Jueves, septiembre 19, 2024

Dussel y la ignorancia

El pensamiento decolonial –y muchas otras reflexiones derivadas de la necesidad de torpedear nuestro presente colonial– ha significado una revelación interesante para mí. Llevo unos cuantos años revisando los trabajos de varios intelectuales de esta corriente de pensamiento mismos que he venido citando en numerosas entregas de esta columna. Personas como Anibal Quijano, Walter Mignolo, Ramón Grosfoguel, Nick Sheperd, Cristobal Gnecco, Alejandro Haber junto con una larga nómina de intelectuales que se les han ido sumando a lo largo de los años, han dedicado cantidades de tinta, conferencias y videos a torpedear el pensamiento moderno y a la terrible y latente colonialidad en que vivimos. Por supuesto, los que saben estarán diciendo que me he olvidado de alguien sumamente importante, quizá uno de los intelectuales que más ha hecho para difundir este pensamiento y que, desafortunadamente, falleció hace unos días. En efecto, me refiero al genial y entrañable Enrique Dussel. Había pensado escribir sobre él más adelante, pero un desafortunado tuit que leí recientemente motivó esta entrega: la senadora Lilly Téllez publicó esta lindura salpicada de ignorancia y de franca mala fe: “El señor #Dussel envenenó a los ignorantes. La ciencia y la modernidad le daban alergia. Un charlatán que tergiversó la historia y el conocimiento. Hizo de sus seguidores víctimas resentidas, con una visión arcaica y falsa del mundo. Perdónalo Señor, nunca supo lo que dijo”. Vaya, en verdad hay mucho que decir frente a semejante dislate atiborrado precisamente de lo que se duele: de ignorancia. Ni la ciencia ni el conocimiento le daban alergia a Dussel; le provocaron, por el contrario, la necesidad de analizarlas como productos históricos del pensamiento hegemónico que se gestó en Europa y del que, desafortunadamente, somos herederos sin siquiera darnos cuenta. Dussel, junto con esa amplia gama de pensadores que he mencionado con anterioridad, se han dedicado, contrario a lo que dice Téllez, a abrir los ojos de cuanta persona que los lea, para ver las enormes falacias que encierra el pensamiento moderno y la trampa en que nos encontramos inmersos en América Latina. Si hubiera leído Téllez el prólogo de Dussel a su libro “1492: el encubrimiento del Otro. hacia el origen del mito de la Modernidad” (1994) vería que de lo que se trata es “de ir hacia el origen del ‘Mito de la Modernidad’. La Modernidad tiene un ‘concepto’ emancipador racional que afirmaremos, que subsumiremos. Pero, al mismo tiempo, desarrolla un ‘mito’ irracional, de justificación de la violencia, que deberemos negar, superar. Los postmodernos critican la razón moderna como razón, nosotros criticaremos a la razón moderna por encubrir un mito irracional”. En realidad diríamos que a Dussel no le daba alergia la Modernidad; lo que le producía urticaria eran las atrocidades que conllevaba y sus nefandas consecuencias. Si tan solo Téllez hubiera leído a Dussel hubiera sido menos ignorante quizá en su tuit. Sabría, siguiendo a Dussel, que la “Modernidad se originó en las ciudades europeas medievales, libres, centros de enorme creatividad. Pero ‘nació’ cuando Europa pudo confrontarse con ‘el Otro’ y controlarlo, vencerlo, violentarlo; cuando pudo definirse como un ‘ego’ des- cubridor, conquistador, colonizador de la Alteridad constitutiva de la misma Modernidad. De todas maneras, ese Otro no fue ‘des-cubierto’ como Otro, sino que fue ‘en-cubierto’ como ‘lo Mismo’ que Europa ya era desde siempre. De manera que 1492 será el momento del ‘nacimiento’ de la Modernidad como concepto, el momento concreto del ‘origen’ de un ‘mito’ de violencia sacrificial muy particular y, al mismo tiempo, un proceso de ‘en-cubrimiento’ de lo no-europeo”. Sin duda, un epistemicidio y una subordinación del otro a las necesidades de Europa. Le comparto en este espacio, el enlace para el portal de Enrique Dussel donde pueden saber sobre él y descargar gratuitamente mucha de su obra.   

Para mí, gracias a las lecturas decoloniales, lo mismo que a trabajos fundamentales como los de Carlos Lenkersdorf, Estela Quintar, Hugo Zemelman, Federico Navarrete y a mis propias reflexiones, hoy cuestiono buena parte del conocimiento producido desde la ciencia esencialmente europea, sobre la historia del mundo previo a la llegada de los europeos y de muchos otros momentos de nuestra historia. Y me refiero también al pensamiento desarrollado por varios de mis profesores y colegas que, al igual que yo mismo, hemos sido formados en ese pensamiento. Lo he dicho ya: cuestiono ideas como “Estado mesoamericano”, “modelo evolutivo”, la diferencia cualitativa entre Preclásico, Clásico y Postclásico o afirmaciones tan claramente coloniales como “Teotihuacan, la Roma de América”, “Tenochtitlan, la Venecia de América”, “Imperio/ reino/ Maya”; igualmente caracterizar a los textos mayas coloniales como “literatura fantástica” y colocarlas como estadios evolutivos anteriores, curiosidades introducidas en cursos de literatura universal, meras representaciones del folclore local que conviven con la literatura virreinal, esa sí, encaminada a la grandeza de las letras americanas. Cuestiono también la adopción sin cortapisas, sin chistar, no sólo de los conocimientos universales producidos y sancionados en Europa y sus filiales americanas en Estados Unidos y Canadá, sino también de los saberes encausados a través del excesivo disciplinamiento en el que nos encontramos inmersos y que impide la comunicación efectiva entre los saberes producidos entre disciplinas; pero también entre esas epistemologías occidentales y las que son originarias de otras latitudes, como Asia, África y América. Como diría Boaventura de Sousa Santos en su libro “Descolonizar el saber, reinventar el poder” (2010) “El pensamiento moderno occidental avanza operando sobre líneas abismales que dividen lo humano de lo subhumano de tal modo que los principios humanos no quedan comprometidos por prácticas inhumanas. Las colonias proveyeron un modelo de exclusión radical que prevalece hoy en día en el pensamiento y práctica occidental moderna como lo hicieron durante el ciclo colonial. Hoy como entonces, la creación y la negación del otro lado de la línea son constitutivas de los principios y prácticas hegemónicas. Hoy como entonces, la imposibilidad de la copresencia entre los dos lados de la línea se convierte en suprema. Hoy como entonces, la civilidad legal y política en este lado de la línea se presupone sobre la existencia de una completa incivilidad en el otro lado de la línea. Guantánamo es hoy una de las más grotescas manifestaciones de pensamiento legal abismal, la creación del otro lado de la línea como una no área en términos políticos y legales, como una base impensable para el gobierno de la ley, los derechos humanos, y la democracia. Pero sería un error considerar esto excepcional. Existen otros muchos Guantánamos, desde Iraq hasta Palestina y Darfur”. En efecto, Palestina hoy, como un ejemplo perfecto de lo que hablamos, como el escenario en que la barbarie occidental opera sin que nadie pueda en verdad hacer algo. La ONU, uno de esos dispositivos modernos de convivencia internacional, como auténtico panfleto que, a la fuerza de ser moderno, es totalmente inoperante. Hay que caminar hacia una “ecología de saberes” y aceptar la “diversidad inagotable de la experiencia del mundo”, ambas ideas de De Sousa. 

Pero no, según gente como Téllez, debemos seguir apostando por la Modernidad, sus productos y sus saberes, con independencia de que, gracias a ella, el mundo es ahora peor que hace un siglo, en todos los sentidos, pero especialmente en el sentido humano y ecológico; hay que elevar a dogma de fe las libertades del mercado y el derecho a la palabra soez, al video vacuo, a la estulticia efímera tuiteratiktokerayoutubera que no edifica, pero que sí distrae y desvincula; hay que enaltecer a la democracia, así, como mero concepto, que llena discursos y viste campañas, pero que logra encumbrar en el poder a los Trump, Bolsonaro, los Vox o los Samueles García, que justifica empresas y que legitima explotaciones del entorno espurias; hay que consumir, consumir, consumir, caro, barato, pero consumir, pues el mercado, ese altar en el que sacrificamos años de nuestra existencia para hacernos de todo lo comprable a crédito, beneficiando a bancos y sus dueños, es la razón última de nuestra permanencia en esta tierra; hay que abrazar la práctica meritocrática, agresiva, lacerante, desigual y dejarnos la piel día con día tratando de alcanzar el siguiente escaño que nos hará llegar al final al punto de partida de la siguiente meta que el sistema mismo nos endilgue; hay que agradecer por la misoginia, la homofobia, la transfobia, expresiones todas del patriarcado, producto importado de Europa a bordo de los barcos conquistadores y colonizadores y que hoy nos regala feminicidios y crímenes de odio por todo el orbe; hay que asumir, como bien lo hace Téllez, la ignorancia como un dogma de fe y desde ella, juzgar de “ignorante” a todo aquel pensamiento que ose cuestionar la falacia de la Modernidad. Es el triunfo de la insensatez, de la irracionalidad moderna, como señala Dussel, estrategia sumamente exitosa de este mundo moderno que ha permitido que generaciones enteras vivan felices, sumidas en un desconcierto eterno y que presuman, como aquel estudiante que tuve, que presumía, exultante, que había terminado la carrera sin siquiera abrir un libro. Por supuesto, qué esperanzas de que se abra a conocer en realidad el mundo que le rodea y que aprecie, respete y consecuente el pensamiento de los otros, esa enorme cantidad de otros pensamientos, esa “ecología de saberes”, lo que, sin duda alguna, lo haría ser una mejor persona. Mi esperanza es que, con la muerte de Dussel, su pensamiento se difunda, que infecte a cada vez más personas y los “envenene” con la duda y la crítica para que, a partir de ella, se pueda ir construyendo un mundo diferente. Ojalá y también contribuya para eliminar la ignorancia como “valor” y que la supla por el “hambre” de conocer, de convivir, de comunicarse, esa sí, bien valiosa.          

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