No puedo precisar con exactitud las fechas, pero sí los hechos. Corría el año de 1980 cuando el maestro Antonio Cruz López (1938-2017), al mando del Departamento de Parasitología y Microbiología de la Universidad Autónoma de Puebla, masticaba en su inquieta mente cómo llegar a conocer el panorama epidemiológico de la parasitología en todo el Estado de Puebla. Esto implicaba un reto particularmente complejo pues la limitación de recursos en todos los sentidos y el desdén que prevalecía hacia la investigación, hacía imposible tal tarea.
Entonces surgió un plan particularmente interesante. Llevando a cabo un formato de tesis general, se involucraría a pasantes de la carrera de medicina para que recolectaran un número determinado de muestras constituidas por materia fecal en las comunidades donde llevaban a cabo el Servicio Social, para que con un formulario entregasen en el laboratorio de Parasitología las muestras y una vez recibidos los resultados, finalizaran sus trabajos de tesis sin muchos aspavientos. Una investigación para muchas tesis, en pocas palabras.
Efectivamente para cualquier estudiante, la investigación que culmina estudios universitarios resulta una verdadera monserga y el tener ya definido todo el trabajo y analizar el proyecto en una forma general, resultaba en algo tan práctico como atractivo; pero venía el siguiente problema relacionado con el análisis de la materia fecal y el informe de resultados.
Una genial idea resolvió esta situación. Considerando las más altas calificaciones en la carrera hasta el cuarto semestre de Medicina y con un interrogatorio a manera de tamiz, ideó la preparación de alumnos que colaborarían como Auxiliares Docentes, preparándolos en el área de Parasitología para colaborar en las tareas docentes y de investigación, con la intención de que los alumnos revisaran las muestras que llegarían al laboratorio de ese departamento en la Universidad.
Se crearon grupos de alumnos que el Dr. Cruz apodó en formas tan curiosas como graciosas, dando lugar al nacimiento de “los chinicuiles”, “los muppets”, “los rascahuele”, “los tripanosomas”… Finalmente planteó encuestas casa por casa en comunidades rurales, permitiendo que alumnos desarrollasen habilidades clínicas, viendo a pacientes mediante un interrogatorio detallado, explorando clínicamente de acuerdo al grado de preparación en los futuros médicos y estableciendo un vínculo con el medio ambiente y la enfermedad, con una orientación hacia la Microbiología, la Parasitología, la Virología y la Micología. Ya cuando el trabajo estaba en su apogeo, kilos (verdaderamente kilos de materia fecal) estaban dispersos por todo el laboratorio. Ahora pienso que eso nos quitó el asco a cualquier cosa de la vida.
Así surgió el Proyecto de Salud Ambiental y Humana, que se bautizó como PROSAH y del cual se generarían innumerables trabajos de tesis, con grupos de trabajo que se constituían por alumnos y pasantes de distintas escuelas de la Universidad Autónoma de Puebla, que contribuyeron en su momento a fortalecer las habilidades diagnósticas y terapéuticas de los estudiantes, así como un mecanismo de adiestramiento para establecer relaciones de las enfermedades con el medio ambiente.
Independientemente de todo lo anterior, el 21 de diciembre de 1994 se generó un episodio eruptivo del volcán Popocatépetl, condicionando el inicio de un nuevo ciclo de actividad que continúa hasta la actualidad. Antes de este año, este volcán había permanecido en reposo desde su última erupción significativa en 1927; sin embargo, en los años previos a 1994, se registraron algunos signos de dinamismo como fumarolas y pequeños sismos, que indicaban un posible despertar del volcán.
Una serie de explosiones moderadas que generaron columnas de ceniza y vapor de agua, marcaron el inicio de una actividad que fue acompañada por la expulsión de material piroclástico y la formación de un nuevo domo de lava en el cráter. La caída de ceniza afectó a varias comunidades cercanas al volcán, especialmente en el estado de Puebla. Se implementaron evacuaciones preventivas en poblaciones aledañas para proteger a la población.
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Se llevó a cabo un aumento en el monitoreo científico del volcán, estableciendo sistemas de alerta temprana y fortaleciendo la coordinación entre instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) y se creó el Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales, que ahora conocemos como CUPREDER y que, vinculado a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), daría lugar a una institución académica y de investigación cuyo objetivo principal es estudiar, monitorear y prevenir desastres naturales, especialmente aquellos relacionados con fenómenos geológicos y climáticos como sismos, inundaciones, deslizamientos de tierra y por supuesto, erupciones volcánicas.
Actualmente el CUPREDER juega un papel crucial en la difusión de información y en la implementación de estrategias para reducir el riesgo de desastres en la región.
La necesidad de investigar el impacto de la actividad volcánica y los riesgos para enfermar, condicionaron una especie de “maridaje” entre el Departamento de Agentes Biológicos (Antes de Parasitología y Microbiología) de la Facultad de Medicina y el CUPREDER, que generaron una gran cantidad de viajes a comunidades rurales, llevando a futuros profesionistas en el área de la salud, para evaluar aspectos epidemiológicos con encuestas casa por casa que condicionaron muchos trabajos de investigación que no solamente redundaron en un conocimiento de diversas enfermedades que aquejan a la sociedad sino en una extraordinaria preparación de médicos que, con herramientas clínicas forjadas en la experiencia de ver pacientes en periodos de temprana formación, sentaron las bases de buenos clínicos y sobresalientes estudios comunitarios con un impacto determinante en la vocación profesional.
Desgraciadamente el fallecimiento del Dr. Cruz y la dispersión de sus alumnos, condicionó que el PROSAH ya no esté activo; sin embargo, el CUPREDER se va fortaleciendo en los hombros de Aurelio Fernández, Alejandra López García, Argelia Arriaga García (que eran unas bebés cuando las conocí y ahora son niñas) y muchos otros cuyos nombres no puedo recordar.
Actualmente, el CUPREDER busca integrar la ciencia, la educación, la investigación y la acción social para construir una sociedad más preparada ante desastres, alineado con el compromiso de la BUAP con el bienestar colectivo y la responsabilidad ambiental.
Considerando a Aurelio, Alejandra y Argelia verdaderos gigantes que sostienen este centro de investigación, no me queda más que agradecerles por lo que representan, han hecho y seguramente provocarán, en este tiempo, para beneficio de nuestra sociedad.
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