¿Dónde vas con vestido chiné?
A lucirme y a ver la verbena,
y a meterme en la cama después
“La verbena de la paloma” [1]
Música de Tomás Bretón y
libreto de Ricardo Vega
(1894)
Es muy probable que cualquiera de nosotros, en algún momento, hayamos escuchado algún diálogo cantado de la famosa zarzuela “La verbena de la paloma” y sobre todo aquella parte que menciona el “mantón de Manila”. Este es una prenda de seda que fue muy usada a partir de mediados del siglo xix en España y en algunos países de Latinoamérica. Tradicionalmente el mantón está asociado con la vestimenta popular de las mujeres andaluzas, particularmente las sevillanas, y también de las “manolas” madrileñas. La confección de este fino lienzo es realmente china, de la provincia de Cantón o Guandong, pero adoptó el nombre de Manila, capital de Filipinas, colonia española que al igual que la Nueva España vincularon —a través de un activo comercio— el Lejano Oriente con la metrópoli española; sin embargo, los comerciantes de las colonias recibieron beneficios particulares, así como sus respectivos entornos geográficos, tanto americanos como asiáticos, en un panorama de integración mercantil y una primera globalización.
La Nao de China o el Galeón de Acapulco
Sabemos bien que a las jugosas transacciones comerciales se agregaron espontánea e intencionalmente los intercambios culturales intercontinentales entre Asia, América y Europa. Según la dirección geográfica del viaje y del destino de estos barcos, fueron llamados Galeón de Manila o Nao de China y Nao o Galeón de Acapulco en el otro sentido. Los viajes se realizaron a lo largo de 250 años (1565-1815) y se efectuaban una o dos veces al año entre Manila y Acapulco, pero también tocaban otros puertos como Bahía de Banderas y San Blas en Nayarit y el cabo San Lucas en Baja California Sur. La travesía de Acapulco a Manila duraba aproximadamente tres meses y, en sentido contrario, la ruta Manila-Acapulco tomaba de 4 a 5 meses debido a que los galeones tenían que dirigirse al norte, en una latitud cercana a Japón, para aprovechar la corriente marítima de Kuro-Shivo que se dirigía hacia el poniente y alcanzaba la costa de la Alta California.
De 1565 y 1815 navegaron por el Océano Pacífico entre 161 y 181 barcos de los cuales la mayoría eran galeones o sea barcos con una gran capacidad de carga, pero artillados para propósitos de defensa o militares. Algunos buques se hundieron como resultado de las tempestades y tifones que azotan en esas zonas, pero algunos más naufragaron por la carga excesiva que llevaban, tanto por las mercaderías que oficial y legalmente se embarcaban como por los objetos de contrabando que los marineros y oficiales llevaban por cuenta propia. Además, los piratas siempre estaban al acecho. Se decía que de Nueva España los galeones iban lastrados con la plata del “situado”, un subsidio que la Corona española destinaba al sostenimiento del aparato administrativo colonial, así como de los recursos metálicos que los comerciantes llevaban para las transacciones comerciales. Durante muchos años la plata americana, particularmente la moneda de plata novohispana y luego mexicana circuló en el Lejano Oriente con gran aceptación, como garantía de autenticidad.
Mientras que voy y que vengo
El primer galeón que realizó el viaje de ida y vuelta —tornaviaje— Acapulco-Manila-Acapulco fue el San Pedro, que salió del puerto de Navidad en junio de 1565 y cuyo capitán fue el religioso agustino y piloto fray Andrés de Urdaneta, llegando a las costas de la Alta California a mediados del mes de septiembre y al puerto de Navidad en el mes de octubre del mismo año, iniciando así la “Carrera de las Filipinas”. El último buque que llegó de Filipinas fue la fragata San Fernando que zarpó de Manila en agosto o septiembre de 1811 y llegó a Acapulco en diciembre, pero no pudo bajar su carga a causa del movimiento de independencia de México ya que la “Feria de Acapulco” se suspendió y el barco tuvo que trasladarse al puerto de San Blas donde finalmente descargó las mercancías que fueron rematadas. La fragata permaneció cuatro años en América hasta su regreso a Filipinas. Acapulco fue ocupado por los insurgentes en 1813 y por esa razón algunos buques, procedentes de Filipinas, llegaron a San Blas como en 1814 la corbeta Fidelidad y en 1815 la fragata mercante Victoria.
Se acabó la de piña
Finalmente, por decreto de las Cortes Generales y Extraordinarias, la Regencia del Reyno, —estando cautivo Fernando vii— se instruye al Virrey de la Nueva España, don Félix María Calleja que emite un bando (28 de mayo de 1816) en el que manifiesta que “…queda suprimida la Nao de Acapulco y los habitantes de las islas filipinas pueden hacer por ahora el comercio de géneros de la China y demás del continente Asiático, en buques particulares nacionales, continuando su giro con la Nueva España á los Puertos de Acapulco y San Blas baxo el mismo permiso de 500 mil pesos concedido á dicha nao y el millón de retorno”[2] Al regresar Fernando al trono, se suspendió el cumplimiento del decreto, de modo que éste de 1816 retoma el tema y da a entender, con cierta confusión, que el decreto original se ratifica en su parte central. La razón principal de la supresión fue la progresiva disminución de la plata americana hacia Asia y como medida “compensatoria” los ingleses incrementaron la producción de opio de la India y su introducción a China, lo que décadas más tarde desembocó en las “guerras del opio” al tratar de evitar a los narcotraficantes ingleses. Entre algunas consecuencias fue la cesión de China al Reino Unido de la isla de Hong Kong.
A clavo ardiendo, se agarra el que se está hundiendo
Las tripulaciones de los grandes galeones estaban compuestas por aproximadamente 100 navegantes. El capitán y el piloto eran los principales oficiales, así como el contramaestre, el condestable, el responsable de las velas, el de las raciones, grumetes, el alguacil de agua, carpinteros, despensero, buzo, cirujano, pajes y la gente de guerra embarcada comandados por un capitán, alférez, cabos, mosqueteros, arcabuceros, artilleros que en total sumaban más de cien soldados. Los pasajeros también compartían temporalmente la dura vida de los marineros, solo que no tenían responsabilidad en las maniobras, aunque en ocasiones participaban en la defensa. Los capitanes o el capitán de mar y guerra se alojaban en la cámara principal que se encontraba en la popa junto con diversos pertrechos militares, otras cámaras pequeñas eran para otros funcionarios. Los artilleros eran responsables de la “santabárbara” (polvorín) y el capellán ocupaba la “toldilla”[3]. Todo estaba rígidamente reglamentado por las ordenanzas de la Armada Real, incluyendo el vestuario de la marinería y la tropa.
Las bodegas iban repletas de mercancías y alimentos almacenados en barriles, pipas, cajones y fardos; también se llevaban animales vivos, así que buena parte de la vida abordo se desarrollaba en la cubierta del barco. Los constantes vaivenes del barco por la “mar picada”, las tormentas, la calma chicha, la carencia de vegetales frescos y las enfermedades que se provocaban con ello, las ratas que en ocasiones infestaban la bodega, el hedor del agua e inmundicias que se recolectaban en la sentina (espacio bajo la bodega) hacían de los viajes por la mar un verdadero infierno. A todo esto, se sumaba la amenaza permanente de los piratas. Quienes enfermaban eran auxiliados por el cirujano y el barbero o espiritualmente por el capellán y quienes morían, lo cual era frecuente, eran arrojados al mar después de una breve ceremonia. Los castigos a los infractores eran severos e iban desde algunos azotes hasta el encarcelamiento o la ejecución y se aplicaban tanto a tripulantes como a pasajeros.
De China se llevaban telas y prendas seda, variados objetos de porcelana, las especies, el té, imágenes religiosas de marfil y otros objetos del mismo material, lacas, muebles preciosos, etc. De la Nueva España se enviaba principalmente la plata amonedada, así como productos procedentes de la metrópoli española tales como aceite de oliva, embutidos dentro de barriles de manteca de cerdo, aceitunas, prendas de vestir europeas y calzado. Pero también había un intercambio de personas en ambos sentidos, sobre todo, algunos integrantes de las tripulaciones se quedaban en Acapulco o en Manila debido a que, al vender sus productos de contrabando, se hacían de un capital que invertían en establecerse ya que las travesías marítimas entrañaban tantos peligros que era muy arriesgado “tentar a la suerte” volviendo a embarcarse. Es aún notorio que en Acapulco y en sus alrededores hay una población de rasgos orientales que seguramente cuenta entre sus ascendientes a filipinos, malayos o chinos y en Filipinas aún se conservan algunos apellidos de procedencia náhuatl.
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¡Piratas a la vista!
Los piratas franceses, ingleses y holandeses merodeaban en las costas americanas del Océano Pacífico y en el Lejano Oriente hacían lo propio otros piratas como el famoso pirata chino conocido como Limahon, quien contaba con una flota de 62 juncos y cerca de 2 mil malandrines entre los que había guerreros entrenados, pero también personas dedicadas al mantenimiento de las embarcaciones y la preparación de los alimentos de tamaña “carpanta”. El fulano era particularmente violento y solía cortarles la cabeza a los emisarios del emperador de China, hasta que éste mandó una armada en su persecución por lo que el bandido se trasladó al archipiélago filipino para continuar con sus fechorías y asaltar galeones españoles con sus preciadas cargas; pero su ambición lo llevó a organizar un ataque a la ciudad de Manila y por la noche del 30 de noviembre de 1574 con gran sigilo desembarcaron los piratas, los cuales fueron descubiertos por algunos noctámbulos que avisaron a la guarnición de la ciudad y fueron rechazados, aunque se establecieron a la distancia de una legua de Manila. En unos meses más, los españoles tomaron la iniciativa y les propiciaron un escarmiento quedando muchos muertos en el campo y hechos prisioneros otros, en ese preciso momento una fuerza militar china venía en persecución del pirata y viendo los resultados de esta acción se estableció una buena relación entre españoles y chinos.
Puebla en la “Nao de China”
Por la posición geográfica de Puebla, entre los dos océanos, y por ser un centro productor de alimentos, la participación tanto en la “Carrera de las Filipinas” como en la “Carrera de Indias” se dirigió al abastecimiento de víveres. El abastecimiento principal era el “bizcocho” o “galleta marinera” que era un pan de trigo que se endurece por medio de un doble o múltiple horneado, como método de conservación, que tiene forma redonda o cuadrada y se caracteriza por una fermentación nula o escasa y que constituían la dieta principal de los navegantes. Esta galleta, por su gran dureza, tenía que ser remojada en algún caldo para poder comerla; el “bizcocho blanco” se preparaba con harina fina tamizada y estaba reservada a los oficiales, “principales” y enfermos; en cambio, la galleta de los marineros era hecha con harina integral. En Italia se siguen consumiendo las galletas de doble horneada —los bizcotti— como golosinas muy apreciadas; eso sí, diferentes a sus ancestros, los biscotto di mare o galletta, de consumo marinero. En su tesis de licenciatura del Colegio de Historia de la buap, Puebla en el abasto de la Nao de China y la Armada de Barlovento, a mediados del siglo xvii, Sarahy Vázquez Delgado menciona lo siguiente:
“Continuando con los pequeños párrafos que nos dan pista de la existencia del envío de socorros a Filipinas desde la ciudad de los Ángeles hallamos un documento en donde el obispo de Puebla en turno, Juan de Palafox y Mendoza, asegura “a vuestra majestad el cuidado con que quedo en el despacho de la flota Armada de Barlovento y la Flota de Filipinas para su despacho haya en las cajas cosa considerable y las consignaciones y efectos”. En 1642, Palafox estaba interesado en despachar víveres a la Armada de Barlovento y mantener los auxilios a Filipinas.”[4]
¡Se hizo el aparecido!
En muchas narraciones acerca de la relación entre Filipinas y la Nueva España se consigna el asombroso suceso de la aparición instantánea de un soldado español —destacado en las Filipinas— frente al palacio virreinal de la plaza mayor de la ciudad de México, quien unos segundos antes montaba guardia en la muralla de Manila, de manera que fue teletransportado mágicamente a una distancia de más de 14 mil kilómetros. En apoyo a este relato muchos invocan el libro del doctor Antonio de Morga (alcalde del crimen de la Nueva España) Sucesos de las islas Filipinas publicado en México en el año de 1609 y en el que entre otras cosas se informa del asesinato del gobernador de Filipinas Gómez Pérez Dasmariñas por unos chinos galeotes que llevaba en su propia embarcación en octubre de 1594. Consultando el facsímil original de este libro que se encuentra en la colección digital de la biblioteca John Carter Brown de la Universidad de Texas en Austin solo se lee lo siguiente:
“Al mismo tiempo (en la plaza de México) que no se pudo averiguar de donde había salido la nueva. La cual se supo con tanta brevedad en España (por la vía de la India) pasando las cartas por la Persia a Venecia, que luego fe trató de proveer nuevo gobernador.”[5]
Basado en esta escueto e impreciso texto, el fraile Gaspar de San Agustín consigna el “hecho prodigioso del soldado aparecido” en su libro, publicado 100 años después del suceso, Conquistas de las islas Philipinas… impreso en Madrid en 1698, cuyo facsimilar original también se encuentra disponible en la colección digital de la Biblioteca Foral de Bizkaia y don Gaspar “inventa” lo siguiente:
“Es digno de ponderación, que el mismo día que sucedió la tragedia de Gómez Pérez, se supo en México por arte de Satanás; de quien valiéndose algunas mugeres inclinadas a semejantes agilidades, trasplantaron a la Plaza de México a un Soldado que estaba haciendo posta en una garita de la muralla de Manila, y fue executado [realizado] tan sin sentirlo el Soldado que por la mañana se hallaba paseándose con sus armas en la Plaza de México, preguntando el nombre a cuantos pasaban. Pero el Santo Oficio de la inquisición de aquella Ciudad le mandó bolver a estas islas, donde le conocieron muchos que me aseguraron la certeza de este suceso.” [6]
De ahí en adelante muchos literatos reproducen este milagroso o diabólico acontecimiento, contado con un tonito artificioso de misterio, agregan otro hecho sobrenatural y hasta le ponen por nombre Gil Pérez al soldado embrujado. Don Artemio del Valle Arizpe es uno de los que consignan esto en su libro Historias de vivos y muertos que inicia con la crónica alusiva a esta leyenda que denomina “por el aire vino, por la mar se fue”[7]. Don Fernando Benítez, un prestigioso erudito, incluye en su libro La nao de China[8] un corto texto que llama “Viajes por el espacio” en el que añade algunos supuestos diálogos entre el “soldado filipino” y las autoridades de la Nueva España. Ni hablar de aquellos sujetos “para-anormales” de la actualidad a quienes les encanta hacerle al “ensarapado” y dan por hecho auténtico lo que desde un principio fue un engaño del religioso agustino.
Acapulco sigue asediado por piratas inmobiliarios quienes publican anuncios ofreciendo propiedades baratas que son solo fraudes y esta publicidad falsa alcanza un 90%. Por supuesto no faltan los “clavadistas de la quebrada”, pero de la quebrada economía acapulqueña, quienes después de la devastación causada por el huracán Otis especulan con la venta de materiales para construcción, aumento de la renta de la maquinaria usada para tal fin, además de un incremento de la mano de obra que no siempre beneficia a los trabajadores, sino a sus esforzados “líderes”. Así, a los acapulqueños les está yendo “como en feria”, que no se parece nada a la “Feria de Acapulco” que se llevaba a cabo con la llegada del Galeón de la China.
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[1] Bretón, Tomás (música)/ Ricardo de la Vega (libreto). Zarzuela: La verbena de la paloma o el boticario y las chulapas y celos mal reprimidos. Madrid Sociedad de Autores Españoles. 1915. Ed. facsimilar, [Recurso electrónico consultado: marzo de 2020]. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c8/La_verbena_de_La_Paloma%2C_o%2C_El_boticario_y_las_chulapas_y_celos_mal_reprimidos_-_sainete_lírico_en_un_acto_y_en_prosa_%28IA_laverbenadelapal558bret%29.pdf
[2] Documento de supresión de la “Nao de Acapulco” ( 2676-41010603). Biblioteca Histórica “José María Lafragua”, buap. Biblioteca Digital Mexicana bdm [Recurso electrónico: consultado: agosto 2016]. http://bdmx.mx/documento/supresion-nao-acapulco
[3] García de Sola Arriaga, Javier. (26 de diciembre de 2019) “A bordo de un galeón”. En: La América española. [Recurso electrónico consultado: octubre de 2020]. https://laamericaespanyola.com/2019/12/26/a-bordo-de-un-galeon/
[4] Vázquez Delgado, Sarahy. Tesis de licenciatura Facultad de Filosofía y Letras buap. Colegio de Historia. Puebla en el abasto de la Nao de China y la Armada de Barlovento, a mediados del siglo xvii. [Recurso electrónico consultado: abril 2019]. https://repositorioinstitucional.buap.mx/items/591882fb-5593-4706-b37d-1da6c12d8589
[5] Morga, Antonio doctor. Sucesos de las islas Filipinas. México, Ed. Geronymo Balli y Cornelio Adriano César. 1609, 368 p. Colección digital de la John Carter Brown library de la Universidad de Texas en Austin. [Recurso electrónico consultado: agosto de 2021]. https://ia800206.us.archive.org/25/items/sucesosdelasisla00morg/sucesosdelasisla00morg.pdf
[6] Gaspar de san Agustín, fray. Conquistas de las islas Philipinas. La temporal por las armas del señor don Phelipe, segundo el prudente, y la espiritual por los religiosos del orden de san Agustín (…) Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz de Murga. 1698. Colección digital de la Biblioteca Foral de Bizkaia [Recurso electrónico consultado en septiembre de 2021]. https://liburutegibiltegi.bizkaia.eus/bitstream/handle/20.500.11938/71322/b11096433.pdf?sequence=1&isAllowed=yhttps://liburutegibiltegi.bizkaia.eus/bitstream/handle/20.500.11938/71322/b11096433.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[7] Arizpe del Valle, Artemio. “Por el aire vino, por la mar se fue”. 121-124 p. En Historias de vivos y muertos. Leyendas tradiciones y sucedidos del México Virreinal. México: Ed. Porrúa, Colec. Sepan cuantos, No. 711, 2ª ed., 2018
[8] Benítez, Fernando. “Viajes por el espacio”. 62 p. En: La Nao de China. México: Ed. Cal y Arena, 1989, 183 p.