los procesos del azúcar que llegó a organizarse a tres comunidades, que gestó a una organización basada de manera intuitiva en la organización local, en la capacidad de organización indígena.
“(La cooperativa) fue caminando y en el año 2010 ocurre un asunto que detonó esta capacidad organizativa de la tierra: un parque ecológico que querían hacer ahí tocando un punto sensible, el agua, que levantó a 18 comunidades que por primera vez se organizaron en torno a un problema común, más allá de la organización de la Tosepan”.
Otro momento, continuó, fue el Programa de Ordenamiento Ecológico Territorial Integral de Cuetzalan, que fue aprobado en un cabildo abierto, a través de la asamblea, un instrumento de decisión vital y que aprendió de otros movimientos como el zapatismo que “sin tener una presencia fuerte en el territorio sí estaba influyendo en términos de cómo se construye las decisiones colectivas”.
Así, con 38 asambleas celebradas desde 2014, que ahora reúne entre tres y cuatro mil personas de 25 municipios de la Sierra Nororiental, se ha podido defender el territorio e incluso se ha podido construir un plan de vida, pues “no basta defenderse, combatir a la fuerza contraria con propuesta”. Ello, continuó, porque “defender el territorio implica el defender lo que somos, la maseualidad, los quehaceres, como queda evidente en el llamado de la Códice Maseual que habla de 54 programas sobre cómo se quiere alcanzar la “vida buena” en las próximas cuatro décadas, algo que coincide con el zapatismo.
Por su parte, el sociólogo Raúl Romero compartió cuatro ideas sobre el zapatismo. La primera, que significó un cambio cultural pues inauguró la “nueva etapa de resistencia anti neoliberal a escala global”, pues se convirtió en un referente concreto de que “otro mundo es posible”. Recordó que entonces se gestaron músicos que reivindicaron el movimiento, además de que fotógrafos retrataron los rostros del levantamiento como aquella imagen donde mujeres expulsan al Ejército de su territorio, a la par de que escritores se acercaron para ver qué pasaba. “El impacto cultural y artístico del zapatismo tocó todos los ámbitos de la vida cotidiana, vino a proponer una política vinculada a la ética, que rompía con la idea del que no tranza no avanza, que se basó en los principios”.
Además, continuó, el zapatismo hacia adentro fue un cambio material y cultural, pues significó un movimiento anticolonial y anti neoliberal, pues el recuperar las tierras para los indígenas les permitió tener una infraestructura para desarrollar cooperativas, soberanía alimentaria, hospitales e instrumentos propios de justicia.
Al cambio cultural hacia afuera y al cambio material y cultural hacia adentro, prosiguió el también articulista de La Jornada, se suma la idea de que los zapatistas son un movimiento que construye su propia teoría, algo que para las Ciencias Sociales fue un cambio epistémico, pues el objeto de estudio es un sujeto que habla, que piensa, siente y reflexiona sobre sí mismo, que dice que está viendo sobre el mundo, que identifica cambios y contribuye con sus modelos autonómicos.
Para cerrar, Raúl Romero señaló que la cuarta idea propuesta por el zapatismo ha sido la defensa de la vida y el diagnóstico que los zapatistas han hecho sobre el ecocidio, el cual está vinculado con el modelo de producción y explotación, que se suma al patriarcado, la desaparición, las guerras, los desplazamientos y el crimen organizado. “La propuesta zapatista nos viene a alertar sobre los problemas que hoy enfrentamos, que dice que no necesitamos este sistema que no tiene solución, sino en alternativas que vayan más allá”.