Seguimos hablando como si esto fuera un paréntesis. Aún no asumimos que este sistema no es posible.
Kiko Veneno
Detroit, ciudad portuaria ubicada en la frontera con Canadá, es la más grande del estado de Michigan y llegó a ser el orgullo industrial de Estados Unidos durante la época dorada de los autos “americanos”, al albergar a las tres plantas productoras más importantes: Ford, General Motors y Chrysler, cuyos autos dominaron el mercado mundial durante buena parte del Siglo XX, revolucionando el transporte y la cultura urbana en el mundo.
Tan orgullosos con sus enormes automóviles y sus gigantescos motores de ocho y seis cilindros, subestimaron el potencial de los nuevos y pequeños autos japoneses y europeos, que con sus cuatro eficientes cilindros resultaron la opción más adecuada frente a la crisis energética que elevó el precio de las gasolinas hasta límites jamás vistos. Cuando vinieron a darse cuenta, hacia finales del siglo pasado, ya habían sido desplazados de los primeros lugares de ventas y peor aún, no tenían capacidad de respuesta tecnológica ni comercial.
Con la caída de sus ventas, la industria automotriz estadounidense comenzó su viacrucis y la estrella de Detroit comenzó a apagarse. Los despidos masivos, el desempleo y la emigración se convirtieron en el nuevo signo de la ciudad. La población disminuyó en 700 mil personas y, para colmo de males, la corrupción en la administración pública –ya suena como pleonasmo– se sumó a la cadena de maldiciones que se abatieron sobre Detroit. El tiro de gracia lo dio la crisis provocada por los financieros y agiotistas, que ha provocado la indignación mundial.
La historia terminó, es un decir, con la mayor quiebra municipal en la historia del país del norte, al declararse la bancarrota de Detroit la semana pasada. Con una deuda de 18 mil 500 millones de dólares, el gobierno municipal se declaró incapaz de cumplir sus compromisos y obligaciones.
Si bien es el caso más dramático, lo cierto es que no es el único. Antes se han declarado en bancarrota otras siete ciudades, aunque más bien pequeñas, pero la amenaza se cierne ya sobre ciudades importantes como Chicago, Cincinnati, Minneapolis, Portland y Santa Fe. Pero también se habla de Nueva York, Filadelfia, Washington, Honolulú y otras.
Está claro que el problema es que la diferencia entre los ingresos y los egresos de esas ciudades es deficitaria y la tendencia se mantiene. Pero lo más grave viene a la hora de localizar y explicar las causas, y proponer y aplicar soluciones.
Porque las fuerzas y partidos políticos dominantes, representan los intereses de las grandes empresas, los especuladores financieros y los agiotistas. Es decir, de los grandes acaparadores de la riqueza que, por definición, es una ridícula minoría. Egoísta y voraz.
Por eso la comentocracia empieza a hacerse eco de los ideólogos neoliberales que señalan como responsables de la crisis presupuestaria a los trabajadores, los sindicatos y los jubilados.
Según sus sesudos análisis, la responsabilidad no recae en un sistema que permite y promueve la acumulación indiscriminada de riqueza a través de la privatización de los recursos de la nación y los servicios públicos, así como, la ausencia de cualquier tipo de regulación por parte del Estado. Tampoco en las políticas de saqueo promovidas por los organismos financieros internacionales, ni de los capitales especuladores que vuelan de un país a otro sin mayor interés que la obtención de ganancias. Tampoco en una clase política corrupta e ineficaz. No, para ellos la causa principal estriba en las altas pensiones que reciben los trabajadores jubilados y las exageradas prestaciones de los trabajadores en activo, promovidas ambas por los sindicatos.
De ahí que los únicos datos y estadísticas que circulan se refieren a las pensiones y al porcentaje que representan para el presupuesto; o la comparación entre los impuestos y cuotas que pagan los trabajadores en activo versus lo que cobran los trabajadores jubilados. En consecuencia, la única propuesta que se les ocurre es reducir las pensiones, aumentar los plazos para la jubilación, recortar prestaciones, despidos masivos y disminución de plazas.
Pero de las ganancias de las empresas y las instituciones financieras; de las riquezas personales de los hombres del poder y los costos de la corrupción y la especulación, de la fuga de capitales, de la evasión fiscal y el lavado de dinero, entre otras pequeñeces, nadie ofrece información ni cuestiona su legitimidad.
Cualquier intento por aumentar los impuestos a quienes ganan más; por combatir en serio la evasión, eliminar el secreto bancario, gravar las operaciones financieras, regular a los capitales golondrinos, transparentar la concesión de obras y servicios públicos, decomisar los bienes a los funcionarios corruptos o cualquier otra medida que afecte los intereses de los potentados, está condenado al fracaso, puesto que son ellos los que gobiernan y hacen las leyes.
Ellos son intocables, en cambio, conspiran contra los jodidos, abusan de los débiles y hacen recaer sobre ellos es costo de sus tropelías. El caso del niño tabasqueño a quien “la autoridad” humilla y tira los dulces que vendía “sin permiso”, que tanta rabia ha causado, no es sino el vivo ejemplo de lo que ocurre a gran escala en México y el mundo.
Esa es la importancia de lo que está ocurriendo en Detroit y de las medidas que, finalmente, se adopten para resolver su situación. Habrá que estar atentos y apoyar en la medida posible para impedir que le carguen el muertito a los pensionados. ¿Ya estuvo suave no?
Cheiser: Del Chapo al Chepo. “Aquí los que mandan son los dueños, eso lo tenemos claro”, así dijo José Manuel de la Torre (quien ya por hacerse llamar “el Chepo” es merecedor de toda desconfianza). Y como el dueño que manda a los dueños es el junior Azcárraga, en realidad “el tri” es la selección de Televisa y no “el equipo de todos”, como dice la engañifa publicitaria. Pero la clientela es muy vasta y fanatizada hasta la estupidez, mientras le siga llenando las arcas a las televisoras, los ratones verdes jugarán con balón cuadrado. Circo mata pan.