El trastorno de insomnio se define por la insatisfacción con la calidad o duración del sueño, lo que se acompaña de dificultades para mantener el descanso y una significativa angustia o alteraciones físicas durante el día.
Este trastorno se presenta al menos tres noches a la semana; se mantiene durante más de tres meses y no es causado por condiciones inadecuadas para dormir, como ruido extremo o exposición ambiental de luz. A menudo, se presenta junto a otras afecciones médicas, como el dolor y trastornos psiquiátricos, como la depresión, así como otros desórdenes, como el síndrome de piernas inquietas (Restless legs syndrome) y la apnea del sueño.
El insomnio es el trastorno del sueño más común en la población general y uno de los problemas más frecuentes que los pacientes mencionan en las consultas de atención primaria, aunque a menudo es menospreciado, condicionando que no se reciba tratamiento o que este sea mal manejado desde el punto de vista farmacológico. Alrededor del 10% de los adultos cumplen con los criterios para el trastorno de insomnio y entre un 15% y un 20% le informa al médico sobre síntomas ocasionales de insomnio.
Es más común en mujeres y en personas con problemas de salud mental o médica y su prevalencia aumenta en la mediana edad (alrededor de los 40 años, extendiéndose hasta los 60 o 65 años) y más adelante, así como durante la perimenopausia y la menopausia.
Aunque los mecanismos fisiopatológicos no están completamente comprendidos, se reconocen la hiperactivación psicológica y fisiológica como características fundamentales.
El insomnio puede presentarse de manera situacional o episódica, pero más del 50% de los pacientes experimenta un curso persistente. El primer episodio a menudo surge de situaciones estresantes, problemas de salud, horarios laborales irregulares o viajes que cruzan múltiples zonas horarias o jet lag. Aunque muchas personas logran restablecer su sueño normal tras adaptarse al evento desencadenante, el insomnio crónico puede desarrollarse en individuos susceptibles. Los factores psicológicos, conductuales o médicos suelen perpetuar las dificultades para dormir de manera crónica.
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La evaluación y el diagnóstico del insomnio se fundamentan en una historia clínica detallada que debe de documentar los síntomas, el curso del trastorno, las condiciones concurrentes y otros factores que pueden contribuir. Un registro de 24 horas sobre los hábitos de sueño y vigilia puede ayudar a identificar objetivos conductuales y ambientales para la intervención. Además, las herramientas de evaluación basadas en el auto-reporte de los pacientes, es decir, una puntual descripción de los hábitos diurnos y los diarios del sueño pueden ofrecer información valiosa sobre la naturaleza y gravedad de los síntomas, facilitar la detección de otros trastornos del sueño y permitir el seguimiento del progreso del tratamiento
Con respecto a esto, las estrategias terapéuticas, si bien, han tenido muchos cambios de pocos años a la fecha, tienen la misma base que se fundamenta en lo que se refiere a la buena “higiene de sueño”, basada en establecer un horario regular; acostarse y levantarse a la misma hora todos los días (incluso los fines de semana). Crear un ambiente propicio para dormir, asegurándose de que la habitación sea oscura, silenciosa y a una temperatura agradable. Limitar la exposición a la luz azul, evitando mirar pantallas (teléfono celular, tableta o computadora) al menos una hora antes de dormir. Reducir o inclusive evitar el consumo de cafeína y alcohol. Estas sustancias pueden interferir con el sueño. Realizar ejercicio regularmente, pues la actividad física es benéfica para el sueño, pero es muy importante evitar hacer ejercicio intenso justo antes de acostarte. Finalmente, hay qué evitar las siestas prolongadas: Si se necesita tomar un reposo, que sea corto y no muy tarde en el día.
Con respecto a los medicamentos, existen de diverso tipo, pero deben de ser indicados con una cautela particular, por sus características propias y, sobre todo, valorando sus efectos secundarios. Son de llamar la atención las benzodiacepinas y no-benzodiacepinas, que son medicamentos actúan sobre el sistema nervioso central para promover la relajación y el sueño; sin embargo, su uso a largo plazo puede llevar a dependencia y tolerancia.
Otros son los antihistamínicos, que originalmente fueron utilizados para las alergias y que, si bien pueden causar somnolencia como efecto secundario, su eficacia para el insomnio a largo plazo es limitada y pueden causar efectos secundarios como boca seca y mareos. La melatonina es una hormona natural que regula el ciclo de sueño-vigilia. Los suplementos de melatonina pueden ser útiles para tratar el insomnio relacionado con el desfase horario o los trastornos del ritmo circadiano. Finalmente, algunos antidepresivos, como la trazodona y la mirtazapina, tienen propiedades sedantes y pueden ser útiles para tratar el insomnio asociado con la depresión o la ansiedad.
La selección de un medicamento siempre debe de ser secundaria a la corrección del factor desencadenante y paralelamente a la terapia psicológica, pues pueden ocasionar somnolencia diurna, mareos, dificultad para concentrarse, dependencia, aumento de peso y sobre todo problemas de memoria.
Los medicamentos para el insomnio pueden ser una herramienta útil en el tratamiento a corto plazo, pero no son una solución a largo plazo. Es importante trabajar con un profesional de la salud para identificar las causas subyacentes del insomnio y desarrollar un plan de tratamiento integral que incluya cambios en el estilo de vida y, solamente en casos estrictamente necesarios, medicación.
Indudablemente, siempre es fundamental consultar a un médico calificado, antes de comenzar cualquier tratamiento, independientemente de la información que se pueda recibir al respecto.
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