El artista como constructor de memoria. Como un ente que pregunta sobre cómo cada uno se ha relacionado con el pasado, notando quién se ha quedado callado y quien ha tenido la oportunidad de hablar. El artista que plantea una pregunta de historia y su relación con objetos hoy históricos, que otrora fueron cotidianos, y a los que es necesario cuestionar y sanar de su pasado colonizador, en un ejercicio relacionado con el propio devenir.
En esos caminos transita la operación que el artista Noé Martínez (Morelia, Michoacán, 1986) realizó en la colección de Arte virreinal del Museo Amparo como parte de la instalación La historia de los caminos, en la que por lo menos 100 objetos del acervo -entre marfiles, esculturas policromadas, pinturas, cerámicas y textiles- son “curados” a la manera de la cosmovisión indígena huasteca para sanar su pasado colonizador, en el que la esclavitud estuvo presente.
Curada por Tatiana Cuevas, recién nombrada directora del Museo Universitario de Arte Universitario de la UNAM, la exposición se gestó hace más de un lustro, a partir de un proyecto comisionado por el Museo Amparo y las preguntas que Noé Martínez tenía en torno a la esclavitud de pueblos originarios en la época colonial, que le llevó a consultar el Archivo de Indias y abrir el panorama sobre cómo indígenas -no sólo personas de la raza negra-, fueron llevados a países de Europa, el Caribe, la ahora Sudamérica o la costa africana, intercambiados por caballos o reses, y por otras personas, y en donde -hacia 1631- una persona de raza negra equivalía a tres o cinco indios, cuyo “valor” ascendía a 500 pesos de entonces.
“Me hizo sentido pensar las rutas comerciales que se veían con la colección -del Museo Amparo- y como cada uno de los objetos hablaban de un tránsito, y si bien no todos se produjeron en Europa o fuera de las Américas, sí las técnicas, el material y el imaginario cristiano. Para mí cada ruta de comercio era una ruta de tráfico de personas en el momento de la Colonia”, dijo el artista.
Continuó que empalmando esas ideas comenzó a preguntarse qué pasaba con esos objetos, cómo se acercaría a ellos y cómo los cuestionaría. Así, asentado en la cosmovisión de su familia de origen huasteco que “piensa a los objetos como entes animados”, supo que estos objetos del museo habían pasado de un lugar a otro, entre océanos, cargando una historia colonial.
“Estaba pensando mucho en cómo curar esas heridas coloniales que tenemos cómo sociedad, que yo mismo porto en mi cuerpo, por lo que me puse a pensar entonces a los objetos como personas a las que había que curar, pues están vivos”, confió Martínez.
Por tanto, acotó que apoyado también en el cuestionamiento hacia lo que “hemos visto y lo que nos han ocultado”, y confiado en que “a veces ocultando podemos ver lo que no era obvio”, propuso hacer “una tercera o cuarta lectura de lo que es nuestra historia”, y “curar a los objetos” tal y como sus ancestras lo habían curado a él.
“A nosotros nos curaban con una manta encima, mi abuela curaba con el vapor de plantas endémicas. Empecé a trabajar en la impresión de plantas -muitle, cempasuchil, ruda y tabaco- en una serie de textiles -manta y lana-, con las que cubrí parte de la colección para que tengan cómo curarse los materiales: que se cure la madera, que se cure la plata, que se curen los textiles, la cerámica”, mencionó al recorrer la instalación.
Continuó que esa curación con las mantas se complementa de forma visual y auditiva con la serie de videos que grabó con actores y bailarines, quienes frente a cámara ejecutan saltos, movimientos, sonidos, ademanes, silencios y otro tanto de ejercicios corporales que imitan, como ejemplo, el relinchar de un caballo pues la población era intercambiada por estas especies, o por una caminata exhaustiva, tal como hacían los esclavos indígenas del Pánuco al cargar 150 kilogramos durante 25 días, sin comida ni descanso, hacia las costas de Veracruz, donde su vida valía menos que la propia carga o cualquier equino.
Asimismo, aparece un mapa que “sintetiza” esas rutas de comercios y de personas, que permite dimensionar lo robusto que fue este renglón en el momento colonial. “Para mí es una historia personal, de la historia directa de mis esclavos del Pánuco, del ahora área huasteca, el área más documentada”.
Para cerrar, Noé Martínez resaltó la manera en cómo el Museo Amparo entendió el proceso y dejó que las piezas, las mismas que se muestran al visitante, fueran veladas como parte de la instalación. “Fue una forma distinta de acercarme a los objetos, que para mí ahora se están curando”, concluyó.
