Las consideraciones ambientales en el proceso de construcción del segundo piso de la sociedad post neoliberal en México, han surgido como uno de los puntos críticos de lo que se vislumbra como el futuro nacional.
Más allá de las concepciones convencionales del desarrollo, que lo identifican con el crecimiento de la producción, concepción que es necesario superar para abandonar las estrategias que provocan desigualdad e inciden en el aumento de la pobreza, tal como ocurrió en las casi 4 décadas en las cuales predominó la estrategia de crecimiento sin distribución de la riqueza, riqueza que se concentraba en unos cuántos grupos oligárquicos, mientras que, en paralelo, la población que vivía en situación de pobreza se incrementaba de prisa y sin pausa, todo ello en el marco de un régimen político que “ni veía ni oía” a los pobres, pero se acordaba de ellos para reprimirlos, o para despojarlos de lo único que les quedaba: su voto (de su territorio y agua ya habían sido despojados por grandes monopolios y por el capital inmobiliario que dirigía la expansión urbana y, al parecer, se hizo especialista en fraudes, como indica la información periodística de manera continua).
La cuestión ambiental, que es un ejemplo vivo de cómo se refuerza el proceso de acumulación del capital: primero, la expansión del capital depreda la naturaleza, se destruyen bosques y selvas, se contaminan lagos, río y mares, se destruyen manglares, y todo lo que se pueda si eso significa ganancias para el capital; segundo, para legitimar tal depredación, surgió la propuesta de invertir en la reparación del daño causado a la naturaleza por el capital, estudiarla, protegerla y reparar los impactos negativos provocados por el mismo capital.
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Por supuesto, se trata de hacer todo lo que al capital convenga, adoptando medidas que no interrumpan el proceso de acumulación y evitar el agotamiento de los recursos naturales sometiéndolos a la racionalidad del capital, proceso que culmina convirtiendo a la naturaleza en un mero “capital natural”, es decir, convertida en una mercancía.
Aún más, las actividades para reparar lo que el capital ha depredado se convierten en empresas altamente lucrativas, es un “nicho de oportunidades de inversión”, como gusta llamar a los “emprendedores” toda actividad social generadora de ganancia. Y, a esto, se le agregó la media verdad: “La salud del mundo está hecha un asco. Todos somos responsables”, dice Eduardo Galeano (Úselo y tírelo, 2024, p. 11). Y para convencernos de tal barbaridad: “Como conejos se reproducen los nuevos tecnócratas del medio ambiente…Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones al sacrificio de todos, en las declaraciones de los gobiernos y en los solemnes acuerdos internacionales que nadie cumple” ocultando así al mayor depredador: el capital.
Finalmente, porque el capital se expande sobre el territorio y se apropia de sus recursos, se han incorporado los aspectos referidos a la protección ambiental como negocio privado, cuyos costos se cubren con recursos públicos, es preciso, reconociendo que de nada sirve la crítica sin tener un proyecto alternativo, disponer de una política ambiental integrada al proyecto de país de la Cuarta Transformación por lo cual la discusión sobre las alternativas deberán contemplar el crecimiento con el bienestar como eje de la construcción del segundo piso de la transformación en marcha.
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