Hace unos días un grupo de legisladores de Estados Unidos, presentó una resolución a la cámara baja llamando a la anulación de la Doctrina Monroe, incluye levantar sanciones a Cuba y cancelar otras “medidas de intervención en el hemisferio”. Uno de los legisladores, Greg Casar de Texas, señaló que la política exterior estadounidense, con mucha frecuencia ha provocado la inestabilidad en América Latina y “en lugar de derrocar gobiernos elegidos ––concluyó el legislador––, podemos ayudar a la democracia, hacer crecer nuestras economías y reducir la migración forzada; en lugar de sanciones que matan de hambre a nuestros pueblos vecinos, podemos trabajar conjuntamente para resolver la crisis climática” (La Jornada, 22–12–23; 26).
Esta propuesta de los legisladores, más testimonial que real en una cámara controlada por la derecha, es respuesta a la resolución promovida en noviembre por un grupo de senadores republicanos, donde se establece que la Doctrina Monroe, “es un principio duradero y vigente de la política exterior de Estados Unidos.”
¿Cuál es el núcleo duro de la Doctrina Monroe, presentada el 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso estadounidense y que, desde entonces, guia la política exterior de Estados Unidos?
El panamericanismo, propuesto por James Monroe (presidente de Estados Unidos entre 1816-1824) y la doctrina del destino manifiesto convertida en la cobertura ideológica del expansionismo norteamericano sobre las ex colonias españolas, forman los pilares de la Doctrina Monroe cuyo propósito fue anunciar al mundo que Estados Unidos tenía el monopolio de expansión hacia América Latina y, por tanto, se opondría a cualquier intervención europea en el continente americano. “América para los americanos” proclamaba la Doctrina Monroe, bajo el supuesto de que sólo los habitantes de Estados Unidos eran los americanos y, además, se dejaba en claro, frente a Europa, su política respecto a continente americano; en particular, el mensaje de Monroe, tenía como destinatarios, por un lado, a España, que pretendía reconquistar las que habían sido sus colonias y, por otro, a Inglaterra que ambicionaba incorporar a la recién surgida América Latina a su imperio comercial.
La parte medular de la Doctrina que Monroe, presentada ante el Congreso, es la siguiente: “Se ha estimado que la ocasión es oportuna para afirmar como un principio en el cual están envueltos los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, en virtud de la libre e independiente condición que han asumido y mantienen, no pueden considerarse ––de aquí en adelante–– como campos para futura colonización por ninguna potencia europea. Cualquier tentativa de su parte para extender su sistema a otro lugar de este hemisferio, lo consideraríamos como peligroso para nuestra paz y tranquilidad. Pero, cuando se trate de gobiernos que hayan declarado y mantenido su independencia y, de acuerdo con justos principios, hayan sido reconocidos como independientes por el gobierno de los Estados Unidos, cualquier intervención de una potencia europea, con el objeto de oprimirlos, o de dirigir de alguna manera sus destinos, no podrá ser vista por nosotros sino como la manifestación de una disposición hostil hacia los Estados Unidos.” (Ceceña, José Luis, México en la órbita imperial, México, El Caballito 1970, pp. 19 y 20).
Nada más preciso en el mensaje de Monroe que la evidente pretensión estadounidense de convertir a la América Latina en un territorio de expansión sometido a la influencia y el tutelaje de Estados Unidos. En realidad, su consigna: “América para los americanos”, resume con precisión esta pretensión sofocante, absolutamente imperialista, y explica, en buena medida, el origen de la actitud anti estadounidense generalizada en la etapa de la formación de los estados nacionales en América y que se prolonga a lo largo de todo el siglo XX y no disminuye en el actual.
Por eso es valiosa la propuesta de estos legisladores, pues deja testimonio de lo que ha sido Estados Unidos en la historia de América Latina y del mundo, pero, sobre todo, Estados Unidos debe dejar de sentirse y actuar como el “gendarme del mundo” y dejar de intervenir, promover y prolongar los conflictos bélicos que sostiene en varias partes en beneficio exclusivo de su industria militar.