Hace unos años comenzó a difundirse por internet uno de los peores bulos en lo que a historia de México se refiere: el de que unos “supercañones” montados en Salina Cruz ahuyentaron, con sus disparos, a una poderosa escuadra estadounidense que se aprestaba a invadir México.
Semejante mito comenzó como una simple ociosidad en un blog de historia alternativa que le sirvió de “guion” a algún vivales para hacer un video y treparlo a youtube, aunque presentándolo como un hecho real. Una vez ahí, la ignorancia –a paso veloz, como en aquel juego de mesa del Maratón– hizo el resto. El embuste se viralizó, pasando a las más importantes redes sociales. En la era del homo videns, lo que aparezca en youtube, en History Channel o en cualquier otro medio, mientras sea video, es “la verdad”. ¿No hay referencia alguna del hecho en libros, en periódicos o revistas? ¿Y eso a quién le importa? ¡Está en video!
Proporcionar los enlaces para encontrar las fuentes de esta fantasía chovinista solo serviría para difundirla más. En todo caso, para poder contrastarla con los hechos reales, pero ni eso tiene sentido, puesto que no resiste ni siquiera la primera y más elemental pregunta que debe hacerse ante cualquier suceso del pasado: ¿cuándo ocurrió? Desde ahí comienza a derrumbarse, pues ni los creadores ni los difusores del bulo pueden fijar una fecha para este supuesto acontecimiento. Bien saben que si lo hacen el tinglado se les derrumba. Su cuento llama a risa: “Fue en el siglo XIX… el presidente Taft ordenó el ataque”, se puede leer en las versiones que corren por facebook. ¿Siglo XIX? ¿Taft? ¿Será que saben que William Taft fue presidente de Estados Unidos entre 1909 y 1913? ¿Será que saben que esos años corresponden al siglo XX y no al XIX? Ya sea por no caer en iguales o peores imprecisiones, o por el contundente hecho de no hallar respaldo en fuente bibliográfica o hemerográfica alguna, la fecha exacta del enfrentamiento se vuelve escurridiza entre quienes insisten en propagarlo como realidad. La leyenda se ciñe a decir que sucedió durante el Porfiriato, aprovechando por supuesto el amplísimo rango de tiempo que ello implica. Por lo demás, al hablar del tamaño y poderío de los cañones, el mito se vuelve a revelar como tal, pues aduce que fueron mandados a hacer en Alemania, a la compañía Krupp.
Pero basta de gastar líneas en desmentir algo tan fácilmente desmontable. Más allá de este vulgar invento, hay historia verdadera que involucra a Salina Cruz, a unos cañones y a la siempre difícil relación entre México y Estados Unidos. Y sí: también a Porfirio Díaz. Y a Madero. Y mucho más. Todo un conjunto de hechos interesantes y –sobre todo– verdaderos. Vayamos a ellos.
Efectivamente, cuando México pudo –bajo la presidencia de Porfirio Díaz– llevar a la realidad el anhelado proyecto de construir un ferrocarril que uniera Puerto México –hoy Coatzacoalcos–, en Veracruz, con Salina Cruz, en Oaxaca, en esta última población fueron montados, para su defensa, dos cañones de los cuales existe clara evidencia fotográfica. Pero no fueron los encargados a la Krupp alemana. En primer lugar, porque dicho encargo nunca fue hecho y es parte de la mentira. Los cañones, que eran provisionales pero al final resultaron ser los únicos, se tomaron de la corbeta Zaragoza, la cual había dejado de navegar desde 1894, y fueron colocados en los cerros denominados “del faro” y “del morro” el 14 de agosto de 1907. Ocuparían el sitio mientras llegaban los definitivos, que iban a ser 10 y fueron encargados para su fabricación no en Alemania, sino en Francia, en 1908. Serían construidos allá, pero con un diseño totalmente mexicano: el del general Manuel Mondragón, quien fue célebre como ingeniero militar (su fusil fue uno de los mejores a nivel mundial en la primera mitad del siglo XX, usado en las dos guerras mundiales), aunque también pasó a la historia por formar parte de la conspiración contra Madero en 1913 y por haber sido el padre de la bellísima y talentosísima Nahui Ollin.
Está claro que el propósito de artillar el puerto de Salina Cruz era enviar un mensaje no solo a Estados Unidos, sino a cualquier potencia extranjera que acariciara la idea de atentar contra el llamado ferrocarril de Tehuantepec o transoceánico, el cual, mientras operó a plenitud –de 1907 a 1911– produjo abundantes dividendos que Washington no pudo ni iba a poder ver jamás con buenos ojos, pues además de que la obra había sido concesionada a una compañía británica –la de Weetman Pearson– había comenzado a funcionar cuando el Canal de Panamá seguía en construcción. Y en palabras de su administrador, el ferrocarril podría haber resistido sin problemas la competencia canalera… si no se hubiera atravesado la Revolución.
Tal vez el lector piense que el ferrocarril de Tehuantepec siguió trabajando con normalidad hasta la Decena Trágica, luego de la cual todo en el país se volvió un caos absoluto. Ello es hasta cierto punto cierto, pero entre los hechos realmente interesantes está que fue el gobierno de Francisco I. Madero el que puso las bases para sepultar este proyecto, en una decisión que tuvo como protagonistas a los cañones. A los de verdad.
El 16 de enero de 1913 se publicó en el Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos que la comisión a la que el gobierno maderista había encargado el estudio de las obras para fortificar Salina Cruz había concluido que no existía motivo alguno para proteger el puerto. Por ello, el Ejecutivo federal, a través de la Secretaría de Guerra y Marina decidió: 1. Suspender las citadas obras; 2. Vender los cañones que todavía estaban siendo construidos en Francia, los del diseño Mondragón; 3. Desmontar y destruir los cañones de la Zaragoza, y 4. Declarar que Salina Cruz no era posición estratégica ni puerto militar fortificado.
Al analizar lo anterior debe uno preguntarse si el desprecio por la fortificación de las terminales no era sino reflejo de un desprecio por el ferrocarril en sí. ¿Había acaso la intención de no molestar al vecino del norte con puertos artillados que protegían la incómoda obra que competía con la que se estaba construyendo en Panamá? ¿Fue el desmantelamiento de los cañones un pago de favores o el cumplimiento de una condición impuesta desde Washington para dar su espaldarazo al gobierno en turno? Juzgue el lector.
Así que no hubo “supercañones” hechos en Alemania ni disparos contra buques de guerra estadounidenses. Las piezas de artillería fueron fabricadas en Francia, pero jamás llegaron a México. Las mucho más modestas que sí operaron en Salina Cruz jamás fueron usadas contra una escuadra que, en el caso de haber recibido tal ataque, lo hubiese tomado como pretexto para una invasión como la que llevaría a cabo en la realidad en 1914.
Como ya se escribió líneas arriba, solo quienes montan en la ignorancia pueden creer que un suceso semejante no haya sido contado por historiador o periodista alguno antes de la llegada del “iluminador” youtube.
Si se quiere conocer hechos poco difundidos pero reales y que involucren encuentros directos de México con la Armada gringa, recomiendo leer –no “ver”– sobre el incidente de Antón Lizardo o el rescate de Santos Celaya. O esperar a que esta columna cuente esas historias, lo cual ocurrirá pronto.