Es lugar común señalar que actualmente no existe una oposición firme y bien articulada que haga frente al partido en el poder. La afirmación es correcta; sin embargo, hay un conjunto de elementos que deben valorarse para llegar a esa conclusión, así como lo delicado y peligroso de que este fenómeno se mantenga.
Por principio, debe distinguirse a qué oposición nos referimos. Existen diversos tipos de oposición a Morena, con actuación en distintas esferas. Se tiene una sólida oposición de la élite económica, que se activa siempre que surge alguna acción o iniciativa que ponga en riesgo sus intereses; hay también una oposición desde un sector de la izquierda, que critica que los cambios logrados hasta ahora han dejado intacto el entramado del capitalismo. Tenemos también a la oposición más visible, la partidista, representada actualmente por el PRI, PAN Y MC. Profundicemos en torno a estos actores.
La teoría política reconoce un rol fundamental en la oposición ejercida desde los partidos políticos, ya que es ésta la que se encarga de estructurar, impulsar y eventualmente llevar al poder -de manera democrática- al disenso político.
En el caso de México, la oposición partidista que hoy tenemos es de una preocupante pobreza. Continúan debatiéndose en torno a qué estrategia deben seguir: establecer una actitud cooperativa con el gobierno (por ejemplo, el recién electo presidente del PAN, Jorge Romero, como primera acción de su mandato señaló que buscaría un diálogo con la presidenta Sheinbaum); o bien, si deben decantarse por un desacuerdo frontal, de absoluto rechazo a cualquier iniciativa que provenga del gobierno en turno.
Inmersos en esta disyuntiva, los partidos ni siquiera se han detenido a reflexionar qué y a quiénes representan. Un partido político es, ante todo, una puesta en práctica de un conjunto de ideas, conceptos y valores expresados en propuestas de gobierno. La oposición actual no es sino un conjunto de ocurrencias, banalidades, incoherencias y actos desesperados que los han llevado a ponerse en manos de un empresario (Claudio X. Gonzalez).
Un claro ejemplo de lo anterior es la caricaturesca candidatura presidencial que presentaron para estos comicios. El Prianrd, coaligados en una alianza impensable seis años atrás, postularon como candidata a una senadora con “remarcables antecedentes de lucha”: disfrazarse de dinosaurio; encadenarse a una silla para evitar una sesión del congreso; presentar denuncias penales sustentadas en recortes de periódicos; ir a tocar a Palacio Nacional; decir groserías porque (en una simplista apreciación) “conectaba con la gente”, entre otras virtudes políticas.
Contrastemos esta candidata de ficción, con el grupo opositor que accedió al poder en 2018. Independientemente de la valoración a sus críticas y su plataforma de gobierno, López Obrador mostraba un serio proyecto programático de condena al neoliberalismo, así como a los partidos que habían permitido que este éste echara raíces en el país. El diagnóstico lopezobradorista remarcaba que las políticas neoliberales únicamente habían generado pobreza, marginación y desigualdad. Pero, simultáneamente, presentaba también un conjunto de propuestas y acciones para revertir estos resultados.
Esta clara definición ideológica le permitiría, después, delimitar su estrategia como oposición: en tanto los partidos en el gobierno (PRI o PAN) son activos promotores del proyecto neoliberal, no hay ninguna razón para apoyar ni sumarse a su agenda. Luego entonces, la estrategia sería una rechazo frontal y permanente, aunque siempre dentro de los cauces democráticos y electorales a las acciones y decisiones del PRIAN.
La oposición de estos días carece de definiciones. Rechazan los cambios emanados de la Cuarta Transformación, teniendo como simple alternativa mantener la estructura política construida en los 30 últimos años; continúan defendiendo a una élite económica que ni siquiera se identifica con ellos, y que sencillamente los utiliza cuando la coyuntura lo amerita; manifiestan una alarmante desconexión con la ciudadanía, sus intereses y preocupaciones. No se ve la manera en que puedan salir en el corto plazo de su laberinto.
La pobreza opositora no debe ser festejada por Morena. El texto clásico de Pasquino (“La oposición”) señala que el buen funcionamiento del régimen democrático depende en buena medida de la calidad de la oposición, ya que es ésta quien cuestiona, limita e impulsa la permanente mejoría del partido en el gobierno.
Este vacío opositor también puede convertirse en terreno fértil para que perfiles disparatados y con posturas de ultraderecha se apropien de los cascarones partidistas, permitiéndoles avanzar en sus posiciones radicales.
La oposición partidista es valiosa y necesaria en el juego democrático. Merecemos una mejor.