Actualmente predominan en el mercado, productos de caducidad programada, atractivos, y de urgente actualización por los fabricantes, para provocar la compra continua. Productos desechables inundan la tierra, los mares y ríos, y lo más lamentable, parece que no hay quien lo detenga. Productos que en el pasado fueron hechos para tener una larga vida útil, desde hace algunas décadas atrás han sido desplazados por productos y artículos de corta vida o desechables. Lo vemos desde un automóvil, insumos para la industria, productos alimenticios a base de sustitutos, artículos de uso personal, o hasta un simple artículo para el hogar.
Ningún mercado puede sobrevivir con limitantes; para ello, el mercado cambia de estrategias continuamente: si hay un límite de bienes imprescindibles, entonces la mercadotecnia crea la necesidad de bienes prescindibles. El incremento de la oferta ha generado una transformación de los hábitos de consumo; así nació el consumismo, utilizado para asemejar la “felicidad personal” con la compra de bienes y servicios; o sustituyendo el “pienso, luego existo” por el “compro, luego existo”.
El consumo es la vida en su adecuada y saludable conexión con lo que somos o necesitamos ser en cada coyuntura o en cada momento; en cambio, el consumismo es el hijo predilecto de una fantasía que altera o distorsiona nuestra propia realidad o nuestra propia imagen, convirtiéndonos en esclavos, en un remedo de lo que somos o en la imagen de lo que nunca seremos.
En algún tiempo el consumismo se consideró como la acumulación de bienes no esenciales, pudiendo prescindir de ellos; ahora el escenario es distinto porque hasta en los artículos que resultan esenciales, su vida útil es para volver a comprarlo en lo inmediato, generando basura y exorbitantes desechos. La destrucción como raíz del consumismo, es el pecado que lleva la penitencia: un ambiente deteriorado, altos niveles de contaminación, escasez de agua, rellenos sanitarios de basura sobresaturados y con lixiviados que contaminan los acuíferos, plásticos a raudales que inundan todo espacio, daños a la salud pública, aparición de nuevas enfermedades y una sociedad dominada por la desigualdad.
Consumir es vivir en la frugalidad, permite sostener la economía local y global; en cambio, el consumismo, esclaviza, depreda, destruye el planeta y al individuo; a través de una mercadotecnia engañosa, agresiva y poco regulada.
El 22 de abril será el “Día Mundial de la Madre Tierra”, es oportuno rendir homenaje a nuestro planeta y reconocer a la Tierra como nuestro único hogar y Madre, como lo han expresado distintas culturas a lo largo de la historia. Su conmemoración, aun en medio de los abusos, excesos, contaminación y destrucción, es para recordar que el planeta y sus ecosistemas nos dan vida y sustento, admitiendo la responsabilidad humana y colectiva de su cuidado.
La Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar, no hay otro planeta tierra y, desafortunadamente, su creciente destrucción es alarmante. El capitalismo salvaje y el consumismo son el sinónimo de la llamada modernidad, y parecen no tener límites, sólo importa lo que sea mensurable en dinero, destruyendo toda forma de equilibrio.
La tierra como ente biológico dañado, seguirá respondiendo al comportamiento del hombre a través de catástrofes, sequías, altas temperaturas, etc. Solo con el consenso humano, los bosques podrán regenerarse plantando árboles por millares y millones, brotará el agua cristalina de los manantiales, habrá oxígeno y aire limpio, la fauna silvestre resurgirá en ecosistemas equilibrados, los ríos y arroyos correrán alegremente y la tierra volverá a ser fértil para producir alimentos saludables.
Nadie cosecha lo que no siembra, a nadie le gusta caminar sobre su propia bazofia, ni orinar donde beberá agua algún día. Que nadie contamine donde se habrá de respirar; entonces, mejor sigamos el orden de la tierra, y hagamos que nuestra conciencia camine como una utopía en búsqueda del arcoíris.
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