Empezó a estar agresiva con los gatos machos que la rodean. Nos sorprendió porque es una gatita mestiza muy cariñosa, tranquila y está operada. Todo mundo se asombró porque no era su modo de estar en el mundo; desde muy pequeña fue encontrada deambulando en la calle y adoptada, era la única en casa y adoración de la familia. Después la familia se encontró un gato bebé siamés de raza pura en la calle, lo llevaron a casa, lo operaron y ella lo adoptó y cuidó como su hijo. Así se criaron juntos ocho años.
Un cambio de residencia de la familia llevó a estos gatos, ya maduros, a convivir con otros dos gatos machos, también maduros y operados, en otra casa. La familia tuvo separados a los dos pares en áreas distintas, siguiendo las indicaciones del veterinario para que no hubiera encontronazos que lamentar, a pesar de todos estar operados; pero los machos, siendo tres, son muy territoriales y había que cuidar su primer encuentro para que se aceptaran poco a poco, lo que fue muy complicado.
La hembra y el siamés son familia muy unida; los otro dos, también, aunque éstos últimos no tan unidos como los primeros. Es impresionante cómo el primer par se quiere, cuida y protege, ¡son inseparables!
Y llegó el día que, por instrucciones del veterinario, era importante tener al primer par en una jaula para que el segundo par entrara a conocerlos. Entre gruñidos y arañazos a la jaula fue su primer encuentro entre los machos. La hembra era super protegida por el siamés que no dejaba que ni el aire la tocara. Y el siamés se distinguía por su bravura y agresividad.
Desde esos momentos se supo que el siamés y uno de los otros gatos no se llevarían ni de lejos, ni podrían convivir de alguna manera, por lo que la casa, casi se tuvo que dividir en dos con ataques mutuos a todas horas que hacía imposible la convivencia en paz entre ellos, por mucho que la familia quisiera poner orden.
El siamés empezó a salir a deambular por las terrazas y encontró sus espacios al aire libre y ahí sigue junto con el otro con el que nunca se confrontó pero éste último entra y sale de la casa; al otro agresivo le gusta estar en su casa y no sale, y la gatita, como ya no tiene a su hijo-hermano que la defienda hasta del aire, aprendió a defenderse sola.
En una plática con la señora de la casa, mi amiga, me confesó:
“Mira, yo vengo de una familia muy disfuncional, que nunca se compuso. No había entendido lo que era tener a una hija tuya peleando a muerte con la otra a la que le buscaba los pies. Ahora que tengo a mis cuatro gatos, y el acercamiento entre estos dos es imposible, y tengo que mediar a sol y a sombra, cuidar que no se encuentren de día o de noche porque sus encontronazos son mortales, ¡comprendo a mis padres!”