La revisión periódica de las efemérides históricas, la considero personalmente una práctica que conecta con el pasado y, además que resulta plácidamente enriquecedora.
Este 30 de agosto se conmemora a nivel internacional la presentación del primer aparato de comunicación telefónica que, en el año de 1879, Thomas Alva Edison (1847 – 1931) realizó y que superó el antiguo sistema de Alexander Graham Bell (1847 – 1922).
La relación entre estos dos científicos en el contexto de la invención del teléfono es fascinante y compleja. Si bien Graham Bell es el nombre más asociado al teléfono, la contribución de Alva Edison fue igualmente significativa, aunque de una manera diferente.
Graham Bell es el nombre que comúnmente se asocia con este invento. Su patente de 1876 es la que se considera el punto de partida de la telefonía moderna.
Thomas Alva Edison, por su parte, aunque no inventó el teléfono, realizó contribuciones fundamentales que mejoraron enormemente el dispositivo original de Graham Bell.
Algunas de sus principales aportaciones fueron el micrófono de carbón que mejoró considerablemente la calidad del sonido transmitido. Este invento permitió que las conversaciones telefónicas fueran más comprensibles. El transmisor de carbono complementó al micrófono de carbón y permitió aumentar la distancia a la que se podían realizar llamadas telefónicas. Edison también trabajó en el desarrollo de sistemas de conmutación telefónica, lo que permitió conectar a múltiples usuarios en una misma red.
Efectivamente Graham Bell es considerado el inventor, pero Alva Edison jugó un papel crucial en su perfeccionamiento y en la expansión de las redes telefónicas. Ambos inventores, cada uno a su manera, contribuyeron de manera significativa al desarrollo de una tecnología que revolucionaría la comunicación.
La relación entre ambos personajes fue compleja e incluso competitiva. Alva Edison y Graham Bell eran de personalidades fuertes y ambiciosas y por sus intereses comerciales a menudo mantenían roces. Sin embargo, sus inventos y el trabajo de sus respectivos equipos sentaron las bases para la industria telefónica moderna.
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Es así que, al adentrarse en la historia de las comunicaciones, resulta que el verdadero inventor de este aparato, para nosotros tan común ahora, fue el ingeniero italiano Antonio Santi Giuseppe Meucci (1808 – 1889), quien creó un artefacto de comunicación al que denominó “teletrófono”, posteriormente bautizado como “teléfono”. Desarrolló un teléfono neumático (precursor de su teletrófono) que hoy todavía se utiliza en el Teatro della Pergola de Florencia y que luego perfeccionó en el teatro Tacón en La Habana, Cuba.
En 1854, Meucci construyó un aparato para conectar su oficina (en la planta baja de su casa) con el dormitorio (ubicado en el segundo piso), debido a que su esposa estaba inmovilizada por artritis, así podía comunicarse con ella en una forma inmediata. Por supuesto imaginó las infinitas posibilidades en el desarrollo de este invento; sin embargo, Meucci carecía de los recursos económicos suficientes para patentarlo. En 1860 Antonio Meucci hizo público su invento, en una demostración masiva pero nunca se pudo materializar la idea de producir y difundir este invento.
Consciente de que alguien podía robarle la patente, pero incapaz de reunir los 250 dólares que costaba la patente definitiva, tuvo que conformarse con un cáveat (“aviso”), que es una especie de trámite preliminar, antes de la presentación de documentación para patentar. Este cáveat tenía vigencia de un año, que registró el 28 de diciembre de 1871 y que pudo permitirse renovar por 10 dólares, solo en 1872 y 1873.
Más tarde la tragedia llegó a su vida, cuando tuvo un accidente. La explosión del vapor Westfield, le provocó graves quemaduras, lo que obligó a su esposa a empeñar los trabajos de Antonio a un prestamista, por 6 dólares. Una vez repuesto, volvió para recuperarlos, pero en la casa de empeño le dijeron que habían sido vendidos a una persona a la que nunca se pudo identificar.
El caso de Antonio Meucci es un claro ejemplo de cómo factores económicos y sociales pueden influir de manera determinante en el reconocimiento de la invención y en la obtención de los beneficios correspondientes.
Meucci falleció, y jamás vio la gloria, el reconocimiento de su talento ni la evolución de su invento, debido a su escaso conocimiento del inglés y su poca desenvoltura ante las artimañas legales y los ingentes intereses económicos de las grandes corporaciones de Estados Unidos.
Como sea, el 11 de junio de 2002, el Boletín Oficial de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, publicó la Resolución n.º 269, por la que se honra la vida y el trabajo del inventor Antonio Meucci, reconociéndolo como el verdadero inventor.
El caso de Antonio Meucci es un recordatorio de la importancia que tiene valorar y proteger la inventiva, así como de la necesidad de crear sistemas más justos y equitativos para reconocer y recompensar la creatividad, para comprender cómo la investigación y el desarrollo, tienen contribuciones positivas para la humanidad.
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