Una música de banda los acompañó. Frente a ellos, camarógrafos y fotógrafos buscaron la mejor toma, pese a la contraluz. Bajo el sonido de las trompetas y la tambora se oyó el rechinar del metal producido por los hombres que este año participaron en la tradicional procesión de Atlixco.
El metal es tan solo uno de los elementos que caracterizan a los engrillados, nombre con el cual se les conoce a los hombres –y mujeres– que participan en el viacrucis del viernes santo que recorrió, el pasado viernes 14 de abril, las calles principales de este municipio ubicado a unos 20 minutos de la ciudad de Puebla.
Los engrillados, este 2017 contados en un centenar, arrastraron las pesadas cadenas que también se distribuyeron alrededor de su pecho y espalda. Calculadas en 50, 70, 100 o más kilogramos, su propósito fue extenuar y causar pesar a quienes las portan, ello como parte de la “manda” que se debe cumplir.
Sin embargo, para los engrillados no basta este pesar. Al peso de las cadenas oxidadas que ellos mismos compran, se sumó el dolor producido por los huizaches, aquellos trozos de nopal de la región que se caracteriza por tener largas y punzantes espinas que fueron colocaron en diversas partes del cuerpo: pecho, brazos, antebrazos y piernas.
Al peso y al dolor de las espinas de los cactus que son traídos del municipio vecino de Tepeojuma, además, los engrillados le añadieron el calor producido por el sol que no solo quemó sus espaldas sino sus pies que caminaron descalzos sobre el asfalto y el empedrado de las calles de Atlixco, y a veces –las menos– por las alfombras hechas con fresco aserrín.
A éstos, por si fuera poco, los engrillados tuvieron que sentir sed, la cual solamente permite ser mediadamente aliviada por limones resecos que de vez en vez se llevan a la boca, apoyados por un par de familiares.
Estos últimos, por cierto, son los encargados de guiar el camino de los penitentes, quienes llevan cubiertos el rostro por pañuelos rojos que representan “la sangre de Cristo”.
El dolor, la ceguera y la sed, dijo uno de los engrillados, es una forma de pagar y cumplir con sus mandas, mismas que llevan y cargan en silencio y en total anonimato.
Los engrillados son hombres jóvenes, de mediana edad y algunos viejos que, de manera diferente, expresan su espiritualidad. Lo hacen a través de la penitencia, el dolor, el silencio, el pago de esa “manda” o de un favor otorgado por algún santo, por alguna virgen o por dios.
El día para ellos comienza al alba. Reunidos en el templo de la Tercer Orden, su penitencia inicia con las plegarias que rezan, mientras se colocan las espinas y las pesadas cadenas que rodearán su cuerpo las próximas horas.
No obstante, su preparación comenzó de manera física un año atrás, y de manera “espiritual” desde hace por lo menos tres meses.
En la procesión los engrillados se detienen en las 14 estaciones del viacrucis. A pesar de su carga y su cansancio, sólo se les permite mojar sus labios con los limones, ya que “si toman agua, los poros de su piel se les abren y las espinas les penetrarán, les lastimarán más”.
Los penitentes son oriundos de Atlixco y venidos de diversos municipios tanto de Puebla como de entidades vecinas o hasta de Estados Unidos, país al que llegaron como migrantes.
Luego de más de kilómetro y medio de recorrido, el grupo termina su procesión en el templo de San Francisco donde son atendidos por sus acompañantes quienes les ayudan a retirarse las espinas y las pesadas cadenas que rodearon su cuerpo. Para los engrillados, la penitencia termina con momentos de oración en la capilla, lugar de donde salen convertidos en “hombres nuevos, que ya pueden dar la cara”.
La tradición, iniciada hace medio siglo por José Muñoz Pedraza, se comenzó a practicar dentro del ex convento franciscano, a puerta cerrada y sólo por algunos cuantos, entre ellos Jaime Garcés, ahora encargado de invitar y preparar a los participantes tanto “espiritual como físicamente” desde el mes de enero.
Según lo que se cuenta de manera local, el primer engrillado de Atlixco data de aproximadamente 102 años y refiere a un señor que era “azotado por el muerto” en la calle 9 Sur, antes calle de las Calaveras, y para que el ánima lo dejara en libertad tuvo que autocastigarse provocándose dolor.