En su artículo del pasado 24 de noviembre en Reforma, Enrique Krauze se lamenta del México de hoy. Afirma categóricamente: el deceso de la república y el consecuente encumbramiento de una tiranía. Este supuesto deceso lo sustenta en la “supresión política de la minoría”; para fortalecer la tesis, nos obsequia una clase de historia. Su historia.
El recorrido krauziano nos lleva de Grecia a Roma, y de Roma a Hitler; lugar común al que recurre en su texto para equiparar, absurda y estridentemente, la actualidad política en México con el nazismo, nada menos.
Según Krauze, el “régimen mexicano” de hoy ha acabado con la República haciendo “[…] lo que le venga en gana, suprimiendo los derechos de la (inmensa) minoría”.
El tema es relevante porque desde las pasadas elecciones federales y la subsecuente correlación de fuerzas en el Poder Legislativo, se han alzado voces como las de Krauze (que, aunque pocas, cuentan con espacios en los principales medios de comunicación convencionales del país) advirtiendo sobre regresiones democráticas, totalitarismo, autocracia, tiranía.
En la elegía de Krauze, le resulta conveniente lamentarse por el México de hoy, suprimiendo de su recorrido histórico al México de ayer.
Krauze critica las mayorías legislativas actuales que reforman la Constitución “en nombre de la democracia”.
Recuperando su método histórico, contrastemos las mayorías legislativas de hoy con las del 2012, agolpadas en el Pacto por México. Este acuerdo cupular de 3 partidos políticos construyó una mayoría espuria, esa sí, formada no en las urnas sino en torno a un arreglo dirigencial, opaco y antinacional, a través del cual se le impusieron 13 reformas al pueblo de México (contrarias a sus intereses), sin tener un mandato popular y expreso para hacerlo.
En cambio, las mayorías que hoy reforman la Carta Magna lo hacen con el respaldo popular expresado en las urnas, que apoyaron una agenda de transformación profunda planteada de manera transparente y clara durante la campaña, y la cual millones de votos decidieron apoyar.
Si la “muerte” de la república la quieren argumentar a partir de una supuesta falta de separación de poderes, la realidad tampoco les asiste. Basta recordar el caso de la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica, promovida en 2021 por el expresidente López Obrador; misma que después de haber sido aprobada por el Congreso, fue detenida por la Suprema Corte. Esas resoluciones judiciales, como todas, fueron acatadas. Separación de poderes y Estado de Derecho, no solo cuando conviene.
El Estado mexicano, durante la pasada administración y la actual, ha actuado conforme a la Constitución y las leyes, promoviendo reformas en estricto apego a la legalidad y al Estado de Derecho. ¿No es cínico hablar de tiranía bajo estas circunstancias?
En este debate, un aspecto que se suele dejar de lado es la calidad de la oposición. En lugar de cuestionar, hiperbólica e infundadamente, la salud de nuestra democracia y de nuestra república, “intelectuales” como Krauze, así como otros que hoy se encuentran en la minoría política (pero que alguna vez estuvieron en la mayoría), harían bien en escudriñar su propia realidad, desde su dirigencia hasta sus ideales.
La república no ha muerto. Esa noción es tan irracional que se descalifica sola, negada por los hechos; la gente, además, ya no se deja engañar y tampoco la cree.
La concepción elitista de democracia y república, por otro lado, tal vez.