“Vivir para morir no tiene sentido;
morir para vivir da sentido a todo”.
Cada vez son menos los espacios de este planeta que no han sido explorados por el ser humano, y al revisar la historia encontramos pasajes marcados por el indomable carácter de mujeres y hombres.
Por ejemplo, a mediados del año 2006 la cima del Everest fue conquistada por un alpinista neozelandéssui generis: Mark Inglis, guía de montaña, que 23 años antes había perdido ambas piernas debido a las severas congelaciones sufridas en un accidente.
En 1982, tratando de ascender al Monte Cook en Nueva Zelanda, Mark Inglis cayó y quedó atrapado completamente solo durante 14 días en una cueva de hielo.
La historia de Inglis no solo es altamente motivante, es algo más profundo, porque el percance en el que perdió sus extremidades tuvo componentes que las más estrictas escuelas iniciáticas de la antigüedad hubieran dado por cubiertas y superadas por el candidato.
Desde la antigüedad se ha planteado que la duda filosófica –no confundir con la duda metódica o sistemática- es algo tan sutil que no se puede abordar directamente y por ello toma cuerpo en tres grandes preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Para dónde voy?
Tratar de resolver la duda filosófica constituye un motor de vida que frecuentemente pasa inadvertido para la gran mayoría de los individuos, por ello ale nuestros ancestros propiciaron contextos cubiertos de rituales, para dejar al sujeto frente al desafío inesquivable de responderse las tres grandes preguntas anteriores.
El pasaje de vida de Mark Inglis – en la cueva – es equiparable a otros más en los que mujeres y hombres salieron vencederos después de sobrevivir a situaciones extremas: como los casos de quienes fueron rescatados bajo toneladas y toneladas de escombros después de un terremoto, o las experiencias de náufragos que son rescatados al azar, en fin, ejemplos hay muchos.
Uno de los hilos invisibles que une a los sobrevivientes de situaciones extremas es el que se refiere a que estos lapsos de horas, días, semanas, meses, fueron espacios de confrontar todo lo que creían saber, todas sus experiencias pasadas y presentes, de cuestionar sus conocimientos técnicos y empíricos; ese paréntesis sirvió para mostrarles el crudo rostro de la flaqueza humana, pero también su infinita capacidad para vencerlo todo.
Algunos de los sobrevivientes, como es el caso de Mark Inglis- han recapitulado su experiencia: ¿será acaso necesario estar frente a la muerte para que pase frente a nosotros sin velo la esencia de la llamada duda filosófica? ¿Será necesario transitar por toda una vida para tan sólo en los últimos instantes descubrir el misterio de nuestro paso por la Tierra?
Al parecer algo nos queda claro: no es necesario que el proceso final de la iniciación humana concluya con la muerte, para que nuestras vidas se vean rotundamente transformadas por una fuerza inconmensurable que radica en nuestro interior, energía que da un sentido distinto a todo lo que nos rodea.
Lo que también sale a relucir es que hay que sobreponerse a las secuelas de los pasajes extremos de nuestra existencia, para que el vigor de las enseñanzas de esos momentos haga efecto y sean maduradas por nuestra mente y nuestro corazón, a fin de que puedan ser comunicadas.
Según las tradiciones antiguas Mark Inglis estaría en el camino del Maestro, porque sobreponiéndose a la muerte entendió el valor de la vida y pudo completar el ciclo a través de comunicar su experiencia…de propiciar que otros se eduquen con su ejemplo.
Las condiciones inhóspitas por las cuales atravesó Mark seguramente son poco probables que se presenten a usted o a mí, pero sí está a nuestro alcance propiciar que las situaciones que conforman nuestra vida y que nos retan a enfrentarla de manera diferente, cobren tal relevancia que sean motivo de nuestra profunda transformación.
Abel Pérez Rojas ([email protected] / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.