Soy tan anticuado que el Super Bowl me pasó de noche, como cada año. Le reconozco, eso sí, los mismos poderes que, a golpe de dólares, prestigiaron el peor cine de Hollywood: el sexo y la violencia. Eso y nada más, como lo declarara y aclarara memorablemente el dueño de los Dallas Cowboys a finales de los 70´s a propósito del éxito de sus vaqueritas, que no por nada habían iniciado ya la conquista irreversible del público mexicano, considerado hoy casi tan fanático del partido de partidos como la broza gringa a la que originalmente estuvo dirigido el choque entre los vencedores de las conferencias del este y el oeste, así denominadas aunque la semántica y el buen gusto queden en entredicho.
Recuerdo que por esa época me atreví a enviar una cartita al correo abierto a sus lectores por una revista de tiraje nacional dedicada a las carreras de autos, que cada vez le dedicaba más páginas al mal llamado futbol americano; les pedía centrar su atención en el automovilismo y no en su nuevo hobby –astutamente patrocinado por la mismísima NFL–; en el meollo del mensaje mencionaba que el tal american football hacía de enlace simbólico y cronológico perfecto entre la Guerra de Secesión y la de Vietnam, dos caras de la misma bélica moneda, con el sexo y la violencia machista por banderas.
Nunca la publicaron, naturalmente.
Tal para cual. Donald L. Trump había anunciado que estaría ayer en el Superdome de Nueva Orleans, siendo esta la primera vez que un presidente de los Estados Unidos asistía al Super Bowl. Una bendición simbólica más: el rey de la brutalidad declarativa y la fe ciega en el arbitrario poder del dinero en medio del suceso pop que mejor ejemplifica ambos antivalores, tan caros al espíritu estadounidense y, por contagio, al del resto de las neoliberadas y sumisas sociedades occidentales. No en balde contrataron este año la transmisión más publicitada de la historia las televisoras de un centenar de países, casi todos ignorantes de qué es y en qué consiste el futbol americano, pero si EU lo ama debe ser bueno. Y si lo siguen con fervor 200 millones de gringos y moviliza 1500 millones de dólares en apuestas, será sin duda del espectáculo más extraordinario de la historia.
Un fantasma recorre el mundo: el del papanatismo universal.
¿A quién le vas? ¿Chiefs o Eagles? Pregunta incesantemente repetida en cualquier panel deportivo de la tele, incluso si su temática fueran el tenis, el boxeo o el futbol, pues de lo que se trataba era de seguir las instrucciones del jefe pro venta de la mercancía de moda. Cuando me hablan del derby de la madonnina o del Superclásico, mi imaginación se traslada incluso sin querer a Milán y Buenos Aires, y, por lo tanto, a ciudades, historias y lugares de alguna manera entrañables. Y no me es difícil tomar partido por uno de los dos equipos involucrados, atrapado por mera simpatía pero también por su historial y anecdotario particulares. Con los contendientes del Super Bowl, en cambio, mi mente permanece en blanco y me da exactamente lo mismo que gane uno u otro. Será que nada me dicen los nombres de Kansas City y Filadelfia, perdidas en la vastedad de un país y una cultura que me son completamente ajenos.
Y que, en todo caso, están hoy siniestramente representados por el señor Trump y sus votantes. Y por los forzudos amos del emparrillado.
Gol del Chaquito. Llegar y besar el santo. Santiago Giménez se estrenó con la camiseta del Milán –no la rojinegra clásica sino la blanca que sacaron el sábado– y no llevaba ni media hora en el campo cuando Pulisic le adelantó con ventaja un servicio que el hijo del Chaco Giménez alcanzó sobre la media luna, lo dominó de zurda al tiempo que entraba al área, superó sobre la marcha la marcación del central Goglichitze, al que hizo pasar de largo, y a salida del quiebre giró y la puso de zurda, a media altura, contra el palo izquierdo del arco del colombiano Vázquez, imparable del todo. Y todo de una pieza, sin una sola duda y a máxima velocidad. Dos cosas confirmaba Santiago: que el peso de una casaca histórica como la rossonera no lo impresiona, y que si llega a hacer fortuna en Europa –y tiene con qué– no será como hombre de área sino lanzado sobre ella tras un servicio filtrado y llegando en velocidad a la zona de definición.
El argenmex salió como suplente e ingresó para el segundo tiempo estando las cosas 0-0, y antes de anotar recibió una tarjeta amarilla por zipizape con el defensa local Marianucci, que Salió expulsado (65´). Al final, el Milán ganó 0-2 –el primero lo hizo el portugués Rafael Leao– y se ubicó séptimo de la tabla aunque muy lejos del líder Nápoli (38 puntos contra 54).
En casa no damos una. Luego de su justa victoria en Torreón sobre el supercolero Santos (0-2), la franja pudo comprobar, con la colaboración del América, que el Cuauhtémoc no le va. Con la visita del tricampeón llegó su tercera derrota consecutiva en el estadio de la autopista, producto de un gol tempranero de Zendejas (13´) y uno más de Henry Martin luego que Brayan Angulo viera la roja y de que Orona le entregara fallido despeje en la boca del arco. La verdad es que el América tenía la mes apuesta para la goleada cuando el partido dejó de importarle, llevándose en castigo el solitario tanto local, meritoriamente conseguido por el exchiva Ricardo Marín (73´). Con consercar la pelota lejos de su arco, la visita tuvo suficiente.
Secreto a voces. Hacía tiempo que un equipo no daba la sensación de encontrarse tan por encima del resto como este América de André Jardine luego de acumular tres títulos en sendos minitorneos consecutivos. No hace un futbol espectacular, juega a ráfagas, pero su eficacia, sobre todo al contragolpear, parece inquebrantable. ¿Dónde puede residir la clave, descontada la capacidad del DT para barajar un plantel muy amplio y solvente sin que los egos lo desborden y alteren el talante ganador de su equipo?
Pues en la estabilidad del grupo de base, algo tan sencillo como esto. En un mundillo devorado por la sed de los agentes cuyo negocio consiste en el imparable trasiego de jugadores de medio pelo de un equipo a otro, que en México se renueva cada seis meses, el América no entra a ese carrusel, mantiene su base y por eso gana: en este deporte, la permanencia en el tiempo de los mismos coequiperos es indispensable para que los automatismos del sistema –cualquiera que sea– rindan buenos resultados.
Es uno de tantos principios elementales, tan viejos como el futbol mismo, que los que en México lo manipulan han decidido pasar por alto en beneficio de la ganancia económica y en perjuicio del balompié nacional.
Jornada 6. Ya puede el Monterrey sumar puntos como campeón nacional del derroche –acaba de incorporar a su nómina al viejísimo central sevillano Sergio Ramos–, pero mientras no funcione como equipo seguirá siendo un ya-merito más. El sábado, tocó hacer que Rayados mordiera el polvo (2-1) al modesto equipo de Ciudad Juárez –nahuales: de lobos a bravos, según nunca aclarado camuflaje. Y aunque el Cruz Azul, ya sin el prófugo Anselmi, dio cuenta del Pachuca justo cuando el telón ya caía en un desangelado México 68 (2-1), y Tigres pasó sobre el Atlas sin impresionar a nadie (2-1), el partido de la jornada tuvo por escenario el Campo Nuevo de León (ese Camp Nou estrenado hace un ratito, en 1967).
Magnífico espectáculo. Arranque fulgurante de los verdes, sabiamente dirigidos por la zurda de James, y par de goles al calce (preciosa la volea del chileno Echeverría, que anotó dos), reacción toluqueña en la segunda mitad, solapada por descoordinaciones de la zaga local que condujo al empate (el primero en desviada accidental de Barreiro), nuevo gol del chileno, que más bien habría que cargar a la cuenta del Pau López, el catalán-francés que debutaba en el arco de los diablos alguna vez rojos (la postmodernidad incluye una loquísima rotación de camisetas: el sábado los toluqueños vistieron de riguroso azul), y, hacia el final, el empate a tres definitivo, muy justo por lo demás.
¿Qué hubo errores defensivos evidentes? Sí, particularmente de la zaga y la (falta de) contención de los guanajuas, por no hablar de la pifia parvularia del carísimo arquero del chorizo; pero si me preguntan si prefiero una sucesión así de sobresaltos al modelo de futbol-posesión tan en boga, el lector ya intuirá mi respuesta, porque la pregunta casi sale sobrando.
América, nuevo líder. Aunque el León de Berizzo tiene tantos puntos como los de Televisa (16), en diferencia de goles no cabe la comparación (+12 contra +5); tercero marcha Tigres (13), luego vienen Cruz Azul (11), Pachuca y Juárez (ambos con 10), 9 tienen Toluca y Necaxa (dio cuenta de Santos en Aguascalientes: 3-2), 8 y un partido menos Pumas, 7 Querétaro (que recibió y derrotó 2-1 al San Luis) y Mazatlán (antes de jugar anoche contra los Pumas), el Monterrey no pasa de 6, por 5 del Puebla (todos de visitante) y Chivas (con un partido menos), y allá abajo baten el chocolate Atlas (4), Xolos (4), San Luis (3) y el supercolero Santos (0).