Entrar a determinar el “cuántos fueron” en una manifestación es uno de los terrenos más resbaladizos que puede haber. Como mi percepción de la manifestación de ayer en la ciudad de Puebla es que no había ocurrido otra de mayor tamaño en la historia de la ciudad, recurrí a un testigo presencial y documentado de las llevadas a cabo entre la célebre convocatoria del arzobispo Octaviano Márquez y Toriz, de muy triste recuerdo, y la que se organizó para protestar por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa: el doctor Ramón Beltrán, reconocido combatiente en el movimiento estudiantil de los Carolinos contra el FUA en 1961. Él afirma que en cuanto a la primera que menciono, a la que trajeron acarreada a buena parte de la feligresía estatal, no habría llenado más que el atrio de la Catedral y medio zócalo. La más grande, por encima de cualquier otra, asegura, fue la que se hizo en 1964 durante el llamado Movimiento Lechero, que culminó con la caída del gobernador, general Antonio Nava Castillo. Tiene fotos, me dijo. Pero la de este 5 de marzo de 2020 fue superior sin la menor duda, coincidimos. 150 mil asistentes dijeron los chavos. Vale. Alguien de la 28 de Octubre, expertos en marchas, sostiene que fueron 200 mil.
Martín Hernández y José Castañares, reporteros de esta casa editorial, dieron cuenta, con el uso incluido del dron de Pepe, que cuando la descubierta de la manifestación llegaba a Casa Aguayo el torrente era único hasta el Centro de Convenciones y allí se bifurcaba: una columna llegaba por Juan de Palafox–Reforma hasta al menos un par de cuadras más allá del Paseo Bravo, y otra, por el bulevar 5 de Mayo –otrora río de San Francisco– hasta el Parque Juárez; además, contingentes más pequeños arribaban a la sede gubernamental desde otros puntos de la ciudad, como los integrantes de varios institutos tecnológicos que se desplazaron desde el norte de la urbe. Los varios mayores de edad que estábamos presenciando y participando en la marcha manifestábamos nuestra admiración y agrado por esta protesta auténtica, pero también desconcierto por la forma en que la llevaron a cabo. ¿Por qué se tarda tanto el conductor del micrófono en decir hasta dónde está la manifestación? ¿Cómo que “cuéntenos bien, señor gobernador”, se debe decir “pinche gobernador”? Los viejos queremos que las cosas se hagan como las hicimos nosotros, pero estos estudiantes apenas empiezan, son otra cosa, pero lo hicieron de manera muy emocionante. “No queremos ser una generación perdida, queremos representar la esperanza”, dijo el orador varón. La mayoría de los asistentes a la marcha, sin la menor duda, nació después de que dio inicio la erupción actual del Popocatépetl.
El discurso que leyó la chava, evidentemente por acuerdo de asamblea, estuvo lleno de conceptos con los cuales todos coincidimos: no podemos asumir la pasividad como conducta ante esta ola de violencia incontrolable; debemos actuar, debemos construir comunidades no solo en las universidades, sino en nuestros barrios, en todo el país. Justicia y seguridad es el clamor. Basta de vivir con miedo.
La fuerza centrípeta del inicio de la movilización llevó al estudiantado hacia la antigua vecindad llamada popularmente “la marranera”, hoy centro del poder local. Dicen que había gente de todas las universidades locales e incluso fuereñas, como la UNAM, que se hizo notar con un buen contingente. Pero los más numerosos fueron los de la UAP, de todas sus unidades académicas, bien organizados y manifestando los estilos y demandas de cada una de ellas; y los de la UPAEP, todos de negro, muy organizados, fueron el segundo contingente más numeroso. Los rectores de la UAP, la UPAEP, Ibero, UDLAP y otros hicieron acto de presencia cada uno por su lado.
¿Ustedes de qué universidad son?, pregunté a una pareja asida por sus manos. Yo de la UAP y él de la UPAEP, me respondió la chica. Uy, les dije, hace 50 años esta relación no habría sido permitida.
Mientras la comisión que representaba a los universitarios entraba a Casa Aguayo, siguiendo al gobernador Barbosa que los había salido a recibir, la masa estudiantil buscó la sombra o algún lugar de refrigerio. Los puestos bien colocados satisficieron a algunos, pero el mercado de El Alto se saturó con dos demandas: alimenticia la una, y fisiológica la otra: se hizo larga fila de estudiantes esperando turno para descargar el líquido excedente. Los beneméritos ocuparon este espacio. Así se presentó la fuerza centrífuga de la concentración, y los locales disponibles se fueron ocupando conforme los grupos de jóvenes buscaban dónde tomar o comer algo y también mingir. Hasta el zócalo llegó la ola juvenil y el Centro Histórico se vistió de esta belleza, de esta indignación y esta respuesta organizada a la delincuencia y la inacción gubernamental.
Los viejos seguimos especulando sobre el significado político de la marcha. Coincidimos en que es enorme su significado social, sin la menor duda. ¿Esparza y los demás rectores le dieron una demostración de fuerza a Barbosa para hacerle ver que no se van a quedar de brazos cruzados frente a lo que consideran una ofensiva contra ellos? ¿El gobernador solventó bien el tremendo impacto político de esta movilización al darle la salida con la oferta de creación de una fiscalía especial para estos asuntos? ¿La derecha ganó terreno contra el proyecto lopezobradorista representado por el titular del Ejecutivo local?
En una cosa estamos de acuerdo: la inseguridad y la delincuencia nos tienen a todos con el miedo cotidiano a flor de piel, y los universitarios han puesto la muestra a toda la sociedad de cómo debemos levantar la voz.