Miércoles, abril 24, 2024

El aborto y el mundo feliz

Destacamos

«Un Estado totalitario realmente eficaz

sería aquel en el cual los jefes políticos

 todopoderosos y su ejército de colaboradores

pudieran gobernar una población de esclavos

 sobre los cuales no fuese necesario ejercer

 coerción alguna por cuanto amarían su

servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea

asignada en los actuales Estados totalitarios a

los ministerios de propaganda, los directores

 de los periódicos y los maestros de escuela».

 

Aldous Huxley

El escritor inglés Aldous Huxley (1894-1963) dejó escrito en sus novelas parte de lo que se vería en un futuro de la humanidad, y pareciera que, tristemente, no se equivocó. Desde principios del siglo XX, los sistemas públicos tienen una tendencia de buscar un «mundo feliz», que no está lejos de cómo se vive actualmente, cuando se enfatiza cada vez más en el individualismo y se ha dejado a un lado el propósito de los franceses denominado «solidaridad». El sistema actual busca que los individuos vivan en la comodidad material, que es la que demanda, y en el consumo de productos de cualquier tipo; en resumen: hoy día, vivimos para consumir.

La novela Mundo feliz giraba alrededor de una sociedad hipnotizada, donde mujeres y hombres eran zombis que vivían en la felicidad material individualista y «completa», donde no había preocupación alguna; pues no había esposos ni esposas, no hijos, no familia, es decir, el individualismo total; donde, en caso de tener preocupaciones, molestias y dolores, se contaba con una serie de medicamentos o drogas para relajarse y seguir viviendo sin ningún malestar hasta llegar a la muerte sin dolor, es decir, la eutanasia.

Pareciera que esa novela estaba muy alejada de la realidad que se vivía a principios del siglo XX, pero ahora no es así; el individualismo cada día es mayor y, hoy, se ha incrementado con el aislamiento surgido en la pandemia. Por su parte, el consumo material se ha expandido. Actualmente, hay consumo donde hace algunos años no existía, como con los denominados: «coaches de vida», todo para el consumo total y, con ello, la menor molestia posible, entendiéndose que la acumulación de molestias es la causa de los reclamos, sobre todo, de los reclamos contra las instituciones oficiales, es decir, contra los gobiernos.

Ese «mundo feliz» es el planteado en muchas políticas públicas de las naciones en la actualidad; pero no es uno que otorgue, en la mayoría de los casos, verdaderos derechos exigibles y materializables, sino uno de simples buenos propósitos. Con todo, la tendencia es, por lo menos, prometer un «mundo feliz» legislando, por ejemplo, derechos a la salud, al medio ambiente, a la educación, a la cultura, etc.; pero sin que ninguna de esas propuestas sea cumplida por los gobiernos, a las que, por lo mismo, en el campo jurídico, se les denomina pomposamente como «derechos programáticos», como para justificar su incumplimiento. Esto da a entender que los legisladores viven de ello: de establecer y establecer derechos, reformas y más reformas con leyes y más leyes que no se cumplen ni son conocidas, ni siquiera, por los propios servidores públicos que tienen el deber de acatarlas.

Así, toda esta realidad se extiende a los órganos jurisdiccionales, que dictan sentencias que, aunque finalmente no pueden ser cumplidas, se presentan como decisiones judiciales espectaculares, atractivas y novedosas, que son puestas en un altar por todo el sistema y que, en las escuelas y universidades, son enarboladas sin que nadie constate que nunca son efectuadas en la realidad. Últimamente, parece que las decisiones de las cortes supremas de todos los países de occidente tienen la misma tendencia de alcanzar ese «mundo feliz». En tanto, no tienen tiempo para resolver los problemas de la sociedad en general, los casos verdaderamente necesarios para la población, los del día a día, los que nunca llegan a los tribunales de mayor jerarquía, tal como ocurre con los abusos de las autoridades en sus funciones en expropiaciones, en los abusos de las instituciones del sistema financiero, en las arbitrariedades de las autoridades fiscales, etc. Dicho esto, bien se puede hacer la pregunta de: ¿cuándo la última decisión de la Corte mexicana, verdaderamente, benefició a la sociedad con su efectividad?

Lo cierto es que esos tribunales de mayor jerarquía se han dedicado a resolver casos exclusivamente emblemáticos, esos que salen y salen en los medios masivos de comunicación; pero los problemas rutinarios —parece— les estorban. Por ello, cada día, las decisiones de estos tribunales se ven más intrascendentes para la población y, desde luego, esos órganos quedan más alejados de la realidad del ciudadano de a pie.

Esas decisiones de los tribunales de mayor jerarquía, para quedar bien con el sistema (pues la historia siempre ha sido así, basta con repasar lo que sucedió con los jueces del nazismo o en los tiempos de las dictaduras en Sudamérica y con la denominada Guerra Secreta en México), se han dedicado a resolver esos casos «emblemáticos»: que se oyen bien, se ven mejor, pero cuyas consecuencias son terribles. Lo primero que sucede es que estos tribunales pierden inmediatamente legitimidad, es decir, cada día la credibilidad de ellos es menos aceptada por la población, lo cual se traduce en lo que hoy estamos viviendo, por ejemplo, en México: alta inseguridad pública, los denominados delitos de alto impacto. Todo, porque los tribunales están tan alejados de los ciudadanos y ponen barreras de tantas y tantas formalidades jurídicas que viven en otra realidad: en el mundo del aire acondicionado y la quincena y el bono seguro. Por ello, la propia sociedad busca y encuentra otros canales, como ha sucedido con el caso de las autodefensas, que cada día aumentan en territorio nacional, algunas con buenos propósitos y otras encubiertas como defensores de la población. Ahora bien, lo cierto es que éstas no tienen la culpa cuando volteamos a ver resoluciones de los tribunales, donde se niega justicia porque faltó una copia, porque los documentos se presentaron un día después, porque, supuestamente, la firma no es la misma, porque ella no pudo ser confirmada, porque hay muchos pretextos formalistas que se olvidan del justiciable que se juega la vida todos los días desde que sale de su casa.

Así, dentro de esas decisiones emblemáticas del «mundo feliz-individualista», se encuentra la del tema tan debatido del aborto, con la que la Corte aparenta hacer el trabajo sucio; pues ante una nación sin rumbo, con estanflación, con índices de desempleo altísimos, cierre de empresas pequeñas y micro, centros comerciales con locales vacíos, talleres y fábricas sin actividades, muertos y enfermos por la pandemia, inflación, problemas por doquier de delincuencia organizada, desplazamientos, homicidios y, después, un informe presidencial tan pálido, salió por turno resolver sobre el aborto, cuando hay tantos y tantos asuntos que llegan a la Cote y son desechados sistemáticamente, a veces, bajo la propia argumentación judicial de la Corte, pero, últimamente, por una reforma constitucional que le permite expresamente desechar, sin mayores reclamos, los asuntos que considere nimiedades.

Lejos de los tiempos de la Corte, que parecieran ser muy paralelos a los tiempos de la administración pública federal, habrá que ver el texto final de la tesis y analizarlo para conocer si, en ese debate, se ha podido superar situaciones como la crítica de Norberto Bobbio respecto de la defensa de las políticas de izquierda como protectoras del aborto. Lo cierto es que, con estas decisiones, la tendencia dice que no pasará mucho tiempo para la permisión de la eutanasia. Sólo es cosa de que ocurra alguna torpeza o catástrofe que requiera poner en los medios esa decisión. Sin embargo, dichas resoluciones se acercan cada día más al «mundo feliz», traducido jurídicamente como «derecho a decidir sobre al cuerpo femenino» (web: parmenasradio.org).

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