Siempre me ha intrigado el por qué se celebra cada 22 de noviembre el día del músico y por qué se relaciona y representa pictóricamente, con una mujer identificada como Cecilia de Roma, tocando un órgano, cuando este fue un instrumento musical que surgió mucho después de su época, ubicada aproximadamente entre los años 180 y 230 de la era común.
Indudablemente esta es una de las más grandes paradojas de la iconografía religiosa y aunque en textos originales que dan cuenta de su martirio no se menciona instrumento musical alguno, la imagen de Santa Cecilia tocando el órgano se ha vuelto tan arraigada que es prácticamente icónica y de la cual existen hermosísimas representaciones artísticas.
Prevalecen varias teorías que intentan explicar esta aparente contradicción, que en lo personal me genera incomodidad de expresar por mi inconmensurable ignorancia. Lo cierto es que vale la pena hacer un repaso de la vida de esta mujer, mientras me sumerjo en la cotidiana conducta de escuchar música en una forma verdaderamente obsesiva.
Según el Martyrologium hieronymianum, que es un catálogo de mártires y santos de los tiempos antiguos, Cecilia de Roma fue una mujer perteneciente a la nobleza y que, pese a sus influencias, fue martirizada.
Todo surge, de acuerdo a unas actas aparecidas en el año 480 que narran cómo una muchacha virgen de una familia senatorial romana, se convirtió al cristianismo desde la infancia; pero sus padres la dieron en matrimonio a un joven perteneciente también a la nobleza romana y cuyo nombre era Valerianus. Después de que terminó la celebración de las nupcias, la joven esposa se negó a consumar el matrimonio, en la mismísima noche de la boda. El cónyuge, dotado de juventud y fogosidad, bien parecido, de buena familia, pero también culto y educado seguramente quedó estupefacto; sin embargo, pudiendo haber exigido que se cumplieran las reglas maritales, seguramente la curiosidad le llevó a postergar los derechos que el patriarcado romano le otorgaba en calidad de marido.
Tal vez en este embrollo hubo prudencia y respeto al suegro que, siendo senador, les había obsequiado una magnífica mansión y una dote particularmente abundante, lo que, aunado a la extraordinaria belleza y dulzura de la recién casada, le llevó a desear saber las razones a las que obedecía este rechazo que a todas luces parecía absurdo. La muchacha le explicó que desde pequeña había abrazado la fe cristiana y que se había consagrado a Cristo con un voto de castidad. Por supuesto el joven consideró que esta era una verdadera locura, sin embargo, se les apareció un ángel que, abrazando a la doncella con unas grandes alas protectoras, corroboró lo que la mujer había expresado.
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Bajo estas condiciones extraordinarias, Valerianus también se hizo cristiano optando por la castidad, condición totalmente contraria a las obligaciones maritales y sobre todo a los cultos imperiales en los que la procreación era determinante para heredar poder y dinero. Pero en lugar de mantener oculta su conducta, difundieron sus creencias persuadiendo y convirtiendo a un buen número de familiares y amigos, siempre en presencia del impresionante ángel protector.
Estas conductas llegaron a oídos del prefecto de Roma Turcio Almaquio quien, sin mediar palabra alguna, hizo arrestar a la doncella, calificándola como rebelde y tratando de obligarla a renegar de sus convicciones. Como no pudo conseguir este objetivo, la torturó primero quemándola con agua hirviendo durante un día y una noche, tras lo cual, fue enviada al patíbulo para que le cortaran la cabeza.
Se dice que el verdugo puso todo su empeño en la decapitación, pero tras tres intentos infructuosos, huyó aterrado. Las leyes romanas solamente permitían tres tentativas de ejecución por lo que, tras estos tres golpes reglamentarios, la tuvieron que dejar en libertad. Ensangrentada, maltratada, malherida y con incisiones en la cabeza y el cuello, fue llevada viva a su casa en la que todavía sobrevivió tres días que dedicó a repartir sus riquezas entre la gente pobre de la ciudad para después morir en paz.
El vínculo con el martirio de esta mujer y la música es particularmente complejo y misterioso y constituye un verdadero embrollo dentro del santoral católico. Lo cierto es que el martirologio describe que mientras la música festiva sonaba en las nupcias de Cecilia y Valeriano, ella cantaba en sus más profundos adentros a los ángeles del cielo para que la apoyaran en mantener su castidad y así, conservar su pureza.
Las actas de su martirio, redactadas en el siglo V, literalmente expresan que: “Llegó el día señalado para la boda. Sonaban los instrumentos musicales, pero ella solo cantaba en su corazón a Dios diciendo: Conserva mi corazón y mi cuerpo inmaculados y que no me avergüencen; y tras ayunar y orar dos o tres días, encomendó a Dios su temor. Invitaba a los ángeles a sus preces, con lágrimas interpelaba a los apóstoles y exhortaba a todos los santos y seguidores de Cristo a que la ayudaran elogiando su pudicia ante Dios”
A partir de este párrafo se compuso la antífona gregoriana para la celebración de su fiesta con el texto abreviado: “Sonando los instrumentos musicales, ella cantaba a Dios diciendo: conserva mi corazón inmaculado y que no me avergüence” omitiendo “en su corazón”. esta antífona gozó de mucha más difusión que los demás textos, lo que, unido a una lectura errónea, seguramente comenzó a representar a la santa cantando y tocando algún instrumento, extasiada y mirando al cielo.
La representación de Santa Cecilia con un órgano es el resultado de una compleja interacción entre factores históricos, culturales y artísticos. Aunque no corresponda con la realidad histórica, esta imagen se ha convertido en un símbolo poderoso y duradero, que ha trascendido las barreras del tiempo y del espacio. Es tal mi respeto, cariño, admiración y afecto por los músicos que los festejo todos los días cuando en innumerables momentos, los escucho; sin embargo, constituye un motivo particular, el dedicarles este día, por permitirnos en ese lenguaje universal, emocionarnos y conectarnos al nivel más profundo de las sensaciones con la materia, la vida, la belleza en su forma más espléndida y el universo.
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