Con su libro El pincel de Elías, José Joaquín Magón y la orden de Nuestra Señora del Carmen, Alejandro Andrade Campos, historiador del arte por la UNAM, realizó un homenaje a su artista de cabecera, a su obsesión: el pintor José Joaquín Magón, activo de 1742 a 1763, considerado el mayor artista del siglo XVIII.
Con esta investigación, como coincidieron los historiadores del arte Paula Mues Orts y Pablo Amador Marrero, el investigador poblano revisa y da una nueva mirada al arte del siglo XVIII, una etapa menospreciada por los cronistas, historiadores e investigadores del arte que la han considerado “inferior” respecto al siglo XVII.
Como advirtió el propio Andrade Campos, “mientras la pintura del siglo XVII tenía carácter, era triunfante y vigorosa, la del XVIII era consideraba como deleznable, femenina y almibarada”. A esto, dijo durante la presentación del libro editado por la Universidad Autónoma de Puebla, del cual es egresado, hay que sumarle que “si lo de la capital era mal visto –el arte-, lo de provincia era visto aún de peor modo”.
El libro El pincel de Elías, José Joaquín Magón y la orden de Nuestra Señora del Carmen, indicó el historiador de profesión, comenzó al conocer un dato proporcionado por el también historiador –ya fallecido- Guillermo de Tovar y de Teresa sobre el proceso inquisitorio que atravesó el pintor. También, por la lectura de las crónicas y las historias del arte de otros especialistas, en este caso por Francisco Pérez de Salazar, quien de Magón anotó: “de este fecundo artista no se conoce ningún dato”.
Así, señaló aunque no era conocido, era claro que José Joaquín Magón había sido bien visto y era notable en su siglo. Incluso, como anotó otro autor clave de la historia del arte mexicano como lo es Manuel Toussaint, fue considerado “el mejor pintor de Puebla”.
“Se vio, se notó, pero por las circunstancias de su tiempo no fue valorado. Incluso, no hay registro de nacimiento ni de muerte, pero sí datos que me acercaron a la persona”, dijo el investigador.
Agregó que uno de esos datos fue otorgado por la también historiadora del arte Franciska Neff, quien le señaló que Magón fue reconocido por sus labores como alférez, dato que también da un panorama del mosaico social de la época.
Magón, anotó Alejandro Andade, era pardo, es decir, mulato, un término peyorativo en el siglo XVIII. Así que su interés por entrar a la milicia, dijo el investigador, responde a que al pertenecer a ella, el “pardo” se convertía en un súbdito del rey y con ello se aplicaba una de las prerrogativas: borrar su origen en las actas y recibir trato de español. “Era una forma de escalar socialmente, pero Magón desiste de la labor por la epilepsia que padecía, enfermedad que era entendida como un mal endémico de la ciudad”, acotó.
No obstante, señaló que la epilepsia cesó en uno de los conventos jerónimos de la ciudad tras la “aparición” de la virgen de Guadalupe, tema sobre el que Magón hizo una pintura de patrocinio en donde aparece el obispo de la época Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu. Al hacer ese exvoto de agradecimiento a la virgen por un mal que él padecía, añadió, se convirtió en el pintor oficial del obispo.
“Magón se configuró como el máximo pintor poblano de su época, esto gracias a su novedosa interpretación del gusto local mezclado con las novedades pictóricas que en ese momento se gestaban en la ciudad de México”, explicó el historiador del arte.
A la par, indicó, Magón hizo encargos y retratos, que lo llevó a la orden del Carmen para convertirse en el pintor selecto de esta orden en Puebla, algo que es patente en la gran cantidad de lienzos que pintó para la orden, cuya producción es abordada en el libro.
“El nombre de El pincel de Elías radica en que José Joaquín Magón logró plasmar visualmente los controvertidos argumentos que situaban el origen de la orden a manos del profeta Elías, en un momento en donde la pintura, tomada como un argumento legítimo, sirvió para emprender una defensa de principios, misma en la que el pincel de pintor debió haber tenido un peso discursivo vital”.
Además de reconstruir la línea familiar en la que sobresale Joaquín Magón, homónimo de su padre que también se dedicó a la pintura y descendientes célebres de la familia como los periodistas revolucionarios Enrique, Jesús y Ricardo Flores Magón, Alejandro Andrade pudo proponer resolución a una duda: si el pintor había trabajado en la Ciudad de México.
“Hay algo que permite una respuesta en un par de lienzos hallados en la Ciudad de México, mismos que tuvieron que haber sido trabajados ahí, puesto que el pintor necesitaba conocer la arquitectura para definir las dimensiones de la obra. Es casi seguro que pudo haber pintado allá y pudo haber muerto allá”, concluyó el doctorante en Historia del arte en la UNAM.
José Joaquín Magón, pintor poco atendido
El libro El pincel de Elías, José Joaquín Magón y la orden de Nuestra Señora del Carmen, comentó Pablo Amador Marrero, académico e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, es la resolución de una tesis de licenciatura que se supera y se propone como “un novel ejercicio por el estudio del arte, hecho desde la historia que salta a la historia del arte”.
El reconocido investigador apuntó que esta publicación universitaria no es una monografía sino un estudio sobre un pintor poco atendido y valorado por la historia del arte, que responde a la urgencia de que se revisen otras realidades y otro tipo de valoración que estén alejadas de las visiones obsoletas, pues es necesario remirar a las escuelas locales de pintura que tienen que tomar su protagonismo.
Amador Marrero resaltó además la historiografía que Alejandro Andrade revisó para construir su texto, debido a que supo cimentar a cada autor en su contexto, revisándolos y dejando atrás ciertas confusiones. “Alejandro sabe hilar la historia y dar lugar al hombre que queda religado a su arte. Alejandro le da su lugar y genera un esbozo biográfico pertinente. Tras tres siglos de espera le hace justicia al arte de Magón”.
La tradición local de la pintura
A su vez, Paula Mues Orts, profesora e investigadora de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH, señaló que el libro “El pincel de Elías, José Joaquín Magón y la orden de Nuestra Señora del Carmen” es “un mundo de coordenadas y relaciones” que tienen en común a un individuo: el pintor.
La historiadora del arte, quien también es especialista en el siglo XVIII, señaló que pese a ser “digno de estudiar, interesante y placentero”, este siglo es poco valorado. “Los estudios requieren de particularidad y complejidad, y se debe dejar atrás la historia negativa hecha en el siglo XIX, además de que debe mirarse la tradición local de la pintura”.
Al igual que Pablo Amador, Paula Mues advirtió que la investigación de Alejandro Andrade “no es una biografía, aunque un capítulo entero se llame así”; ello porque no hay suficientes datos para hacer biografías.
“Pese a ello no se renuncia a hablar de las personas. Con ello, se demuestra que hay puentes de comunicación y que hay complicidad entre historiador e historiado. Alejandro llama a volver a la tradición poblana, estudia la pintura y recupera lazos del pintor con su contexto”.
Por último, Mues Orts destacó que el historiador del arte realiza un catálogo de la obra de Magón que es basta y se encuentra diseminada en varias colecciones del país y del mundo. De ellas, proporciona las fotografías de los lienzos más importantes localizados en Ocotlán, Tlaxcala, así como en Tochtepec y Tecamachalco, aquí en el estado Puebla, lo mismo que en la Ciudad de México y Madrid.