Lejos de lo que se ha difundido en medios y redes sociales, el desastre acontecido en Valencia y otras regiones de España no es un fenómeno nuevo, ni consecuencia del llamado cambio climático, sino que tiene registros desde el siglo XVIII.
La meteoróloga, Lluvia Gómez Texon, investigadora del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales de la Universidad Autónoma de Puebla (Cupeder), aclaró que lo que sucedió fue una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA). Aunque actualmente recibe este nombre, este fenómeno ha existido “desde hace mucho tiempo” y es también conocido anteriormente como gota fría”.
Agregó que la devastación causada por la DANA -que hasta el momento ha dejado al menos 95 víctimas mortales y considerables daños materiales- subraya la importancia de comprender y manejar estos fenómenos de manera integral.
Según la meteoróloga del Cupeder, una DANA se refiere a una masa de aire frío en los niveles altos de la atmósfera que, al interactuar con el aire caliente en las capas bajas, genera una inestabilidad atmosférica que puede desencadenar lluvias intensas, tormentas y granizadas de gran magnitud. “No se trata de un fenómeno nuevo”, explica la especialista, “sino de una condición que ya se ha presentado durante años”. Las DANAs son comunes en el otoño, y si bien la magnitud de los daños varía en cada evento, estos pueden causar desastres significativos, especialmente en zonas urbanas o con poca capacidad de absorción de agua.
Gómez Texon añadio que uno de los aspectos más llamativos de esta DANA en España fue la intensidad del granizo, en algunos casos del tamaño de pelotas de golf. Este nivel de inestabilidad atmosférica fue responsable de las severas tormentas que azotaron la región, mostrando una de las manifestaciones más intensas de este tipo de depresión atmosférica.
Si bien la DANA es un fenómeno natural, la meteoróloga enfatizó que el impacto en esta ocasión se agravó por factores adicionales relacionados con la urbanización y la alteración del territorio. En las últimas décadas, el crecimiento urbano y las modificaciones de los cauces de ríos para permitir desarrollos habitacionales han reducido la capacidad del terreno para gestionar grandes volúmenes de agua. “Este tipo de alteraciones al entorno natural”, señala la experta, “son factores que incrementan el riesgo de inundaciones, especialmente cuando ocurren fenómenos meteorológicos de esta magnitud”, apuntó.