Sábado, enero 18, 2025

Diversidad en riesgo

En el número más reciente de la Gaceta de la UNAM, en el reportaje de la portada, “Diversidad lingüística mexicana, en peligro de desaparecer”, se da cuenta del riesgo en que se encuentra la diversidad lingüística de nuestro país. En el texto  se dice que las “68 lenguas que hay en México y sus 364 variantes están en riesgo(…). Si no se inculcan y transmiten, cada vez que se muere una abuela o un abuelo se van extinguiendo… porque ya no hay nadie que las hable y las escriba, nadie que las preserve y las herede”. Para los que estudiamos o estamos interesados en la diversidad cultural de nuestro país, esto trágicamente es una constante, es decir, no es nada nuevo. Por supuesto, eso no quier decir que lo normalicemos y lo veamos como algo simplemente natural de las culturas. De hecho, una de las posibles lecturas que encuentro en el análisis de las transformaciones culturales, desde una perspectiva de la semiótica de la cultura, es la idea de que las culturas cambian para permanecer y eso implica adaptaciones al presente. Este proceso de adaptación y transformación es totalmente normal; lo que no lo es, es la transformación forzada por agentes externos a la cultura, tales como la imposición de sistemas de pensamiento, religiosos y culturales resultado de las conquistas y colonizaciones de estos territorios. Y, si bien podemos entender que incluso en semejantes procesos las culturas encontraron maneras de preservar aquello que les resultaba más caro, es un hecho que no hay lengua o cultura que pueda resistir la extinción sea a través de epidemias, como sucedió en el siglo XVI con la introducción de enfermedades desconocidas en el continente, sea a través de políticas dirigidas a la asimilación de las comunidades a la Nación, como ocurrió con el nacionalismo mexicano, o cuando de plano existe genocidio, como sucedió en la guerra civil en Guatemala en el siglo pasado. Según el reportaje, se “calcula que a la llegada de los españoles a nuestro territorio había alrededor de 25 millones de habitantes; un siglo después sobrevivía alrededor de un millón. Esto quiere decir que con la muerte de mucha gente perecieron un gran número de lenguas, explica Rodrigo Romero Méndez [investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM]. (…) Cuando se formó el Estado mexicano hubo riesgo de disminución debido a la idea de establecer una identidad nacional única, y fue a partir de 1950 cuando se crearon políticas agresivas para que la educación fuera bilingüe, ‘pero más bien era un sistema transicional. Se pretendía que al concluir la escuela los niños se co- municaran sólo en español, así tendrían mayor acceso a servicios. Desde entonces hubo un declive acelerado’”.

Se enfatiza la necesidad de propiciar la conservación de las lenguas desde las juventudes que se encuentran en contacto con ellas y motivar que no sólo las aprendan, sino que las fomenten. “Según el INEGI -dice el reportaje-, en 1930 la población mayor de cinco años hablante de lengua indígena era del 16 %. Para el Censo de Población y Vivienda 2010 la disminución es marcada, se registró un 6.6 % de personas de tres años en adelante (6 millones 913 mil 362) y hacia 2020 descendió porcen- tualmente a 6.1 % (7 millones 364 mil 645). En la ENADID 2023 bajó al 5.9 % (7.4 millones)”. Como se ve, la disminución de hablantes de corta edad es progresiva, por lo que se juzga fundamental el trabajo con este sector. Según la Gaceta, Nicolás García, joven de 16 años de la Prepa 9, desde la poesía, promueve la conservación de su lengua materna, el amuzgo, que se habla principalmente en el estado de Guerrero. La sensibilidad del joven y su vocación por conservar su identidad y pensamiento a través de la lengua -lengua es pensamiento y pensamiento es cultura- nos muestran que no sólo es posible la conservación de la cultura y sus expresiones, sino que nos hacen pensar que hay esperanza en un futuro donde los jóvenes, en los que poca fe depositamos envueltos en supuestas fragilidades e indolencias atribuidas a sus generaciones, podrán ser protagonistas de su propio tiempo, con fuerza y decisión.

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Bien vale la pena preguntarnos qué estamos haciendo desde la academia para solventar estos problemas. No hace mucho, durante uno de los coloquios de doctorandos en los que participé mientras estudiaba mi doctorado en Estudios Mesoamericanos en la UNAM, escuché en una mesa dedicada a la etnolingüística, que algunas de las participantes informaban que las lenguas que estudiaban estaban prácticamente extintas en sus comunidades pues sólo las hablaban algunas personas mayores. Ante la tragedia, ellas se manifestaban optimistas pues “al menos” habían logrado realizar la descripción estructural de la lengua y la tenían registrada, conservada para la posteridad. ¡Vaya victoria! En realidad, una lengua que deja de ser hablada, simplemente muere y no puede ser aprendida mediante libros, tiene que ser vivida y compartida con otras personas. En uno de nuestros seminarios posteriores, uno donde estudiábamos el análisis del discurso relacionado con nuestras culturas, sus lenguas y su construcción simbólica, discutíamos el papel que tienen las y los investigadores en el rescate de las lenguas; mientras unos afirmaban que aquellas investigadoras no podían intervenir en ese proceso de extinción de la lengua, argumentando objetividades científicas -es decir, que sólo debían permanecer como meras “espectadoras” de un fenómeno social-, algunos de nosotros argumentábamos que se debía trascender ese papel de mudo testigo que tienen los investigadores y propiciar un accionar en conjunto con la cultura, siempre que esta lo permita. La discusión quedó en un impasse y no se resolvió nada. Y mientras nosotros discutíamos esto en las aulas, en la vida real, las lenguas han continuado con su lento declinar. ¿Cómo nos posicionamos frente a este fenómeno? Todavía hoy escucho en los pasillos de nuestra casa de estudios voces que claman a favor de que nuestros estudiantes aprendan inglés, como esa lengua que ha de conseguirles trabajo y la posibilidad de integrarse en el mundo global…  o los que argumentan, desde el estudio de la Historia, que debemos contemplar la historia de Estados Unidos sobre la de nuestros propios pueblos para, de esa manera, tener la ilusión de pertenecer a esa tradición de pensamiento pretendidamente superior. Después de todo, es posible que piensen que hay que “ir hacia adelante” sin perdernos en el pasado que representan esas lenguas y sus variantes. Tales argumentos denotan, quizá sin percibirlo, actitudes racistas y clasistas, cosa sumamente común en nuestras academias, donde importan mucho los grados académicos y donde se admiran instituciones gringas como Harvard o europeas, como la Sorbona u Oxford.

Lo cierto es que, con todo y la disminución, todavía existen hoy muchos millones de personas en este país que hablan sus propias lenguas y, por tanto, debemos darles la importancia que merecen. Según el reportaje, citando la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica del INEGI en 2023,  las “entidades con mayor porcentaje [de hablantes de 3 años y más]  fueron Oaxaca (27.3 %), Yucatán (26.1 %), Chiapas (23.4 %), Quintana Roo (14.1 %) y Guerrero (13.9 %). El náhuatl (23.6 %) encabezó la lista, seguido del maya (12.4 %), tseltal (7.9 %) y zapoteco (7.2 %).  Subraya que en las estadísticas el número de hablantes aumentó. Pese a ello, el porcentaje disminuyó respecto a la población total. De acuerdo con sus análisis, la población monolingüe se concentra en generaciones mayores y niños, mientras que en las juventudes se registra una alta cantidad de bilingües. ‘Los jóvenes dejan de utilizarla como consecuencia de cambios sociales en sus contextos. La pregunta es ¿qué pasará cuando ya no estén las generaciones longevas?’”. Pues es un hecho que dichas lenguas desaparecerán inexorablemente. Esta desgracia se suma a las múltiples que han tenido que vivir comunidades enteras en América, desde Alaska hasta la Patagonia desde la llegada de los europeos. De hecho, es sorprendente la forma en que han logrado conservarse y preservar su lengua, cultura e identidad. En realidad, debiéramos ver esa tozudez con respeto y aprender de su fuerza y tenacidad para adaptarse al presente sin tener que renunciar del todo a su identidad; más bien, construyendo una nueva en el presente. El que nosotros veamos en sus lenguas simples “dialectos” que son inferiores a nuestro español, habla más mal de nosotros que de ellos. Lo digo con convicción: en lugar de enseñar en las escuelas el inglés, se debiera promover el aprendizaje de las lenguas que integran esa enorme diversidad para así, comprender a su vez sus culturas. Para ello, debemos bajar de nuestro pedestal civilizatorio y convertirnos en personas que pertenecen a colectividades que se encuentran en constante diálogo con otras, con respeto y en condición de igualdad. El mayor obstáculo que tenemos para hacerlo, está en nuestro pensamiento occidental bien colonial, sustentado en un darwinismo social pernicioso. Afortunadamente existen jóvenes como Nicolás que encuentran fundamental para conservar su identidad, el promover la conservación y difusión de su lengua. Indudablemente, nos falta mucho por aprender no sólo de las comunidades, sino de nuestros jóvenes también.

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