Ante la falacia de la riqueza que promete el capitalismo, el mundo es testigo y testimonio de lo opuesto. La creciente pobreza, inseguridad alimentaria, crisis de vivienda, violencia y deterioro ambiental que enfrenta el mundo actualmente pone en cuestionamiento el modelo de producción y organización social que nos ha llevado a este punto de crisis.
En un contexto de múltiples crisis, las democracias no quedan exentas de ello. Las disparidades entre países, y al interior de los mismos, es creciente. Asimismo, las inestabilidades sociales, políticas y económicas se encuentran en aumento. La desconfianza en las instituciones y la fragilidad de las democracias dibujan un panorama desolador.
Las promesas incumplidas, ubican a las democracias en el mundo en un retroceso histórico de 30 años, según datos de la oficina de Derechos Humanos de la ONU. Grupos históricamente marginados quedan aún más relegados, las mujeres, los pueblos indígenas, los obreros y campesinos, la comunidad LGTBQUIA2+, las personas mayores y las personas con discapacidad, entre otros, se han visto impactadas por las políticas neoliberales y el desmoronamiento del pacto social.
Por otra parte, la poca evidencia de mejoría en las prácticas gubernamentales, la falta de transparencia en los procesos públicos y de toma de decisiones, así como la inadecuada rendición de cuentas, debilita la confianza en las instituciones, en un contexto donde la sobre información y mala información circulando en las redes sociales, deja como saldo una población poco o mal informada, con nula educación cívica, y con mediocres alternativas políticas, desde donde se promueven discursos de odio y polarización, lastimando nuestra humanidad compartida.
Sin embargo, no todo está perdido. La humanidad es resiliente y preserva, pese a todo, la esperanza. La capacidad crítica y creativa puede encontrar un terreno fértil en el marco de las crisis. Los movimientos sociales para reducir los efectos del cambio climático y las disparidades sociales, políticas y económicas, van emergiendo y hacen sonar sus voces y propuestas, como expresiones de exigibilidad de los derechos humanos y la posibilidad de retomar y fortalecer valores democráticos y participativos.
La organización social y comunitaria es algo que no debe percibirse como amenaza, sino como la posibilidad de revitalizar la democracia participativa, los espacios de interlocución entre gobiernos, autoridades y comunidades donde puedan reivindicarse ideales, sueños, esperanzas, expectativas y exigencia de los derechos humanos son una urgencia. Resulta crucial la existencia de espacios de encuentro y desencuentro, de diálogos polifónicos desde las diversidades, desde la empatía, el reconocimiento, la conversación y el hacernos visibles.
Que el carácter onírico de las democracias no sea desde la mentira, la corrupción y la intriga, sino desde ese sueño que permita construir la participación consciente, crítica y proactiva de las personas en sus comunidades y sobre los temas que afectan directamente sus vidas. Prevalecen desafíos, es tarea común crear las vías para escuchar y, como dirían los zapatistas, mandar obedeciendo, y servir a las comunidades que representan. Podemos caminar en comunidad para fortalecer las democracias participativas.