“El Museo Bello es una institución cultural por sí misma”, afirmó el investigador Gustavo Mauleón Rodríguez al participar en la serie de actos que conmemoran los 70 años de este recinto, en el que se alberga la colección de José Luis Bello y González, que fuera donada al estado por su hijo José Mariano Bello y Acedo.
De entre el órgano y otros instrumentos antiguos, como un piano inglés y una flauta prehispánica del posclásico tardío, además de los bustos de célebres músicos que son coronados con sus propias partituras, el musicólogo abordó una colección particular que se alberga en la Sala de Música del museo: los 10 libros de música, nueve de ellos de coro y uno más de uso litúrgico.
Durante la conferencia “Los libros de coro del Museo José Luis Bello: colección y repertorio gregoriano”, el especialista dijo que a los libros de coro hay que entenderlos como ejemplos de la música monódica ligada al culto cristiano de occidente desde la Edad Media.
Explicó que el repertorio gregoriano –o llano– está conformado por cantos propios de las celebraciones litúrgicas, mientras que los libros de coro –o cantorales gregorianos– fueron el soporte del repertorio completo de los cantos para la misa y el oficio divino.
Gustavo Mauleón agregó que en el caso americano estos libros fueron copiados principalmente en las catedrales a partir de modelos en su mayoría españoles, entre los siglos XVI y XIX. “En su inicio estuvieron ligados a la llegada de los frailes a América con ejemplares holandeses, franceses o venecianos impresos en el siglo XVI, con los cuales los indígenas aprendieron canto llano”, señaló.
Como ejemplos señaló que los libros hallados tanto en la parroquia de Atlihuetzia, en Tlaxcala, y en el registro del convento de Tecamachalco, ambos en náhuatl.
Mauleón Rodríguez resaltó que precisamente fueron los religiosos los que, en su mayoría, se encargaron de la distribución de la música gracias a la relación que tenían con sus sedes en Europa, que les hacían llegar un mayor número de materiales.
“A partir de 1580 empiezan los grandes libros de la Catedral, ya que se manda que se compren los palos, los pergaminos, los broches, las cantoneras, además de que se importen más libros corales, pues hay necesidad de ellos”.
Fue a partir de 1585 –continuó–, con el Tercer concilio mexicano, como se implantaron las reformas del Concilio de Trento (1545–1563), en el cual participó el obispo poblano, con lo que se demuestra que Puebla estuvo a la vanguardia de las reformas conciliares que se reflejaron en la música, en aspectos como las misas cantadas de los días sábados dedicadas a la virgen o la disposición de dinero para el pago de los instrumentistas.
El experto también anotó que fue a finales del siglo XVI hasta 1612–1613 cuando se confeccionaron los libros del coro que actualmente existen en la Catedral, que tuvieron adiciones, reparaciones y modificaciones, ya que “no eran libros estáticos puestos en una librería, estaban vivos, eran leídos e interpretados, tenían anotaciones, por lo que el reto actual consiste en identificar esos cambios”.
En el caso de los 10 libros de coro del Museo Bello, dijo que siempre ocuparon un lugar especial en la Sala de Música, pues “fueron exhibidos sobre las repisas doradas que se encontraban en el muro oriente de la sala, así como en un facistol y en diferentes atriles que formaban parte de esas colecciones”.
Gustavo Mauleón dijo que se pueden agrupar en tres conjuntos. El primer grupo está integrado por tres libros manuscritos, los dos primeros cantorales gregorianos de la primera mitad del siglo XVIII, uno fechado el día de santo Tomás Apostol en 1731, con trabajo del iluminador Sánchez Coliseus, y el otro con melodías de tipo mariano; el tercer libro es una “curiosa y ecléctica” copia manuscrita de un santoral franciscano del siglo XIX, escrita por “Joseph Cano et Moctezuma”.
El segundo grupo lo forman los libros impresos: un Pasionario de “coro y altar” en canto llano con notación neumática cuadrada sobre pentagrama en líneas rojas; la famosa Edición Medicea, que recoge las reformas del papa Gregorio XIII, mientras que el último es un libro de uso litúrgico o de altar impreso en Roma en 1898.
En el último grupo están los “impresos especiales”, como lo son tres cantorales pertenecientes al Ritual Carmelitano, el primero fechado en 1796, el segundo sin fecha porque le falta la primera hoja, y el tercero de 1797.
