Grado 96: las otras víctimas, es un trabajo documental de 12 años hecho en anexos y en la calle sobre la drogadicción y el alcoholismo en Puebla. Su autor, el fotógrafo Rafael Durán, señala que principalmente muestra “la vida” de los anexos, del tipo de “terapia” que en ellos se realiza y que gira en torno a “esas otras víctimas” del olvido, la violencia y la indiferencia social.
Presentada en la edición 15 del Encuentro Fotográfico México celebrado días atrás, la muestra resultó de exhibiciones anteriores, fragmentadas, pues “llega a ser agresiva” por el tipo de imágenes que muestra: aquellas en la que aparecen los rostros, los cuerpos, las personas que padecen estas enfermedades adictivas.
“Los alcohólicos son esas otras víctimas, son invisibles, son los apestados de la sociedad. Desde la casa son rechazados, nunca la familia entiende que es una enfermedad como lo dice la Organización Mundial de la Salud”, apunta Durán en medio de la exposición integrada por fotografías, audios y una suerte de instalación para mostrar el contexto en el que mujeres y hombres pasan sus noches y sus días.
Durante una entrevista afirma que bajo esta realidad, tíos, papás, hermanos y demás familiares –también mujeres- que cursan la enfermedad son rechazados y estigmatizados como “borrachitos”, no obstante detrás hay un mundo desconocido para muchos o si es conocido, se prefiere pasar por desapercibido.
Los personajes que retrató, puntualiza, son por tanto “los invisibles” e incluso “los yo”, porque para él mismo este mundo no es ajeno, pues él mismo vio que nadie miraba, que nadie entendía, o que se cree que nadie entiende ni mira.
“Tú ves alguien en la calle y parece ajeno. Si piden dinero para un taco, le dan. Pero al alcohólico nadie lo quiere y él solo quiere alargar su existencia para un trago y para poder dormir, para despertar y pedir para otro trago, no para generar dinero”, cuenta el documentalista visual.
Asevera que él mismo “es hijo de la violencia” y no es un estudioso de academia que llegó a estudiar a una colonia o una situación para obtener algún grado, para decidir si el otro es triste o feliz, sino para contar sus propias historias y tener la decisión de hacerlo.
Para Rafael Durán, fotógrafo que durante muchos años se desenvolvió en la llamada nota roja, es importante que desde la fotografía se aborden este tipo de temáticas sociales pues “es necesario que se provoque” más allá de la estética y de los aspectos formales de la disciplina, como ocurre aquí que las imágenes están impresas en papeles cotidianos, en formatos comerciales, y puestas sin marco y más allá de la pared, como en el suelo o acompañantes de una instalación mayor, rotas, desgastadas y manchadas.
“Más allá de eso lo importante es lo que se cuenta, la narrativa, lo que provoca. Si una persona sale de aquí viendo esta fotografía y me cuenta su propia historia, he cumplido como fotógrafo en generar conciencia”, señala el también autor de la serie Clave 11 dedicada a la fotografía policiaca.
En ese sentido, Grado 96: las otras víctimas también es una declaración de su autor como fotógrafo social. “No es necesario que haya un autor, un estatus artístico o papeles finos de algodón. No me interesa, jamás lo haré y no lo voy a hacer, no me dedico a eso. Jamás voy a vender una fotografía en el sentido de pieza, de sentirme artista”.
Para Rafael Durán este ejercicio documental se trata más bien de “un deber cumplido”, de pensar en que alguien, un hombre o una mujer, llegó a su casa y miró a sus hijos de otra forma, o cambió la vida a sus hijos, a su mamá, a su pareja, al reflexionar, es “la importancia” de lo que hago.
“Sí con la fotografía se puede hacer un mundo mejor, entonces está chingón”, dice el también autor del libro de reciente aparición Clave 11, diario de un fotógrafo de nota roja, quien concluye que más allá de la disciplina fotográfica y del arte en general está el compromiso del creador y “el creedor, porque para crear hay que creer”.