Porque lo que se vive no regresa
ni en palanquín ni en diligencia.
Se fue por su cuenta y riesgo
tu amigo, la amante, el combatiente.
A veces les recuerdas
con la graciosa espalda,
el bombín y el bastón de Chaplin.
Otras se fueron en el veloz corcel
del jinete sin cabeza,
con los cascos sacando chispas
de las lajas en la vía del cementerio.
Se van, escribiste, y hace años
tenías preciso el brillo
de uno y sus zapatos incansables,
de otra con su blusa azul
que confundías con el horizonte,
y aquel robusto amigo rubio
con su morral de inventos y diatribas.
Y la silueta con mochila
que se iba a otro de sus mundos
sin mirar atrás y abandonando todo.
Y la que se fue llorando tanto
que adelgazó vuelta un hilo,
apenas al llegar a la esquina.
Se fue aquel con su risa de aventura
entre el manto de humo
que cubría sus audacia.
Se fueron tus amigos maestros
con pergaminos en la piel
y lucidez en la mirada.
¿Y a qué parte de la tierra
se esparcieron los huesos
de la madre, del hermano y de la hermana?
Parece que quedan aquí
los rasgos vagos de rostros,
el ritmo y la entonación de su habla,
las historias que contaron,
así de pronto sin pregunta previa.
Historias, voces, andares, gestos,
muchas caricias y algunos recelos.
Lealtades y tropiezos con la primera piedra.
Besos, fuerza, sinceridad,
pero también reserva.
Mucha brisa sacude la sombra
del árbol deshojado,
sediento del goteo
de la triste memoria.
Ricardo Landa, mayo de 2024.
(Andrew Wyeth)