Las mujeres habitamos nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestros espacios de expresión, los espacios cotidianos de la vida, cohabitamos con nuestras families y vivimos y defendemos nuestros territorios.
Desafortunadamente, las múltiples expresiones de nuestra corporalidad viviente, que no hay una sola forma de ser mujer, sino que, conforme observamos a nuestros alrededor, existen múltiples expresiones identitarias de lo femenino, que desafortunadamente, siguen enmarcadas también en múltiples violencias resultantes del modelo capitalista heteropatriarcal que, desde el extractivismo, afectan e inciden en la vida cotidiana, expresándose en despojos, empobrecimientos, destrucción de territorios y de cuerpos, violencias que se filtran en los espacios más íntimos de los hogares, y a escalas regionales, nacionales e internacionales.
Las supuestas contrapropuestas tampoco han podido alejarse de los modelos extractivistas, creando y profundizando impactos ambientales, en la salud, la vida de las personas y en los diversos espacios geopolíticos. Las estrategias biopolíticas del extractivismo, atraviesan narrativas que justifican las múltiples violencias y sus efectos catastróficos. Se plantea desde una política de los excedentes subsumiendo la vida a la lógica de la acumulación de capital, poniendo en riesgo la vida misma.
La crisis climática, la violencia sobre la Madre Tierra, incrementa conflictos ecoterritoriales, y cada vez más se criminalizan las luchas sociales que defienden a la Madre Tierra, los territorios y la posibilidad de continuar con los procesos de reproducción social y biológica mediante alternativas con un enfoque integral por el cuidado y la dignidad de vida.
Las mujeres son, y han sido históricamente, actoras sociales importantes en los procesos de defensa de la naturaleza y los territorios, y en la defensa de la corporalidad viviente femenina y de todas las personas. Sin embargo, estas luchas se enfrentan a sistemas retrógradas y violentos, donde la violencia física, sexual, política e institucional se convierte en modos de persecución y acoso cuando las demandas de las organizaciones de mujeres se traducen en protestas y movilizaciones en resistencia al modelo de injusticias que prevalece.
Resulta imperante establecer marcos normativos y pragmáticos que contribuyan a la promoción y ejercicio pleno de los derechos y libertades de las mujeres, de los pueblos indígenas, de los y las defensoras de derechos humanos, para fortalecer la participación social y construir marcos formales e informales que promuevan procesos democratizadores en nuestros pueblos y comunidades.
Es necesario desmantelar las formas de violencia que permean nuestras sociedades, y establecer los acuerdos sociales necesarios que nos permitan transitar a mejores condiciones de vida y organización social que no ponga en riesgo nuestra sobrevivencia.
La Madre Tierra nos reclama el cuidado de la vida ante los despojos y la destrucción contemporánea. La crisis climática es racista, clasista y sexista, resulta urgente, desmantelar las formas de violencia y escuchar las propuestas que la economía y la ecología feminista descolonial está creando en diversas regiones del mundo. Desde donde habitamos las mujeres, donde experiencias con una mirada holística por la justicia social y ambiental pueden crear nuevas propuestas desde el cuidado de la Madre Tierra.