El artículo tercero constitucional, establece que toda persona tiene derecho a recibir educación, y que la educación básica y media superior serán obligatorias. La ley no establece los niveles de aprendizaje deseables, corresponde a la Secretaría cabeza de sector asegurarse de dirigir las políticas educacionales en su diseño, innovación, ejecución, evaluación, control y seguimiento de todo proceso educativo para los diferentes niveles, garantizando la enseñanza con un enfoque de aprendizaje asegurado; lamentablemente, la realidad muestra el rostro de la ligereza, rezago, deficiencia y mediocridad en su modelo y niveles de aprendizaje.
La SEP es la institución con mayor presupuesto en 2021: supera los 338 mil mdp. Lo sorprendente es que el 98.1 por ciento se destina a gasto corriente; es decir, nómina y gastos operativos, y solo una moronita para innovar. Las llamadas cuotas voluntarias de padres de familias que están fuera de la ley, siguen vigentes ya que, en la práctica, son muy atractivas para los directivos ya que son el pase de entrada para la inscripción de alumnos, y muy socorridas por no ser auditables.
Tristemente muchos alumnos se quedan en el camino por diversas razones, de cada 100 niños que ingresan a la primaria, solo 16 llegan a la Universidad y no todos logran graduarse. Una razón de peso en la deserción escolar, es la pérdida de interés debido a profesores irresponsables, incapaces y faltos de vocación, solapados por un sindicato intocable por los gobiernos, que a menudo busca negociaciones para ganar poder, y que por décadas ha tolerado marrullerías, vicios y corruptelas de todo tipo. La disparidad de sueldos es abismal, pues mientras unos profesores ganan 7 mil pesos mensuales, otros obtienen 85 mil pesos. Sin duda, hay profesores capaces y comprometidos con la enseñanza, pero definitivamente son los menos. Pareciera que lo que menos importa es “La calidad del aprendizaje” a fin de cuentas, ningún alumno deberá ser reprobado por disposiciones oficiales. México es vergüenza ante la comunidad internacional por su alto rezago educativo, la mediocridad que sigue conduciendo al subdesarrollo, pareciera no interesar.
El Censo 2020 muestra que el promedio de escolaridad de la población de 15 años de edad y más, apenas llega a 9.7 años; es decir, poco más de la secundaria. Lastimosamente, aún se reportan 6,328,144 personas analfabetas. Habrá que preguntarse entonces ¿Se requiere mayor presupuesto a educación? o ¿elevar la calidad del aprendizaje? primero sanear al sindicato y luego aplicar una reingeniería.
Mientras no se vea a la educación de calidad como pilar fundamental del desarrollo, México seguirá reprobado por su elevada deserción, distribución del gasto inequitativo; enormes brechas en los aprendizajes según tipos de escuelas y docentes improvisados; incompetencia en lectura, matemáticas y ciencias; condiciones básicas deplorables en planteles; precarios servicios educativos en comunidades rurales, y escasos deseos por mejorar.
Por ahora, la utopía del camino al éxito, desarrollo y prosperidad como país, continúa en su trillada, embaucadora y obsoleta retórica del quehacer político.
La pandemia, ha agudizado la deserción en todos los niveles y en más de 2.5 millones de alumnos. Este tema merece un espacio en la siguiente columna.